El personaje

Marlaska, un juez venido a menos

Desde su llegada al Gobierno de Pedro Sánchez, el ministro del Interior no ha tenido un solo día de tranquilidad

Marlaska
MarlaskaPlatónIlustración

Durante años fue un juez valiente y firme contra el terrorismo, en los años más duros y sanguinarios de ETA. Pero desde que Fernando Grande-Marlaska dio el salto a la política y llegó al Ministerio del Interior su figura ha estado en el ojo del huracán. Ha sido el ministro protagonista del verano, y a pesar de las fuertes críticas, el único en dar la cara frente a un gobierno vergonzante y escondido. Marcado por la última polémica de las devoluciones de menores inmigrantes a Marruecos, bajo una maraña judicial difícil de entender entre la Audiencia Nacional, la Fiscalía y el Gobierno autonómico de Ceuta, en las cancillería europeas admiten que en su equipo han sido los únicos en mantener contactos de alto nivel e, incluso, batutar el espinoso tema de los refugiados afganos, para su identificación y seguridad en nuestro país, mientras otros compañeros de gobierno, por cierto también algunos de ellos de la carrera judicial, se han mantenido en un silencio inexplicable. «Actúan como culebras de agua», dicen entre sus colaboradores de Interior ante la postura escurridiza de otros compañeros de gabinete, que en su día fueron sutiles conspiradores para escalar puestos en el Consejo General del Poder Judicial, (CGPJ). «Más que en un sillón de gobierno, está en una silla eléctrica», dicen alguno de sus colaboradores ante este verano «horribilis».

Desde su llegada al Gobierno de Pedro Sánchez no ha tenido un solo día de tranquilidad. «Es un juez del PP», decían algunos socialistas al recordar que fue propuesto al CGPJ por el gobierno de Mariano Rajoy. Pero Pedro Sánchez le escogió para una cartera estrella y conflictiva. Y, además, frente a todo pronóstico, le mantuvo en su cargo. Nadie sabe si por mantener intacta su confianza, o por no encontrar sustituto, lo cierto es que Fernando Grande-Marlaska se ha mantenido en el cargo pese a las cuchilladas de algún compañero del Ejecutivo. «Que tengan cuidado los del fuego amigo, él también sabe mucho», advierten en su entorno. Y entre tanto, Marlaska afronta un sinfín de conflictos: el más reciente ahora la política migratoria, la Guardia Civil, las cesiones al nacionalismo vasco con el traslado de presos etarras a cárceles del País Vasco y el olvido a las víctimas del terrorismo, denunciado por sus asociaciones. El que fuera juez del famoso «caso Faisán», que por un chivatazo impidió la detención de varios miembros de ETA, parece hoy por avatares del poder político una sombra del magistrado que fue y del que ya poco queda.

Fue uno de su conflictos más sonoros. «Si tuviera dignidad dimitiría». Esta frase circuló varias semanas entre los altos mandos de la Guardia Civil sobre la figura de Fernando Grande-Marlaska, ministro del Interior, y la dura sentencia contra su decisión de cesar al coronel Pérez de los Cobos. Un revés judicial sin precedentes a cargo de la Audiencia Nacional, el mismo organismo donde Marlaska ejerció como magistrado antes de su paso a la política. El revuelo en el seno del Instituto Armado fue enorme, por cierto el mismo organismo que ahora le exige los informes sobre el traslado de los menores de Ceuta a Marruecos. Según algunas fuentes, la propia directora de la Guardia Civil, María Gámez, atribuyó el cese del coronel a La Moncloa. El propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, respaldó la decisión de su ministro en una intervención en el Congreso y la justificó por una especie de limpieza de «policía patriótica». En la Benemérita celebraron la sentencia de la Audiencia y exigieron el final de purgas o intromisiones políticas. El departamento de Interior recurrió la sentencia, pero el coronel Pérez de los Cobos reclama que le repongan en su cargo. Por el momento, Marlaska guarda silencio y Moncloa le sostiene hasta que el veredicto sea declarado firme por la Sala de lo Contencioso-Administrativo del mismo tribunal.

