Libros
Lo sexual es político, jurídico… y jodido
No me quiero poner estupenda y empezar diciendo, aunque lo piense, que es el libro “Lo sexual es político (y jurídico)”, muy probablemente, el mejor ensayo del año. Precisamente Pablo de Lora, su autor, profesor titular de filosofía del derecho en la Universidad Autónoma de Madrid, era uno de los ponentes invitados al workshop internacional “Gender” que tuvo lugar los días 17 y 18 de diciembre, en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
La intervención de Pablo de Lora iba a ser la última, el miércoles a las cinco de la tarde. Me consta que estaba ilusionado y agradecido. Su ponencia versaba acerca de la autoidentificación de género y la transexualidad. En su intervención, “¿Cómo es ser un trans? Cuatro paradojas sobre identidad de género” (cuyo título es un guiño a dos famosos artículos filosóficos, del mismo modo que el título de su libro lo es a un conocido lema feminista) abordaba cuatro cuestiones a modo de puzzles:
- ¿Por qué insistimos en hablar de género cuando en realidad hablamos de diferenciación por sexo biológico?
- ¿Es la autoidentificación de género un estado mental propio solo accesible al propio sujeto?
- ¿Tiene sentido afirmar que el no-binarismo (non binary) es una identidad de género?
- ¿Debe la autoidentificación de género prevalecer siempre sobre otros intereses?
Nadie pudo plantearse estas preguntas, que a mí se me antojan más que interesantes. Nadie pudo reflexionar sobre ellas, ni intercambiar pareceres. Ni dudar, ni afirmar, ni cuestionar, ni debatir. Nadie pudo discrepar con las opiniones o conclusiones del autor, con sus argumentos y exposiciones. Porque nadie pudo escucharle. No le dejaron hablar. Cuando Pablo se disponía a intervenir, cerca de veinte jóvenes irrumpieron en la sala repartiendo carteles en los que acusaban a De Lora de machista y pedían su expulsión de la universidad. Boicotearon su intervención y consiguieron silenciarle. En connivencia, además, con alguna de las ponentes, compañeras en un acto académico, que días antes habían señalado a De Lora como machista en redes sociales, poniendo en duda su idoneidad para participar en el workshop y provocando que la Unidad de Igualdad de la UPF exigiera a los organizadores del acto, sin éxito, la desconvocatoria de Pablo.
No voy a ponerme distante y a tratar el tema como si no me afectara. Porque lo hace. No voy a ocultar tampoco mi afecto y admiración por Pablo. Porque es mi amigo. Así que no esperen, tras la exposición de los hechos y en lo que queda de columna, tibieza ni moderación. Pero lo que ocurrió ayer en la Pompeu Fabra es intolerable y no podemos, no debemos, normalizarlo ni legitimarlo, ni aún cuando el afectado fuera para cualquiera de nosotros un desconocido.
Es una tropelía, un ataque directo y flagrante a la Declaración Universal de Derechos Humanos que, en su artículo 19, ampara y protege la libertad de opinión y de pensamiento.
Pero lo verdaderamente indignante de todo esto no es que unos energúmenos, que solo saben defender sus ideas fotocopiando insultos en comic sans y berrear consignas, decidan hacerlo mediante el improperio, el acoso y el desprecio. Jamás le pediría a una suricata que entendiera y explicara la teoría de cuerdas. Lo irritante, lo bochornoso, es que ocurra en la Universidad. Que suceda, que se permita que suceda, entre los muros de una institución cuya función primordial debería ser, precisamente, amparar a la razón, promover el avance del conocimiento y alentar el sano ejercicicio de discutir en su gloriosa primera acepción (Dicho de dos o más personas, examinar atenta y particularmente una materia).
Que ninguna autoridad académica haya sido capaz de proteger a Pablo de Lora ante este ataque a su libertad de pensamiento, que un tipo brillante, lúcido, dialogante y educado como él se haya visto desamparado, obligado a abandonar la sala sin tener la oportunidad de exponer la presentación que cuidadosamente había preparado, es un absoluto fracaso. No solo es que nadie ha evitado esto, es que además y como contaba al principio, algunas compañeras suyas alentaron e incluso aplaudieron estos hechos. Como diría Santos Discépolo, qué falta de respeto, qué atropello a la razón.
Esto que estoy haciendo yo aquí ahora (tarde, rápido y mal) tendrían que haberlo hecho todos los compañeros de Pablo de Lora. Todos y cada uno de los asistentes a ese evento tendrían que haberse levantado y defenderle. Independientemente de que estuvieran de acuerdo con él o no. Porque defenderle a él en ese momento, en este momento, es defendernos a todos. Porque, no se equivoquen, alentar estos comportamientos despóticos es alimentar al monstruo con la esperanza de salvarnos, pero sabiendo que lo máximo a lo que podemos aspirar es a que nos devore el último.
Ha sido siempre el debate intelectual, el intercambio reflexivo de ideas y opiniones, el modo sensato y honorable de resolver conflictos, de paliar injusticias y dirimir desavenencias, permitiendo que la sociedad avance. Tratar de callar al que disiente mediante la fuerza, la coacción o el hostigamiento, en lugar de convencer con argumentos y razones, es despreciar absolutamente el valor del pensamiento. No se puede defender la libertad negándosela al de enfrente. Ni en nombre de la más sublime de las causas justas.
Como dijo Pablo en una ocasión, el feminismo hegemónico es como un tsunami. Creo que ha llegado el momento de dejar atrás los silencios cómplices y las miradas condescendientes. Tenemos que decidirnos a capear la ola, a mantenernos en la superficie a toda costa, en lugar de resignarnos a que nos arrastre y nos hunda. Antes de que sea demasiado tarde. Nos jugamos demasiado en esto.
Es cuestión de probidad.
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