El personaje
Manuel Marchena, el rigor de un gran jurista
A Marchena siempre le ha disgustado que le vinculen con algún partido, para unos es de tendencia conservadora, mientras otros reconocen su buena sintonía con sectores progresistas
Muy a su pesar, lleva tiempo en la diana informativa. Para unos se convirtió en la bestia negra del “procés” por presidir la Sala del Tribunal Supremo que juzgó a los líderes separatistas. Otros, por el contrario, le acusaron de blando por una sentencia que rebajó las penas de rebelión al delito de sedición. Pero en el mundo de la judicatura el nombre de Manuel Marchena Gómez es, desde hace muchos años, sinónimo de independencia y rigor. Fiscal y juez por oposición, con una dilatada y brillante carrera, su ponencia radicalmente contraria a los indultos de los presos condenados es una pieza incontestable de solidez jurídica, un varapalo en toda regla hacia quienes no tienen la más mínima intención de arrepentimiento, un informe implacable con la unanimidad de todos los magistrados que deja en situación muy delicada al gobierno de Pedro Sánchez. Y los mismos que criticaron en su día la sentencia del Alto Tribunal, alaban ahora el intachable escrito de un juez altamente respetado por compañeros y funcionarios de la casa que tan bien conoce, el Tribunal Supremo.
Manolo fue siempre el hijo ejemplar del capitán legionario Joaquín Marchena. Nacido en Las Palmas de Gran Canaria, su padre fue destinado al Tercio Sahariano Don Juan de Austria, III de la Legión. La familia se trasladó a El Aiún y allí estudió Manuel en el Instituto General hasta los dieciséis años. Tras los sucesos de la Marcha Verde, su padre se trasladó a Puerto del Rosario, en Fuerteventura, dónde ejerció como juez instructor militar hasta regresar a Las Palmas, y su hijo ingresó en el colegio San Ignacio de Loyola. Los profesores jesuitas apreciaron el carácter de un joven aplicado, con buena cabeza, fiel a la tradición de excelencia académica y le aconsejaron dar el salto a la prestigiosa Universidad de Deusto, en Bilbao. Allí estudió Derecho, le llamaban “El canario” por su origen y dejó muy buen recuerdo entre alumnos y docentes. Muchos de ellos le recuerdan hoy como un alumno brillante, disciplinado, que ya destacaba por su ecuanimidad. “Se perfilaba como un buen juez”, aseguran.
En aquellas clases de la centenaria Universidad Manuel Marchena conoció a su futura esposa, Sofía Perea, una vizcaína funcionaria del Cuerpo de Administradores Civiles del Estado con quien tiene dos hijos, Sofía y Manolo, también vinculados al Derecho. Sofía es fiscal como su padre y el chico trabaja como abogado en un conocido bufete madrileño. La carrera profesional de Marchena está llena de buenos puestos desde que decidió convertirse en fiscal de la Audiencia Territorial de Las Palmas. Después llegaría a la Fiscalía General del Estado a las órdenes de Eligio Hernández, con el gobierno de Felipe González, y también se mantuvo con los designados por José María Aznar, Juan Ortiz Úrculo y Jesús Cardenal. Nombrado Fiscal del Tribunal Supremo decidió también hacerse juez y por su prestigio llegó a vocal del CGPJ, magistrado del Supremo, y a punto estuvo de ser presidente del Consejo y del Alto Tribunal. Pero la filtración de su nombre y algunas intrigas partidistas entre el PP y el PSOE le llevaron a renunciar al cargo antes de ser oficialmente elegido.
A Marchena siempre le ha disgustado que le vinculen con algún partido, para unos es de tendencia conservadora, mientras otros reconocen su buena sintonía con sectores progresistas. Pero en el mundo de la judicatura la opinión es unánime: Marchena no se deja utilizar por nadie. Y lo demostró cuando se negó a ser presidente del CGPJ y el Tribunal Supremo, en un gesto sin precedentes, porque entendía que estaba en entredicho su independencia. Ahora, en la Sala Segunda y el entorno del Supremo no ocultan su gran preocupación por el grave conflicto institucional ante los indultos, dado que a su presidente, Manuel Marchena, no le ha temblado el pulso al redactar su ponencia. Así, le ha dicho al gobierno, sin ambages y con la unanimidad de todos los magistrados de la Sala, que indultar a quienes son sus socios viola la Constitución, no se cumplen la justicia, equidad, utilidad pública y arrepentimiento por parte de los condenados, con clara voluntad de reincidir. En definitiva, no cabe la concordia con quien no la quiere. Y que beneficiar a quienes apoyan al gobierno es claramente un autoindulto.
En su vida privada, Marchena es un hombre afable, cercano y muy educado. Los funcionarios del Supremo cuentan que conoce a casi todos por su nombre y se preocupa por sus colaboradores. Le encanta la natación, desde su niñez insular, y acude casi a diario a la piscina para entrenar y mantenerse en forma. Melómano empedernido es asiduo del Teatro Real, fiel a su abono de la temporada de ópera. Le gusta el cine y es avezado lector. Como magistrado de la Sala Segunda ha sido ponente de casos con gran interés mediático: la obtención fraudulenta de pensiones en la Seguridad Social (caso Campanario), asesinato y abusos sexuales (caso Mari Luz), ataques contra el patrimonio municipal en el ayuntamiento de Marbella, y la condena de un presidente del Parlamento Vasco que se negó a dar cumplimiento a una resolución del Tribunal Supremo (caso Atutxa). Pero su salto al estrellato se produce con el juicio del “procés”, al presidir la Sala que condenó a los dirigentes independentistas. Largas horas, casi interminables de un juicio mediático cien por cien, en el que Marchena no perdió nunca los nervios ante las salidas de tono, a veces disparatadas, de los separatistas y sus abogados.
El catorce de octubre de 2019 se publicó la sentencia de la que Marchena fue ponente. Por unanimidad, sin ningún voto particular, los siete magistrados condenaron por sedición, malversación y desobediencia los líderes del “procés”. Ahora de nuevo, Manuel Marchena Gómez ha sido el ponente de un rotundo informe contra los indultos, también por unanimidad, asegurando que no es aplicable la prerrogativa de gracia. Un informe implacable redactado por un hombre que únicamente ha querido ser siempre un buen jurista, sin utilización partidista. Parece que la atmósfera política y mantenerse en el poder a toda costa amenazan con una marejada institucional de graves consecuencias.
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