España

15-M, diez años

Como cualquier trasiego mesiánico, hasta vagamente religioso, alumbró cuchillos que buscaban la femoral del sistema

Debate 'Del 15M a las huelgas feministas' organizado por Feministas en acción este sábado en la Puerta del Sol
Debate 'Del 15M a las huelgas feministas' organizado por Feministas en acción este sábado en la Puerta del SolLuca PiergiovanniEFE

De la indignación a la melancolía. Del tránsito adolescente en las plazas a la aceptación fáustica de que los líderes de entonces desembocaron en dueños de chalets con piscina color ozono. Hace 10 años la puerta del Sol recuperó su alambrado emocional. Sacudida por la crisis de 2008, cuyas ondas sísmicas no dejaban de impactar en el tejido productivo, España deslumbró al mundo. Europa corría al rescate, Zapatero acababa de practicarse un magnífico harakiri y los hombres de negro desembarcaron en todas las azoteas. La prima de riesgo fue la protagonista alucinógena de un tiempo de terrores nocturnos y avisos de quiebra. Descubrimos que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, como ricachos con áticos orientados a Central Park y la fortuna construida mediante esquemas Ponzi sobre los hombros de Bruselas y la ordeñadora de los fondos de cohesión. El ladrillo fue una sobredosis, un pasote fugaz, una indigestión de maletines. Nos hipotecamos con los sueldos de la lechera, en una orgía de aeropuertos en mitad del desierto y grúas sobrevenidas, que asaltaban la tierra para transformarla en el crematorio de Rafael Chirbes.

Aquella primavera hubo brasas de rabia en las plazas. Ardieron consignas de campamento rojo. Asistimos a una convención de oenegés y asociaciones. Al tambor de la cólera acudieron los náufragos del bienestar, los politólogos en busca de empleo, un enjambre de periodistas afines y miles de estudiantes mareados por lo que les esperaba a la vuelta de la licenciatura. Todo dios estaba empeñado en debatir. Querían levantar la mano en la versión Cosmopolitan de la revolución que nunca hicimos. Las asambleas universitarias de cuando entonces, años sesenta y setenta, tuvieron descendencia en una cosecha de carpas de lona. Hubo confeti demagógico. Sobresalían las ganas de hacerse oír y, ya puestos, de escucharse. Los debates más bobos podían prolongarse varias horas. Con voz airada y gesto imponente la gente discutía sobre cuestiones tan pertinentes como la reforma electoral o la tragedia de los desahucios, y tan grandilocuentes como la refundación del sistema o el nacimiento de una banca del pueblo y para el pueblo. El advenimiento de la III República convivió con la ansiada construcción de sujeto político que algunos buscaron a espaldas a las modernas nociones de ciudadanía. De Kelsen a Laclau. Los jubilados, que temían por sus pensiones, debatían con los ninis sin futuro y los universitarios condenados a salir por Barajas. Paco Ibáñez, gigante entre gigantes, cantó con voz de trueno sus canciones. Otro grande, Basilio Martín Patino, rodó su última película, Libre te quiero, un documental sobre el 15-M titulado como el poema de Agustín García Calvo. A la gente la animaba el anhelo de apoyar a los perdedores de la historia, de todas las historias.

A diez años vista el 15-M suena mucho peor, más ajado y bronco, de lo que nunca creímos. A costa de relativizar la conversación pública, que juzgaba condenada de antemano, descorcha las peores pulsiones populistas. Sembró la almendra de la desafección, con una nueva camada de líderes dispuestos a salvarnos de nosotros mismos. El enemigo no era otro que la democracia representativa. Semillero de castas. Prolongación por vías turbias de todos los privilegios y todos los desmanes imaginables. Tres años más tarde los aprendices de brujo parieron Podemos. Velaron sus armas en el circo telecrático y trataron de presentarse como legatarios de un movimiento que nació alérgico a las nomenclaturas y los dirigentes. El 15-M, como cualquier trasiego mesiánico, hasta vagamente religioso, alumbró cuchillos que buscaban la femoral del sistema. Pero nuestra democracia no era la aberración que algunos quisieron contarnos y, mira por donde, sobrevivió a los sepultureros.