Ironías del destino, Fernando Grande-Marlaska ha pasado de ser un juez juzgador, a ser juzgado. El PP, Ciudadanos y Vox exigen de inmediato su dimisión, y ha sido el ministro del gobierno más interpelado en el Congreso durante lo que va de legislatura. Algo muy duro para quien durante muchos años fue un magistrado de prestigio, azote del nacionalismo y el terrorismo etarra. Fernando Grande-Marlaska fue fichado por Pedro Sánchez como independiente, pese a que algunos compañeros le acusaban de haber estado en la órbita del PP. De hecho, fue el gobierno de Mariano Rajoy quien le propuso como vocal del Consejo General del Poder Judicial. Pero a Sánchez le gustaba este bilbaíno y su perfil de «progre» al ser el primer ministro homosexual casado de la democracia. Marlaska nunca ha ocultado su condición de gay y vínculos con el movimiento LGTB. En el año 2005, recién aprobada la ley entre personas del mismo sexo, contrajo matrimonio con Gorka Arotz, filólogo de profesión, y empezaron una vida juntos en un piso del madrileño barrio de Chueca. En su libro autobiográfico, «Ni pena, ni miedo», el actual ministro admite su homosexualidad y confiesa los problemas familiares que le acarreó. El más duro fue la reacción de su madre, ya fallecida, que estuvo quince días sin salir de casa y seis años sin hablarle. Marlaska siempre ha reconocido este hecho como un trauma, pero ha sido un fiel defensor del colectivo gay en lucha por sus derechos.

Nacido en Bilbao, su padre Avelino Grande, era policía municipal, su madre costurera y tiene dos hermanas. Toda su vida estuvo dedicada la justicia, desde el ingreso en la carrera en 1987, y su puesto en un juzgado de Santoña, Cantabria, donde investigó el suicidio de Rafael Escobedo, condenado por el crimen de los marqueses de Urquijo. De allí pasó al País Vasco, fue presidente de la Sección Sexta de lo Penal de la Audiencia de Vizcaya y llegó a Madrid para sustituir a Baltasar Garzón en la Audiencia Nacional. Grande-Marlaska fue siempre un juez comprometido contra el terrorismo de ETA, lo que le llevó a salir del País Vasco por numerosas amenazas de la banda hacia su vida. Instruyó números casos contra la violencia etarra, ordenó la entrada en prisión de Arnaldo Otegi, protagonizó el conocido «caso Faisán» ante el «chivatazo» que impidió las detenciones en el bar abertzale, y se hizo cargo del accidente del Yak-42 en Turquía que costó la vida a sesenta y dos militares cuando regresaban de Afganistán, entre otros muchos casos de renombre.

Consejero del Poder Judicial a propuesta del PP, llegó ser presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, el mismo organismo que hoy le espeta un tremendo varapalo judicial. Algo muy duro para una carrera como la suya. Pero desde su llegada a Interior, los traspiés han sido contantes: ceses de miembros de su equipo, entre ellos el anterior director de la Guardia Civil, traslados polémicos de etarras a cárceles del País Vasco, y una política migratoria llena de polémicas, las avalanchas de inmigrantes en el muelle de Arguineguín, investigadas por un juzgado de Gran Canaria, y ahora el polvorín de los menores en Ceuta. Se diría que su paso por la política no le ha sentado nada bien y que su figura está ahora en el punto de mira judicial.

En su vida privada, Grande-Marlaska lleva una vida discreta con su marido, Gorzka Arotz, y sus dos perros. Hubo un tiempo en que pensó en adoptar un hijo, pero luego lo desechó. Es habitual verle por los locales de Chueca, barrio emblemático para el colectivo LGBT. Le gustan la música, la lectura y algo de deporte. Muchos de sus compañeros en la carrera judicial no entienden sus errores al frente de Interior, en flagrante contradicción con su pasado. Y por ello, algunos le llaman «Pequeño Marlaska». Pero de momento, da la cara, aún a riesgo de que se la partan.