ETA
Parot sentía celos de que sus atentados se los atribuyesen a Urrusolo
La Razón accede al gráfico de la Guardia Civil de la detención de Henri Parot
Sentía celos de José Luis Urrusolo Sistiaga, “Langile”. Como el “comando Argala”, al que pertenecía, era el arma secreta de ETA y nadie sabía de su existencia, algunos de los atentados que él y sus compinches cometían se atribuían al citado pistolero, que se había convertido en uno de los más buscados por las Fuerzas de Seguridad.
Henri Parot, un francés nacido en Argelia que se había metido a asesino etarra, le sentaba mal que sus “importantes méritos” se los apuntara el otro terrorista y así se lo comentó a la Guardia Civil tras ser detenido en un control de seguridad en la localidad sevillana de Santiponce, en una acción cuyo gráfico oficial publica hoy LA RAZÓN.
La citada célula, integrada por ciudadanos franceses, era el “as en la manga” que tenía ETA para presionar al Gobierno en determinadas ocasiones. Nadie, salvo los máximos dirigentes de la organización criminal, sabían de su existencia y se movían por España como simples turistas o visitantes, a borde de vehículos con matrícula gala.
Era lógico, por lo tanto, que cuando se producía un atentado, el nombre de Urrusolo, y otros que aparecían en los carteles de los más buscados, fuera citado como uno de los posibles autores del crimen en cuestión. Y eso, a Parot le sentaba fatal.
Tal vez fue una de las razones para que, una vez que se vio delante de los agentes de la Unidad de Servicios especiales (USE) del Servicio de Información de la Guardia Civil (SIGC) se decidiera a contarlo todo, incluso algunas cosas que, al no poder ser verificadas, no se pudieron incluir en diligencias, como la participación de destacados miembros de Herri Batasuna en la entrega de cartas-bomba que eran depositadas en buzones de los domicilios de las víctimas.
El “comando Argala” fue creado en 1978 por el cabecilla etarra Domingo Iturbe Abasolo, “Txomin” (que, según se ha sabido ahora, murió en Argel al estallarle una bomba de mano en un campo de entrenamiento). La célula estaba siempre a las órdenes directas del que era responsable del “aparato militar”, que les marcaba los objetivos contra los que tenían que atentan en España. A “Txomin”, le siguió Juan Lasa, “Txikierdi”; después, José Luis Arrieta Zubimendi, “Azkoiti”; y, finalmente, Francisco Múgica Garmendia, “Pakito”.
Hasta su desarticulación, en abril de 1990, perpetró 41 asesinatos. Y de eso se sentía tan orgulloso Parot, celoso él de no ser reconocido como el criminal entre los criminales, al menos mientras estuvo en libertad, ya que, cuando ingresó en prisión, según me reveló un alto responsable de Instituciones Penitenciarias, se pasó largos días llorando en su celda, sin querer comer ni hablar con nadie: pena, no; arrepentimiento, no; rabia, tampoco...miedo, puro miedo.
De hecho, cuando fue detenido llevado a las dependencias de la Guardia Civil en Sevilla, que se hallaban ubicadas en uno de los edificios donde se celebró la Expo, con largas galerías y altos techos, preguntó si “me vais a fusilar”. No había confesado aún su participación en la masacre de la casa cuartel de Zaragoza y, dentro de su mente criminal, pensaba que los agentes se tomarían venganza. Sólo conocía a la Benemérita desde los muros que pretendía y logró, en más de una ocasión, derribar.
Célula francesa
Al ser todos los integrantes de la célula franceses, podían llevar una vida de “legales” (sin fichar); se trasladaban a España, cometían un atentado y, sin problemas, regresaban a sus actividades habituales en suelo galo. En una ocasión, el coche de Henri Parot, creo recordar que un Simca 1.200, que tenía un escondite para guardar armas, fue interceptado por la Policía después del atentado en la calle Corazón de María de Madrid en la que fueron asesinados varios militares, entre ellos el teniente general Gómez Hortigüela.
Se buscaba a un vehículo de esas características gracias a los datos aportados por un testigo: Pero como el coche llevaba matrícula francesa, pasó el control sin problemas. La mayoría de los atentados fueron realizados en la capital de España contra jefes militares, contra el magistrado del Tribunal Supremo José Francisco Mateu Cánovas (cuyo hijo, teniente de la Guardia Civil, también fue asesinado por ETA) y la fiscal de la Audiencia Nacional Carmen Tagle. También fueron los autores del citado atentado contra el cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza en 1987; y contra la Dirección General de la Guardia Civil en Madrid (en dos ocasiones).
