Inmigración
Melilla: la costumbre de la anormalidad
LA RAZÓN habla con los vecinos para conocer cómo viven: «Somos una ‘islita’ rodeada que se siente muy española»
«Somos una islita aquí rodeada que se siente muy española y que da problemas», nos resume Juan Miguel Lucas, jubilado, empresario a caballo entre las dos fronteras, 79 años de vida en Melilla. «Estamos acostumbrados lamentablemente a lo que pasó el viernes pasado, hemos tenido momentos en que se producían cuatro asaltos a la verja a la semana, que está ahí por necesidad», reconoce su hijo en torno a un velador de una cafetería de la calle General Prim del centro melillense. Con una mezcla de resignación y aparente normalidad, Melilla asimila, una semana después, la última tragedia en la doble valla fronteriza –23 muertos oficiales, 37 según organizaciones no gubernamentales, además de decenas de heridos– como consecuencia de los choques entre fuerzas de seguridad marroquíes y migrantes subsaharianos.
Los melillenses aceptan con una mezcla de resignación y aparente normalidad el asalto. A pesar de estar rodeada por territorio marroquí, con el amenazante macizo del Gurugú –que hoy sirve de refugio a jóvenes procedentes de distintos puntos del África subsahariana en espera del momento de tratar de acceder a suelo español y europeo– en su skyline, Melilla ha logrado hacer virtud de sus limitaciones y vivir en una suerte de ensimismada placidez. «Lo que pasó en la frontera y todo esto de si la OTAN nos va a proteger es algo que se comenta y preocupa más en la Península y en los medios de comunicación nacionales que aquí entre los vecinos», nos explica Mohamed, camarero en un concurrido bar de la plaza de las Cuatro Culturas, otro símbolo de una ciudad mestiza que hace gala de la concurrencia armónica de culturas cristiana, musulmana, judía y romaní.
Si en España por cada dos vecinos hay tres opiniones, no iba a ser menos en la ciudad autónoma, hispana desde 1497. “Esta es una ciudad particular, cada vez más mestiza, donde los musulmanes son más de la mitad de la población, pero que se siente española y donde la lengua castellana tiene un arraigo fortísimo, aquí y también al otro lado de la frontera”, opina a La RAZÓN el cineasta melillense Driss Deiback. “No nos sentimos amenazadas por Marruecos, ni se va a producir nunca una guerra entre los dos países. De eso podemos estar seguros, no tanto de que no pueda producirse un conflicto entre Argelia y Marruecos. Rabat es aliado de Occidente y un país clave en la lucha antiterrorista con unos servicios de inteligencia y una diplomacia punteros. Además, lo ocurrido ha sido una desgracia para Marruecos, con un rey como Mohamed VI que está teniendo una especial sensibilidad hacia África”, prosigue el autor del documental ‘La última frontera’ y gran conocedor del drama migratorio. "
“Estamos en manos de un Gobierno, el de Sánchez que ha perdido el rumbo”
“Yo creo que más pronto que tarde esta frontera se cierra otra vez. Cuando no es una cosa es otra. No nos sentimos seguros”, estima una dependienta de un comercio tradicional de ropa en la avenida Juan Carlos I. “Una de las cosas que más angustian es ver que los melillenses estamos en manos de un Gobierno, el de Pedro Sánchez, que ha perdido el rumbo y un Marruecos que cambia de opinión cada cinco minutos”, lamenta Juan Miguel Lucas, propietario durante décadas de una empresa de carrocería y remolques en Nador.
Al caer la tarde, en la frontera de Beni Ensar dirección Marruecos, Farah Benaisa, empleada de una tienda en el centro comercial y colaboradora de la Cruz Roja, no oculta su tristeza. “Ha sido muy duro ver lo que ha ocurrido, pero es un problema complicadísimo”, explica a La Razón la joven, que abandona a pie Melilla al terminar su jornada laboral rumbo a la localidad fronteriza para pasar un rato con su hermana antes de regresar a la ciudad autónoma. Castellano, rifeño y árabe marroquí se mezclan en la espera para peatones y conductores, donde mes y medio después de la reapertura de la frontera, las colas han regresado con toda su intensidad.
En el barrio del Real, antiguo distrito militar, a unos pocos centenares de metros de la frontera del Barrio Chino, el lugar de la tragedia, un grupo de mujeres mayores en tertulia vespertina admite a La RAZÓN su falta de conocimiento ante lo sucedido. “La verdad es que no sabemos muy bien lo que ha pasado, pero qué dolor de criaturas. Nosotros, ya lo puedes ver aquí, vivimos con los musulmanes juntos y estupendamente desde siempre”, confiesa María del Carmen, 77 años, nacida en Zeluán (Marruecos, antiguo Protectorado) y residente en Melilla desde los trece. “Un desastre para todos. Pero ¿qué podemos hacer nosotros?”, se pregunta Mohamed en la concurrida calle de La Legión. Estamos a pocos metros de las pardas tierras rifeñas y las barriadas de Farjana y Beni Ensar se confunden con el caserío melillense, pero aquí los vecinos hablan de Marruecos como si les separaran miles de kilómetros.
En el día, coincidencias de ciudades mestizas, del 25 aniversario de la retrocesión de Hong Kong a China, Deiback se atreve a dibujar el futuro de la ciudad autónoma. “Melilla, a la que yo llamo ciudad alquilada, camina a medio plazo rumbo a la ‘hongkonización’, hacia una soberanía compartida. Marruecos se está cansando de ser gendarme y portero de la discoteca europea. Pero aquí no ocurrirá como en Argelia: Melilla es otra cosa”, vaticina. Unos y otros coinciden, con todo, en que no cabe otra cosa a corto plazo que incrementar la cooperación policial con Marruecos y en buscar soluciones a largo plazo al problema migratorio. Las dudas son casi todas: desde el futuro de la frontera pasando por la crisis económica, las siempre turbulentas relaciones con Marruecos y, cómo no, el drama fronterizo. Alguna certeza, como la del presidente melillense Eduardo de Castro esta semana: “Se puede levantar la valla más alta, pero los inmigrantes buscarán la fórmula para entrar”.
✕
Accede a tu cuenta para comentar