Editorial

Estados Unidos, ante un veredicto imposible

Nadie puede abrigar la esperanza de que una sentencia, sea en el sentido que sea, vaya a ser aceptada como justa por una opinión pública profundamente dividida y cada vez más polarizada social e ideológicamente.

La imagen: Donald Trump entra a la sala Tribunal
La imagen: Donald Trump entra a la sala TribunalNoticias TeleMundo

No parece, como apuntan algunos juristas norteamericanos no necesariamente partidarios de Donald Trump, que los cargos «criminales» presentados por un fiscal demócrata de Manhattan, en Nueva York, sean lo suficientemente sólidos como para convertir un delito menor de ámbito estatal en uno grave de carácter Federal. Nos hallaríamos, pues, ante una dudosa interpretación legal, al solo objeto de eludir el llamado «estatuto de limitaciones», que protege a los ex mandatarios, para poder sentar al acusado ante un tribunal.

La mera enumeración de los cargos –una sucesión de referencias contables que no se incluyeron en las cuentas de la campaña electoral de 2016, sino en la de sus empresas– abre la puerta a la legítima sospecha de que existe un componente político en todo este asunto, proclive al morbo popular, de imprevisibles consecuencias. Con todo, las peripecias del proceso judicial, que hay que suponer que se conducirá con todas las garantías jurídicas, son lo de menos, porque nadie en su sano juicio puede abrigar la esperanza de que una sentencia, sea en el sentido que sea, vaya a ser aceptada como justa por una opinión pública profundamente dividida y cada vez más polarizada social e ideológicamente.

Y en este campo, el de la polémica gruesa, el ex presidente Trump se desenvuelve con una maestría digna de otros fines. De momento, el primer objetivo del ex presidente, conseguir la nominación a la Casa Blanca por el partido Republicano, está hoy mucho más cerca que antes de su procesamiento, como apuntan la mayoría de las encuestas. Es más, sus rivales más directos, como el gobernador de Florida, Ron DeSantis, han tenido que cerrar filas detrás de Donald Trump, conscientes de que la mayoría de su electorado está convencida de que todo se debe a una conspiración de las fuerzas que quieren destruir los Estados Unidos, incluidos, por supuesto, los odiados demócratas de Washington y Nueva York.

Ciertamente, aún queda mucho tiempo para las próximas elecciones presidenciales –en noviembre de 2024– y no es posible descartar que la tensión y la movilización de los partidarios de Trump vaya decayendo y sus competidores internos tengan alguna oportunidad. Pero no va a ser mañana. El ex presidente ya ha dado muestras de que pretende mantenerse en el centro de la atención mediática todo lo posible, alargando artificialmente los plazos del proceso judicial, hasta poder enlazar con la campaña electoral. No es de extrañar que los dirigentes demócratas, comenzando por el actual inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, que no atraviesa sus mejores horas en cuanto a popularidad, traten de mantenerse al margen, convencidos de que dar la batalla a un Trump renacido políticamente y convertido en víctima del sistema no es el mejor escenario que puedan desear.