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El pragmatismo europeo de Noruega

La Razón
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Noruega, junto con Suiza e Islandia, es uno de esos ricos países europeos que ha decidido mantenerse fuera de la Unión Europea por voluntad propia. Tras dos intentos fallidos por parte del Gobierno de turno de incorporar al país en el "club europeo", los partidos políticos noruegos han aparcado hasta nuevo aviso un tercer intento.

Pese a esta equidistancia, Oslo mantiene unas estrechas relaciones con los Veintisiete. En primer lugar, forma parte del mercado interior europeo como miembro del Espacio Económico Europeo (EEE), un acuerdo que desde hace quince años vincula comercialmente a los Estados mimbros de la UE con los integrantes de la EFTA (Islandia, Noruega y Lietchenstein). Suiza decidió apearse del EEE en un referéndum celebrado en 1992.

Pero las vinculaciones entre Bruselas y Oslo van más allá de lo económico. Sin que muchos europeos sean conscientes de ello, Noruega participa en el Programa Erasmus, en los Acuerdos de Schengen, en el Eurocuerpo, en Europol, en misiones de paz de la UE en el exterior, así como en una larga lista de iniciativas comunitarias. Incluso Noruega, como miembro del EEE, ha contribuido en la política regional europea con nueve millones de coronas en el período 2004-2009.

A diferencia de Islandia, cuya rciente crisis financiera le está obligando a buscar el paraguas de la UE, Noruega, con sus 4,7 millones de habitantes, puede mantener su posición gracias a la fuerza que le otorgan sus reservas de gas y petróleo. Con un paro del 2,5% y una renta per cápita del 52.600 euros, el Gobierno de centro izquierda de Jens Stoltenberg ha demostrado que puede sobrevir sin Bruselas cooperando constructivamente en una serie de iniciativas.

Tradicionalmente, el apoyo o el rechazo a la incorporación del país nórdico a la UE ha dividido a los partido políticos. A pesar de que las dos principales fuerzas del país, el Partido Laborista y el Partido Conservador, se muestran favorables, la clase político no desea reabrir un debate que provoca tensiones internas en el seno de los propios partidos. La población, por su parte, se muestra celosa de su soberanía y de su Estadod bienestar. Al fin y al cabo, Noruega es un joven país que logró su independencia de Suecia en 1905 y que durante la Segunda Guerra Mundial fue ocupada por la Alemania nazi.

Durante una reciente visita a España, la secretaria de Estado de Asuntos Exteriores, Elisabeth Walaas, explicó a LA RAZÓN que "la adhesión no está en la agenda política porque la situación no ha cambiado desde 1994", cuando un 52,5% de los noruegos rechazaron en referéndum entrar en la UE. Preguntada sobre si el ingreso en el euro sería un motivo suficiente para cambiar de opinión, la dirigente noruega reconoce que "podría ser una ventaja para nuestro país, pero antes tendríamos que ingresar en la UE. Nuestra moneda permanece estable desde hace años, tanto como el euro. No hay un debate en la opinión pública".

La estrategia noruega con respecto a la UE no es equiparable al eurosecpticismo británico, sino que representa una Europa a la carta. Es decir, elegir participar voluntariamente sólo en aquellas iniciativas que les interesen sin cargar con las obligaciones inerentes a la membresía. Esto puede funcionar a medio plazo, pero puede no hacerlo a la larga. A medida que el paíes escandinavo participe en más políticas europeas, será más consciente de la escasa capacidad de decisión que ejerce sobre las mismas, lo que podría nuevamente abrir el debate sobre la conveniencia de ser socio de pleno derecho de la UE. Pues sólo desde dentro se puede tener voz y voto para cambiar las cosas.