España

Mi resaca

Sólo Pedro Sánchez puede esbozar una sonrisa después de acabar un debate sobre el estado de la nación así. Lo empeoró la ola de calor que te ablanda el cogote sudado, con lo que no queda claro si este estupor enajenado te lo provocan los grados centígrados o la pila de neuronas muertas que deja Gabriel Rufián en tu cabeza al acabar su espectáculo de varietes .

El mal gusto va por barrios, pero estos días en el Congreso hizo migas con todos los grupos políticos, aplatanados, apisonados por un Gobierno que ya hace aguas, que busca las tablas dando cornadas al capital y a los usureros de la vida cotidiana, pidiendo la hora en definitiva. Entre fuerzas oscuras y curanderos, el presidente agita la fórmula de culpar a un enemigo ausente y oscuro que siempre acaba por sacarte los ojos. Ese mal sonríe desde el fondo de las facturas y los tiques de la compra en meses larguísimos, profundos, puercos; donde los salarios tiritan al ver la dentadura fría de nuestros vampiros del Ibex 35. Guiñando a Yolanda Díaz, que ensaya un nuevo invento, sonriendo de medio lado a sus compañeritos de banca, Sánchez les pone un castigo a los abusones de la clase, que se escalabran en la Bolsa con sólo escuchar su penitencia, sin probarla todavía.

No hay nada más retrógrado, más anti-anti que una buena multa, qué grisura esto de aplicar el castigo ejemplar. Nuestro actor, Sánchez, saca la porra y carga contra el capitalismo, pero acaricia el lomo de los descamisados regalando billetes para el tren de cercanías, que es un lujo proletario bananero aunque en tu pueblo no haya ni estación, ni un mal paso a nivel. Si el gasoil de los vagones o el salario de los maquinistas naciera como lo hacen las matas, al alcance de cualquiera, entre las vías, el cuento tendría un final feliz, pero hablamos de realidades caras que pagamos a escote entre todos, fachas, progres y mediopensionistas achicharrados por este IPC mal. La única verdad de toda esta farsa, que pesa como una mala resaca: con remordimiento y dolor de cabeza.