Meritxell Batet

Batet, presidenta siempre a la izquierda

Quienes trabajan con ella a diario aseguran que «tiene cara de no haber roto un plato pero es de armas tomar comentan en la Cámara Baja"

Ilustración Meritxell Batet
Ilustración Meritxell BatetPlatónLa Razón

«Es una presidenta insípida, escorada siempre a la izquierda». Tras la resaca de la moción de censura y la bronca entre Pablo Casado y Santiago Abascal, si hay algo en lo que coinciden diputados del PP y Vox es en esta definición de Mertixell Batet, máxima autoridad en el Congreso. Mujer en apariencia algo sosa, tal como opinan estos parlamentarios, sin embargo algunas de sus decisiones en la Cámara Baja han sido sonoras. Durante la sesión de investidura de Pedro Sánchez al mandar callar al grupo popular mientras permitía exabruptos de Gabriel Rufián o representantes de EH-Bildu. Cuando retiró del diario de sesiones las palabras de Cayetana Álvarez de Toledo hacia Pablo Iglesias como «hijo de un terrorista». O cuando aceptó duras críticas de los separatistas catalanes contra la figura del Rey de España. Tímida, pero enérgica, la presidenta del Congreso suele ampararse en la libertad de expresión y afirma que hoy caben tales expresiones hacia el Jefe del Estado o los insultos que desde sus escaños profieren diputados de la izquierda radical contra sus compañeros de la derecha.

De camarera a presidenta. Así ha sido la vertiginosa carrera de Meritxell Batet Lamaña, una catalana hecha a sí misma, que estudió Derecho a base de becas y sirvió copas en dos discotecas de Barcelona para pagarse los estudios de Doctorado en la Universidad Pompeu Fabra de la Ciudad Condal. Su entrada en la política llegó cuando el director de su tesis, Josep Mir, le comentó que Narcís Serra, entonces primer secretario del PSC, buscaba alguien sin militar en el partido para coordinar su secretaría. Ella aceptó, colaboró con Serra durante dos años y después concurrió como independiente en la lista socialista por Barcelona encabezada por José Montilla. Resultó elegida diputada y en el año 2008 se afilió al PSC. Un borrón en su trayectoria fue cuando votó en el Congreso, junto con CiU y la Izquierda Plural, a favor de un referéndum en Cataluña sobre su futura relación con el resto de España. Alineada con los nacionalistas, fue multada con seiscientos euros por haber roto la disciplina de voto del grupo socialista.

Pasado aquel episodio, con gran habilidad, se ganó la confianza del secretario general del PSC, Miquel Iceta, quien logró nombrarla secretaria de Estudios y Programas de la Ejecutiva Federal del PSOE. A pesar de que en las primarias del partido apoyó a Eduardo Madina, poco después se convirtió en ojito derecho de Pedro Sánchez y en las elecciones de 2015 fue la número dos de la lista por Madrid, a pesar de su militancia en el PSC y en tándem con el propio Sánchez. Ello le granjeó críticas entre los socialistas madrileños: «Tiene cara de no haber roto un plato, pero es de armas tomar», dicen algunos dirigentes del PSM. Lo cierto es que bajo esa mirada dulce, algo lánguida, y una figura frágil, fruto de su pasión por la danza, se esconde una mujer de hierro, ambiciosa y con carácter. Cuando Pedro Sánchez ganó la moción de censura contra Mariano Rajoy y formó gobierno, la nombró ministra de Administraciones Públicas, donde nunca ocultó su respaldo al diálogo para solucionar el conflicto catalán.

Para muchos, Meritxell Batet pertenece al ala más catalanista del PSC, dentro de esas dos tradicionales almas del partido. En su vida personal conoció en el Congreso al diputado del PP y secretario de Estado de Cultura, José María Lasalle. «Fue un flechazo», confesaron entonces en prueba de su amor a primera vista. Se casaron en Cantabria, en Santillana del Mar, y nunca ocultaron sus diferencias políticas. «Para nosotros no es un problema», decían siempre por los pasillos de la Cámara dónde tampoco escondían su sintonía personal. Tuvieron dos hijas mellizas, Adriana y Valeria, que viven en Madrid con su madre. La pareja se divorció hace cuatro años y hoy Martixell Batet tiene como pareja al ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, también separado y padre de otras dos hijas. «Viven una nueva juventud», cometan amigos de ambos políticos. Este verano, fueron criticados por exhibirse en la playa gaditana de Zahara de los Atunes, sin mascarilla, en compañía de los ex presidentes de la Junta de Andalucía Manuel Chaves y José Antonio Griñán.

Apasionada de la danza, Batet confiesa que le habría gustado ser bailarina. «El Congreso no es una pista de baile», ironizan en los partidos de la oposición, muy críticos con la presidenta por sus veleidades hacia la izquierda y los separatistas. Añaden que no tiene la preparación profesional ni la imparcialidad de sus antecesoras, Luisa Fernanda Rudi y Ana Pastor, necesaria en un cargo institucional como tercera autoridad del Estado, después del Rey y el presidente del Gobierno. Por el contrario, en el grupo socialista destacan su formación jurídica como experta en Derecho Constitucional. En las reuniones semanales de la Mesa del Congreso suele tener rifirrafes con los diputados del PP y Vox, que la acusan de escorarse siempre hacia la izquierda y los separatistas. A juicio del PSOE, ella nunca pierde los nervios pero impone su autoridad.

Fervorosa lectora de novelas, una de ellas «El cuarteto de Alejandría», de Durrell, le gusta compartir cine y juegos con sus dos hijas. De figura delgada, su estilo de moda es algo disperso, entre vestidos de amarillo chillón, como el que lució en Oviedo en los últimos Premios Princesa de Asturias, o algo más discreto como trajes sastre pantalón en tonos oscuros. Mantiene buena relación con los periodistas del Congreso, aunque es en apariencia bastante tímida. Para unos, es una pose calculada, que esconde gran ambición y algo de sectarismo, censurable en su elevado rango institucional. Lo cierto es que ha sorteado esta bronca moción de censura y no pudo ocultar su satisfacción por el resultado. La cara rutilante de Pedro Sánchez, ganador por la puerta grande, era idéntica a la también muy sonriente de Mertixell Batet.