Pedro Sánchez

Sánchez ofreció en mayo un reparto de carteras diferente

Tras la derrota del 4-M en Madrid se empezó a planificar un nuevo gabinete y se cerró con su gente de confianza. La semana pasada cambió todo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una comparecencia en La Moncloa
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una comparecencia en La MoncloaBorja Puig de la BellacasaPool Moncloa/EFE

La debacle del 4 de mayo en la Comunidad de Madrid fue el punto de inflexión. El germen de la abrupta remodelación de Gobierno que Pedro Sánchez acometió un caluroso sábado de julio.

Dos meses antes, la idea de una reestructuración del Ejecutivo había tomado forma como palanca ineludible para recuperar el pulso de la sociedad y cambiar el paso para lo que resta de legislatura.

En Moncloa necesitaban pasar pantalla de la pandemia, de la crisis sanitaria y económica y encarar una nueva etapa con fuerzas renovadas para abordar la recuperación, auspiciada por el reparto de los fondos europeos. Una remodelación que se hace mirando a ese horizonte de revitalización económica pero también al horizonte electoral de 2023.

Si algo demostró el 4-M es que no hay proyecto sin partido y el PSOE languidecía desde que Sánchez llegó a la Moncloa.

Los socialistas no solo no tuvieron capacidad de reacción, sino también falta de banquillo para tejer una candidatura ilusionante. Prueba de ello es que se tuviera que recurrir a la ministra de Industria, Reyes Maroto, como una suerte de cebo electoral, sin mucho éxito, todo hay que decirlo.

La carga de profundidad de los nuevos fichajes de los que se dota ahora al Ejecutivo está pensada más que como una apuesta por el hoy, como una apuesta por el mañana, como un trampolín político para el futuro.

Los acontecimientos se aceleraron la última semana, pero los primeros movimientos ya comenzaron tras la derrota de Madrid. Una situación que reventó tras un movimiento político erróneo en Murcia que propició la desintegración de Ciudadanos y otorgó a Isabel Díaz Ayuso la coartada perfecta para activar el botón nuclear y presentarse como candidata de la derecha con un discurso extremo.

La situación cogió al PSOE con el paso cambiado, sin candidato en Madrid y con un PSM adicto a la «confrontación interna». Sánchez anunció cambios en la Ejecutiva del partido y ese mismo fin de semana –el 8 y 9 de mayo– desde Moncloa, el presidente empezó a mover piezas.

Habló con algunos a los que les consultó los cambios y les preguntó sobre el alcance de los mismos. Quiso saber su opinión. Incluso a algunos les planteó un papel en el nuevo Gobierno. Alguno de esos interlocutores supo el martes, 6 de julio, que «donde dije digo, digo Diego». Es decir, el presidente se echaba para atrás. Había fijado otras prioridades.

En su respuesta también recurrieron al refranero castellano, ese de «en martes ni te cases ni te embarques», y se bajaron del barco, comunicando al presidente su decisión. De forma elegante, sin ruidos ni estridencias, por los mismos canales que le comunicaron la decisión presidencial.

Sánchez activó la crisis de Gobierno tras reunirse con Ayuso en Moncloa. Comenzó a hacer llamadas el viernes por la tarde, contactos que se dilataron hasta la misma mañana del sábado, cuando saltó la inminencia de la remodelación gubernamental. Entonces hizo los últimos ajustes, volvió a hablar con algunos, pero ya estaba todo dicho, porque la vida son etapas. No aceptaron el premio de consolación.

El fichaje de Óscar López, relevo de Iván Redondo, fue de los que se cerró a última hora. El propio José Luis Ábalos tenía previsto un acto del PSOE la misma mañana del sábado para lanzar la campaña de afiliación del partido que se canceló de manera sorpresiva a las 10:00.

El hasta hace muy poco valor indiscutible en el PSOE, el que fuera secretario de Organización y ministro de Transportes salía del Gobierno.

Desde su entorno se argumenta que él mismo ha tomado la decisión de no continuar, pero lo cierto es que, además de las cuestiones personales, también han pesado las políticas. Sánchez buscaba su encaje en un ministerio de Estado, se rumoreaba que Defensa, que Ábalos entendía como una degradación que no estuvo dispuesto a aceptar y dio un paso al lado. En el Gobierno y en el partido.

Este hecho propició que no se acometiera una remodelación de mayor calado, que hubiera afectado a dos ministros que finalmente mantienen sus competencias: Margarita Robles y Fernando Grande-Marlaska. También pesó que Unidas Podemos no diera su brazo a torcer para perder presencia en el Gobierno. Sánchez tanteó con Díaz, a quien informó el viernes de la inminencia de la remodelación, la posibilidad de avanzar también en un adelgazamiento de la estructura ministerial.

La oposición de la cuota morada obligó a Sánchez a no abrir el melón de la renegociación del pacto de coalición. En la formación morada entienden que ya tuvieron su propia catarsis con la salida de Pablo Iglesias del Gabinete en abril y la necesidad de mantener los equilibrios entre las distintas familias que componen las confluencias animó a las partes a no avanzar en ese terreno pantanoso de una remodelación de mayor calado.

Tampoco Iván Redondo aceptó el planteamiento del presidente y decidió poner fin a su etapa con Sánchez. Había puesto su cargo a disposición en noviembre de 2019, tras la repetición electoral que le computaron como error y tras cerrar en 24 horas un pacto de coalición.

También ese fin de semana de mayo, después de una derrota en Madrid, que sus adversarios internos aprovecharon para intentar minar su rédito, cuando se echó a la espalda la candidatura de Gabilondo sin ninguna expectativa de superar a Díaz Ayuso en las urnas.

En ninguna de las dos circunstancias se aceptó esta posibilidad por parte de Sánchez. Ahora el presidente ha tomado su decisión e Iván Redondo se ha ido de Moncloa. Los análisis apuntan que Sánchez ha hecho del nuevo Gobierno un gobierno del PSOE. Un alto dirigente del partido comentaba con cierta sorna: «Eso es cierto, pero es un Gobierno del PSOE de 2016».