La cúpula de ETA, antes de ser desarticulada por la Benemérita en la operación de Bidart, en marzo de 1992, había diseñado un plan para boicotear los importantes actos de repercusión internacional que tuvieron lugar en España ese año: la Expo, los Juegos Olímpicos y la Capitalidad Europea de la Cultura. “Pakito” no se lo pensó dos veces y decidió utilizar al “comando Argala”, al que iba encargando, de forma paulatina, la comisión de más atentados. El objetivo era obligar al Gobierno a negociar con ellos.
Parot, según se revela en el libro “Historia de un desafío”, del que se ha realizado una brillante serie televisiva, se lamentaba de no haber dispuesto como explosivo de “Goma-2” ya que “habríamos destrozado España»; incluso estaban dispuestos a protagonizar un atentado espectacular: atentar contra un avión en vuelo introduciendo una bomba o con misiles.
A la cúpula de ETA, que se agrupaba bajo el apodo de “Artapalo”, se les ocurrió que volar la Jefatura Superior de Policía de Sevilla podía ser un aldabonazo contra el Gobierno y un aviso de que debían negociar si querían tener un 1992 tranquilo. Encargaron el “trabajo” a Parot y los suyos. Lo que no podían pensar los que hasta entonces se habían movido por España con total impunidad que iban a topar con un control de la Guardia Civil de los que se habían montado precisamente para evitar este tipo de acciones criminales.
El vehículo recién pintado
El 2 de abril de 1990, a la altura de la localidad sevillana de Santiponce, estaba instalado uno de estos controles y el automóvil que conducía Parot fue seleccionado para ser inspeccionado. Lejos de detenerse, emprendió la fuga a tiros. Circulaba en un Renault 14 rojo cargado con 310 kilos de amonal, e iba acompañado por otros dos terroristas (Jacques Esnal y Frederic Haramboure) en otro vehículo en funciones de lanzadera (precisamente para avisar de la existencia de los controles, lo que, obviamente, no pudieron hacer); se dieron a la fuga y fueron detenidos con posterioridad en Francia. Parot no dio sus nombres hasta que calculó que ya estaban en territorio galo.
A los guardias les llamó la atención el hecho de que el vehículo de Parot parecía recién pintado. Pudo sortear la primera parte del control, pero no la segunda, en la que se activó el sistema que pincha las ruedas e inmoviliza los vehículos. Una vez retenido, con el uso normal y proporcional de la fuerza (algún golpe se llevó, ya que disparaba a matar), suplicaba que, pese a ser de ETA, no le mataran allí mismo. La antesala del lloriqueo que protagonizó en la cárcel.
Este sujeto es el que iba a ser objeto de un homenaje y los organizadores deberían explicar cuál de los atentados que cometió es el que motiva la pretendida exaltación de su persona o si son todos en su conjunto; o si lo que les maravilla es el odio, tan de moda los delitos de este tipo en los tiempos que corren, que Parot tenía en el cuerpo para hacer lo que hizo.
Es casi seguro que entre los que pensaban asistir a ese homenaje habrá algunos que disfrutaron de la Expo de Sevilla (o tienen algún familiar que sí lo hizo) y siguieron con atención los Juegos Olímpicos, aunque sólo fuera para ver que a España se le escapaba alguna medalla. Esos acontecimientos eran los que pretendía enturbiar Parot por orden de ETA.
Por supuesto que ninguno de ellos estuvo en el funeral por las 11 víctimas del atentado de Zaragoza y vivió, como los presentes, la intensa emoción y rabia por lo ocurrido. Ni se ha entrevistado jamás con los familiares de las víctimas, ni ha viajado hasta Torredonjimeno, en Jaén, donde están enterradas las gemelitas Miriam y Esther Barrera Alcaraz, para pedir las fotografías, cuya publicación, llegó al corazón de todos los españoles de bien. Ellos prefieren aplaudir a sus asesinos. No hay mayor odio, pero de ése no se ocupa el Gobierno, con los acercamientos de etarras al País Vasco, sino de beneficiar a uno de los autores de la masacre.
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