Julio Valdeón

Pacto o enjuague

Desde 1985, o sea, desde que la Ley Orgánica del Poder Judicial permite volarle los dientes a la separación de poderes

Llegaron los vientos del norte, cae la lluvia como una maldición blanca. En un Madrid asomado a la recta final del otoño, de luces de confeti y Navidad anticipada, los dos partidos sistémicos ultiman la renovación del CGPJ. Repiten la jugada igual que antes lo hicieron sus mayores, y los mayores de sus mayores, con la máquina de suturar enjuagues. El camelo se repite desde 1985, o sea, desde que la Ley Orgánica del Poder Judicial permite volarle los dientes a la separación de poderes. Con el poder legislativo pilotando el gobierno de las togas. Después del bodrio consumado en el Constitucional, tras el espectáculo de los jueces afines y la campaña mediática, diseñada para hablar sólo del ropón escorado a la derecha, volvemos al CGPJ, bloqueado por la pinza bicéfala.

Desde el PP siempre podrán decir que actúan en defensa propia, o sea, nuestra. Negarán las tentaciones nepotistas, los espasmos sucios del enchufismo. Ellos actúan animados por la urgencia de desplegar cortafuegos. Con la pinza en la napia, porque debemos cerrar como sea el trote de la marea ciclónica, antes de que anochezca, en un tiempo en que los iliberales ya pasean por las colinas de RTVE, el CNI o el CSIS. A falta de mayorías suficientes, incapaces de intervenir por goleada en el parlamento, los enemigos de los contrapesos liberales aspiran a tumbar los árboles como si fueran castores, royendo gota a gota los cimientos. O reforzamos la empalizada o la judicatura también caerá bajo la orquesta de misiles. Los jueces resisten, pero acumulan pelos en la gatera. Crece el rumor de los avisperos mediáticos. No olviden los precedentes inmediatos. Algunos querían meter yesca al Constitucional, después de que censurase la inconstitucionalidad de los decretos del confinamiento. Agarrados a la baza de la peste, el gobierno y legisladores limitaron derechos fundamentales, con un presidente que eludió el control del legislativo y chapó el parlamento. Sólo faltaba ahora hacer lo propio con el Supremo. De ahí que el CGPJ sea el escenario de una pelea incendiaria.

Según el PP no tendríamos acuerdo si el PSOE no acepta antes reformar la ley. Que al menos la mitad de los jueces sean elegidos por sus iguales. Una aspiración poco desproporcionada o fantasiosa. Pide lo mismo la Unión Europea. Bruselas marca a Polonia y, en el caso de España, ya frenó el conato de reforma chusca, capitaneada por la mutación Frankenstein. Como recordamos hace unas semanas, un profesor de Constitucional, Germán M. Teruel Lozano, propone que el cambio de la ley no sea condición innegociable y que los políticos cumplan con su deber bajo el chisporroteo de los focos, no en los reservados. Que antepongan la excelencia profesional a cualquier otro criterio y que evalúe méritos un comité de sabios.

En Estados Unidos los dos partidos husmean como sabuesos la matrícula de quienes aspiran al Supremo. Ya les adelanto que tampoco ese sistema resulta infalible. Hay choques de egos, conatos de rebelión. Abundan las acusaciones de caciquismo. Los dos grandes tratan de eliminar al aspirante del enemigo y buscan imponer a los propios. Pero una cosa es negociar nombres y otra asumir como inevitable que haya que meter a los más sumisos para compensar que el rival haga lo mismo, incapaces todos de anteponer el sentido de Estado, qué demonios, el simple decoro, al ansia por alicatar hasta el último centímetro con el croquis de la partitocracia. No puede ser que por cada magistrado que cumpla con los criterios objetivos haya otros con la camiseta a cuestas.No hay duda de que el parlamentarismo necesita del pacto entre los dos grandes. Pero no de cualquiera forma, no a cualquier precio. Esperemos que a la inflación y la luz, al ataque del identitarismo y el auge nacionalista no toque añadir otro bocado a la independencia judicial, indispensable para que la democracia no exhale y ahogada por la desacomplejada jeta de los pequeños caudillos.