Extrema derecha

Tormenta perfecta en Europa

La presidenta del Frente Nacional, Marine Le Pen, junto al líder ultra holandés, Geert Wilders
La presidenta del Frente Nacional, Marine Le Pen, junto al líder ultra holandés, Geert Wilderslarazon

Una tormenta perfecta parece haberse cernido sobre Europa, que permanecerá paralizada durante los próximos diez meses por los procesos electorales previstos en cuatro de sus países fundadores. El populismo, crecido por la victoria de Donald Trump y el Brexit, camina con paso firme para poner en solfa el “establishment” europeo. Mientras, las instituciones comunitarias se resignan a capear el temporal a la espera de que se despeje el horizonte. Prudencia obliga. “Existe un movimiento tanto en Europa como en Estados Unidos que supone el desafío al 'establishment'”, resume Jimmie Akesson, líder de los ultras Demócratas Suecos.

El domingo, Europa afrontó un doble examen en las urnas con resultado agridulce. En Italia, el primer ministro, el socialdemócrata Matteo Renzi, perdió a un referéndum sobre la reforma del Senado que, por su exceso de confianza y por oportunismo de la oposición, se convirtió en un plebiscito sobre el joven líder florentino. Su órdago de dimitir si los italianos rechazaban en las urnas el fin del liberalismo perfecto amenaza con conducir de nuevo al país transalpino al precipicio de la inestabilidad política. Sus mil días en el Palaco Chigi y su agenda reformista serán un mero paréntesis en una Italia paralizada e ingobernable en la que se han sucedido 63 Ejecutivos en 70 años. Una nueva cita con las urnas daría oxígeno a los populistas del Movimiento 5 Estrellas (M5E) y a los germanófobos de la Liga Norte.

En la vecina Austria, entretanto, se respiró con alivio al ver que el ultraderechista Norbert Hofer fue derrotado por el ecologista Alexander van der Bellen, que ya ganó por apenas 31.000 votos las presidenciales de mayo antes de ser anuladas por el Constitucional por irregularidades en el voto por correo. La posibilidad de que un ultra presidiera un país europeo por primera vez desde la II Guerra Mundial suponía una seria preocupación más allá de la República alpina. Aunque no defiende la salida de la UE, Hofer ha prometido convocar un referéndum en caso de una hipotética adhesión de Turquía o de que Bruselas asuma más competencias nacionales. En todo caso, sus simpatías con la política del autoritario Viktor Orban y sus mensajes xenófobos e islamófobos despertaban lógicamente todas las alarmas.

Otro líder populista en auge es Geert Wilders, líder del Partido de la Libertad (PVV) de Países Bajos, que encabeza los sondeos de cara a las elecciones legislativas previstas para marzo. La actual coalición de Gobierno entre liberales y socialdemócratas tendrá grandes dificultades para repetir en el poder ante la creciente influencia de una derecha xenófoba y eurófoba que habla abiertamente del “Nexit” y de la invasión musulmana de Europa.

Pero sin duda el gran premio que el populismo europeo aspira a ganar en los próximos meses es el Elíseo. Las elecciones presidenciales de abril/mayo en Francia volverán a enfrentar a los partidos tradicionales (conservadores y socialistas) con el ultraderechista Frente Nacional (FN), que aspira a repetir la proeza del fundador del partido, Jean Marie Le Pen, en 2002 y pasar a la segunda vuelta. A cinco meses de la primera ronda, los sondeos prevén un enfrentamiento entre la derecha republicana (François Fillon) y la ultraderecha (Marine Le Pen) por ver qué candidato es más duro con la inmigración y se envuelve más en la bandera tricolor para poner freno a Europa. Una verdadera pesadilla, pues gane quien gane, cambiará el rol de París en el proceso de construcción europea. Fillon, un ultraliberal económico y un ultraconservador social sin complejos, no oculta sus simpatías por estrechar lazos con la Rusia de Vladimir Putin y convocar un referéndum sobre las cuotas europeas de refugiados. Entretanto, la izquierda, fragmentada y fratricida, parece resignarse a la irrelevancia política.

Finalmente, Alemania tiene una decisiva cita con las urnas en septiembre. La locomotora europea, que hasta ahora se había visto inmune a la ola populista que crecía en el resto del continente, asistirá a la presencia de un nuevo jugador en su tradicionalmente estable tablero político. Alternativa para Alemania (AfD), que en las federales de 2013 se quedó a las puertas del Bundestag (Parlamento) por un puñado de votos, aspira a conquistar a los electores descontentos con la política de puertas abiertas de Angela Merkel. Su partido, la Unión Cristianodemócrata (CDU), se mantiene en cabeza de los sondeos tras anunciar la canciller su intención de presentarse a un cuarto mandato. Sin embargo, la irrupción en el futuro Parlamento de AfD, ya presente en la mitad de los 16 “Länder”, puede reducir sus posibilidades de encontrar socio de Gobierno si los liberales no logran finalmente representación parlamentaria. Los socialdemócratas, escaldados tras su segunda Gran Coalición con Merkel, confían en que la izquierda (SPD, verdes y ex comunistas) sumen más votos que la derecha para tener alguna oportunidad de volver al poder. La vuelta de Martin Schulz a la política nacional alemana puede ser un acicate, pero tal vez no suficiente para la imagen de estabilidad que promoverá la líder germana tras once años en la Cancillería y los halagos de Barack Obama, que dijo abiertamente que “si fuera alemán, votaría a Merkel”.

Sea como fuere, el rumbo político que adopten Berlín y París marcará sin duda el futuro del proyecto de construcción europea. Sin un cortafuego eficaz contra el populismo, la UE se arriesga a sufrir un traspié tras otro cada vez que unos de sus Estados miembros acuda a las urnas. La tentación de castigar al “establemente” es demasiado fuerte para una población decepcionada con la política tradicional.

pgarcia@larazon.es