Rebeca Argudo

Una política mejor

Feijóo, en sus quince minutos, conseguía desnortar a Sánchez con un discurso claro, sosegado y de propuestas concretas frente a las «requetecontrarréplicas» nerviosas y balbuceantes

El formato del primer debate cara a cara entre Pedro Sánchez y Alberto Nuñez Feijóo favorecía claramente al primero de ellos: este había limitado el encuentro a la cuestión energética y económica, hablaría en primer lugar y durante tiempo ilimitado. Feijóo (y no solo Feijóo, sino todos los grupos) dispondría de quince minutos de intervención y cinco más tras la respuesta sin tiempo limitado de Sánchez, que podría volver a intervenir de nuevo. Vamos, que no era propiamente un cara a cara. En el PP bien sabían que esto no les favorecía y se conformaban con no salir demasiado mal parados. Contaban a su favor con los resultados de las encuestas de cara y el desgaste de Sánchez, pero no parecía suficiente para ser demasiado optimistas. Digamos que salían a no perder por mucho.

Sánchez empezaba a las cuatro con una intervención de más de una hora en la que trataba de lanzar un mensaje de cierta tranquilidad ante un escenario incierto («nos preparamos para lo peor»), con ese tono mesiánico de monitor de cole con nuevas metodologías educativas y si puedes soñarlo, puedes lograrlo.

La culpa de todo la tiene Putin, era el mensaje, y, cuando no la tiene Putin, la tienen los poderes económicos. Cuando no, los medios; y, cuando no, el PP. Y, cuando tampoco, es que no se podía saber. Feijóo, en sus quince minutos y contra todo pronóstico, conseguía desnortar al presidente con un discurso claro y sosegado, bien articulado, con propuestas concretas (descuentos para familias y pymes que ahorren energía, ayudas a empresas, ahorro institucional, aprovechamiento de fuentes de energía…) y evitando la crispación. El discurso de un político centrado en lo importante, en lo que preocupa a los ciudadanos. «Los españoles se merecen una política mejor», le ha espetado a Sánchez, y no solo lo ha hecho con palabras. Antes de acabar su intervención ha ofrecido al Presidente un pacto de estado («como aliado, no como socio permanente») a condición de que se deshiciera de los ministros que no ha nombrado él, aquellos que no han estado a la altura y de que rompiera sus acuerdos con los partidos independentistas.

Un Sánchez visiblemente nervioso y a la defensiva, ha rechazado la oferta. Una decisión que, no solo es un fallo estratégico a estas alturas y en el escenario en que nos encontramos, sino estético: por mucho que Sánchez haya querido hacer pasar su negativa por una falta de predisposición del principal partido de la oposición, ha quedado meridianamente claro que este PSOE prefiere las servidumbres con los independentistas. O, dicho de otro modo, Sánchez se debe a sí mismo y son sus intereses personales los que antepone, en un momento excepcional, a los intereses de su país.

En esta réplica interminable, en la que, ni por respeto o elegancia, ha sido capaz de hacer un uso decoroso del tiempo, un Sánchez balbuceante ha empleado mucho, demasiado, de ese tiempo en atacar personalmente a su adversario, en un ad hominem continuo y bochornoso. Ha oscilado en ocasiones entre el cinismo y la chulería, totalmente fuera de lugar ambas actitudes, y ha ejercido más de oposición en elecciones comarcales que de presidente de la nación. Tan a la defensiva que no cabía duda alguna de quién era al que le habían dado la tunda, como ese boxeador desnortado que, al borde del desfallecimiento y con el ojo a la virulé, sigue palmoteando al aire y gritando que le dejen solo, que ya lo tiene. Todavía le quedaban cinco minutos de réplica a Feijóo, Sánchez le enviaba a estudiar (en lo que podría ser un resumen de su honestidad argumentativa) y todo hacía prever que, a pocas ganas que Feijóo le pusiese, esos cinco minutos podían ser el uppercut definitivo. Y vaya si lo ha sido.

Desde la calma, sin entrar en la descalificación ante un Sánchez tan enloquecido («me ha llamado dictador, me ha llamado dictador») que incluso ha sacado él a ETA porque Feijóo no lo ha hecho (y a él le venía en el guión que sí), hasta se ha permitido lanzarle algún dardo envenenado pero sutil. «Yo no le he llamado dictador: un dictador es alguien que gobierna sobre todo un pueblo, y usted no gobierna ni en su partido» o «he estudiado el CV de sus ministros y me ha llevado varios segundos», son dignos de entrar en los anales junto a aquel mítico «tahúr del Mississippi con chaleco floreado».

Terminaba la cosa con un tan contundente «su intervención no es propia de un presidente, para hacer oposición sólo tiene que esperar a las próximas elecciones» que la requetecontrarréplica de Sánchez (que la ha habido) ha debido pasar a la historia como la menos atendida de nuestra democracia. No creo que hayan prestado atención ni en la enfermería del Senado, donde ya debían estar preparando el desfibrilador.