Antonio Martín Beaumont

Pedro Sánchez no suma

El PSOE lleva tiempo con un grave problema de desmovilización. Una derrota de Sánchez allí es un punto de no retorno

Cuando los «amigos íntimos» se convierten de repente en «conocidos», el declive del político afectado no tiene vuelta de hoja. Incluso cuando se trata de Pedro Sánchez, que si algo ha demostrado en los últimos años es vivir resucitando cada día. No es raro que titulase su libro «Manual de Resistencia».Si algo ha traído la nueva política son personajes que han pasado a velocidad de vértigo de «asaltar los cielos» a estar bajo tierra. Sánchez, sin embargo, instalado en La Moncloa, ha salido a flote más pendiente de cargar a los demás sus culpas que de gobernar. Y, personalmente, no le ha ido mal. Mariano Rajoy, Albert Rivera, Pablo Iglesias o Pablo Casado, por no hablar de compañeros del alma capaces de arrojarse junto a su jefe por un precipicio, como José Luis Ábalos, Carmen Calvo o Iván Redondo, son ya ilustre historia. Pero todo tiene un límite.

Parece que la campaña andaluza va a ser la línea que visualice en toda España el declive irreversible de Sánchez. Basta poner en marcha el aplausómetro de los numerosos alcaldes socialistas para comprobar que demasiados de ellos están de perfil ante el 19-J. El miedo es libre y muchos consideran que hacer campaña junto a Juan Espadas, y de la mano de su mentor Sánchez, va a lastrar sus opciones en mayo de 2023. Ven servida la debacle y todos huyen de la foto de la derrota. El PSOE lleva tiempo con un grave problema de desmovilización. En Andalucía ya pudo comprobarse en 2018 con Susana Díaz, que obtuvo casi quinientos mil votos menos en las elecciones autonómicas que los que poco después obtuvo su partido en las municipales, con los alcaldes volcados en lo suyo. Los estudios cualitativos que maneja el PSOE señalan que la desidia en las filas socialistas andaluzas es mayor cuatro años después. Desde que Juanma Moreno llegó al Palacio de San Telmo, ha ido desmontando racionalmente la red clientelar que tejió «la PSOE» durante cuarenta años.

Decir que el sanchismo comenzó hace meses un acelerado declive no es ninguna novedad. Los varapalos electorales consecutivos de sus candidatos en Madrid y Castilla y León lo atestiguan. El batacazo de Sánchez contra Isabel Díaz Ayuso hace poco más de un año,cuando el socialismo no consiguió ni ser segunda fuerza parlamentaria, permitió que el centro derecha visualizase que había una alternativa. Insufló ilusiones al PP otra vez, hasta incluso cambiar su estrategia de oposición, sustituyendo al líder para ponerse en el camino directo hacia el poder. La cita electoral en Andalucía, guste más o menos a los asesores monclovitas, puede ser, de cumplirse lo que señalan todos los sondeos, la «entrada en la UCI» del entramado político que encarna el presidente del Gobierno. La comunidad andaluza representa para el PSOE lo mismo que Galicia para PP. Para ambos partidos, son símbolos. Las Galias donde refugiarse cuando vienen mal dadas. Una derrota de Sánchez allí es, sin duda, un punto de no retorno.

Lógicamente, Sánchez y sus ministros son quienes en realidad van a llevar el peso de la campaña. No les queda otra. Necesitan salir al rescate del soldado Espadas, perdido en las encuestas. Lo que ocurre es que el nivel de movilización del secretario general del PSOE ya no es el que era cuando en 2016 llenó hasta la bandera un acto en Dos Hermanas en el que comenzó a cavar la tumba política del socialismo andaluz «de toda la vida»: el de Susana, Griñán, Chaves, Guerra, Felipe… Ahora, cuanto más aparece el presidente más se desmovilizan sus votantes rumbo a la abstención o, quien lo diría, hacia «la tranquilidad de Juanma». El olor de Podemos, ERC, Bildu impregna el sanchismo. Curiosamente, la Andalucía que disparó la figura política de Sánchez, tiene en su mano certificar que los aires de cambio inflan las velas del gallego Alberto Núñez Feijóo.