Opinión
Cataluña: El necesario final de la quimera
De ese independentismo ilusionista no todos han despertado de la misma manera y ni siquiera todos han despertado.
Cataluña no se merece continuar en el marasmo político que la mantiene empantanada por la responsabilidad del bloque independentista. No se merecen los catalanes que una pugna dentro del endogámico secesionismo por la hegemonía «político-patriótica» y por el poder institucional los mantenga enquistados en una situación de parálisis en la gestión política de las cosas de comer.
De hecho, la confrontación entre independentistas es el efecto derivado de una ensoñación que no podía salir bien porque nunca ha tenido en cuenta la plural realidad sociológica interna, la legalidad española que debe cumplirse y la coyuntura internacional absolutamente reacia a la creación de un nuevo estado en Europa. De ese independentismo ilusionista no todos han despertado de la misma manera y ni siquiera todos han despertado.
Por fortuna, Esquerra ha tomado buena nota y ha adoptado una estrategia pragmática y posibilista que consiste básicamente en diferir el objetivo final hasta que se den mejores condiciones objetivas para conseguirlo, señalando entre ellas que muchos más miles de catalanes estén a favor de la independencia porque les ofrezca una mayor credibilidad como proyecto. En cambio, por desgracia, Junts sigue enquistado en un relato quimérico, unilateralista, irredento, mágico y sentimentalista que seguramente está pensado estratégicamente para continuar teniendo suficiente cuota electoral hasta que pueda recuperar, aunque sea por tan solo un diputado, la Presidencia de la Generalitat.
En estos frenéticos días, esta paralizante situación de la vida política catalana parece estar llegando a sus últimos límites, pues las tres condiciones que Junts exigía públicamente a Esquerra para continuar en el gobierno de coalición, no parecían asumibles por parte de las huestes de Junqueras si aplicamos la lógica institucional del gobernar, la coherencia política y el sentido común, tres valores que en la Cataluña de los últimos años resultan muy difíciles de conjugar. Una conducción estratégica conjunta del independentismo es imposible con las dos posiciones antagónicas que ahora existen entre acelerar otra vez el «procés» incluyendo la unilateralidad o mantenerlo en estado latente dentro de la legalidad sin acciones extremas que lo desacrediten por irrealizables. Que solo se hable de amnistía y autodeterminación en la mesa de diálogo con el Gobierno central es otro imposible porque en la práctica sería defenestrarla dado que es bien sabido que eso no lo puede admitir el presidente Pedro Sánchez.
Y que en el Congreso de los Diputados se alce una sola voz secesionista, es igualmente imposible para Esquerra porque anularía sus posibilidades de hacer política según su estrategia y representaría un entreguismo a los designios frentistas de Junts, partido que no olvidemos además es básicamente conservador. Esquerra teme que una parte del separatismo más radical que ahora le vota se vaya con Junts si no es capaz de seguir convenciéndoles de que no ha dejado de buscar de verdad la independencia. Junts no parece en cambio tener miedo alguno a perder electorado y piensa por el contrario que lo ganará si Esquerra sigue por la vía pragmática porque eso se verá como una traición por parte de un sector importante del secesionismo cabreado por frustrado.
Sin embargo, en cualquier caso, si se pone a la ciudadanía como el objetivo único de la política, entonces se vuelve a tomar el norte de lo que resulta correcto hacer. A saber, tener coraje de estadista para, en esta endiablada coyuntura histórica de Cataluña, cambiar su marco político situando a la independencia como un objetivo de máximos para quienes la deseen (es decir, una utopía en lugar de una quimera), pero sin que se margine ni determine en cambio a la política real y concreta que debe afrontar una crisis económica y social que no ha hecho más que empezar, que sufren especialmente los sectores más desprotegidos de la sociedad catalana y que de no tener soluciones correctas y consensuadas afectará muy negativamente al futuro de Cataluña. Y, por supuesto, gobernando desde la institucionalidad para todos los catalanes y no solo para el secesionismo.
En tiempos de nacionalismos populistas, el mejor antídoto es volver a tener conciencia de que solo cuando la ideología va acompañada del realismo político y del rigor en la gestión se conduce a los países a la prosperidad. Creo que la izquierda catalana no independentista lo sabe. Esquerra parece que transita por ese camino porque ha comprobado que no hay otro. Y en el caso de Junts todavía albergo la lejana esperanza de que finalmente esa conciencia se le aparezca un día de estos. Existe en Cataluña la gran oportunidad de que otro gobierno diferente presidido por un sano pragmatismo conduzca de nuevo a los catalanes por la senda del «seny» que debe enterrar a la «rauxa»: Jaume Vicens Vives «dixit».
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