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En clase turista
Dirección y guión: Pedro Almodóvar. Intérpretes: Cecilia Roth, Lola Dueñas, Antonio de la Torre, Javier Cámara. España, 2013. Duración: 90 minutos. Comedia.
¿Sufrirá Pedro Almodóvar el síndrome de la clase turista? A ratos parece que las piernas de «Los amantes pasajeros», que deberían andar bastante ligeras de equipaje, están hinchadas, sufren un principio de trombosis, algo realmente fatal para una comedia. A ratos parece que Almodóvar lleva demasiados años sin pisar la clase turista, a la que narcotiza para que no moleste, porque, claro, la comedia sofisticada tiene que viajar en primera. Otro problema: porque, a su pesar, la película habla de una España en crisis, con sus comentarios un tanto insidiosos sobre la monarquía y los desfalcos bancarios, sobre los aeropuertos vacíos y esas dominatrix tan Bárbara Rey, pero las verdaderas víctimas de su película están drogadas, no tienen voz. Claro, debe de ser una metáfora: pero a quien Almodóvar dedica sus mimos y sus gags procaces es a los que viajan con el cinturón de seguridad de los privilegios. A los demás, que los zurzan.
Pedro Almodóvar necesitaba tomarse unas vacaciones de sí mismo, sobre todo porque una de sus películas más bellas y radicales, «La piel que habito», no había funcionado como se esperaba, y tocaba volver a la comedia para comprobar si su consagrado nombre aún tiene poder para convocar a las masas.
«Los amantes pasajeros» intenta retomar el camino de «Mujeres al borde de un ataque de nervios» combinando lo que aquella tenía de enloquecida «screwball comedy» con la celebración nostálgica de los valores de la Movida, léase hedonismo toxicómano, omnisexualidad y adoración por todo lo «kitsch», que animaron la primera etapa de su obra. Pero, mal que le pese, el director manchego ha cambiado mucho como cineasta, se ha empeñado durante años en contener su faceta más canalla, y lo que antes fluía de un modo absolutamente natural, ahora se atasca en las arterias del artificio. Es Almodóvar jugando a ser aquel Almodóvar de antaño, intentando recuperar su energía dionisiaca, pero condenado, como este avión con el tren de aterrizaje averiado que da vueltas y vueltas sin parar por Castilla-La Mancha, a sobrevolar una realidad que le queda bastante lejos, y a buscar una imagen de sí mismo que su cine se ha obstinado en dar por superada.
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