Rebeca Argudo

Sánchez no sabe y no contesta

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, en el Senado
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, en el SenadoKiko HuescaAgencia EFE

Alberto Nuñez Feijóo elevaba el tono, como era de esperar, en el cara a cara con Pedro Sánchez ayer en el Senado. Y no, precisamente, porque al líder de la oposición lo manejen identificables poderes mediáticos, como deslizaba Sánchez en bochornosa acusación: porque era su obligación exigir explicaciones. Arrancaba Feijóo con la enumeración de los últimos despropósitos del Gobierno y contestaba el presidente con el tono chulesco de monologuista que se le pone cuando se tensa. Así, entre chistecitos ensayados («¿Dónde ha dejado su moderación? ¿En objetos perdidos con su supuesta autonomía política?»), consignillas atribuladas («Usted con sus insultos no daña a este gobierno, daña a la convivencia y a la democracia») y fanfarronadas pasivo-agresivas con sonrisilla arrogante («Le veo muy alterado, le veo muy alterado»), se revolcaba Sánchez en el lodazal del aplauso cortesano con fanfarria. Que le gusta a Sánchez un olé y un guapo más que comer con los dedos. En su línea de hacer oposición a la oposición, en lugar de dar explicaciones o justificar uno solo de sus desaguisados, este presidente nuestro (ay, cómo escuece) dedicaba la totalidad de los minutos de su respuesta precisamente a evitar hacerlo. Ojo, que tiene mérito: conseguir sin sonrojo no invertir ni un segundo en asumir la más mínima responsabilidad y no hacer mención, ni de refilón siquiera, a ninguno de los requerimientos que le planteaba el líder de la oposición (las mentiras de Grande-Marlaska, los insultos a los jueces, supresión del delito de sedición, las excarcelaciones y reducciones de pena de agresores sexuales, rebajas de penas por malversación de fondos públicos…) no debe ser fácil. Aunque tengas entregada a la cáfila de hooligans en que se ha convertido este PSOE podemizado a golpe de servidumbres, hay que tener la cara de hormigón armado para sentir que no se debe ni la más mínima de las explicaciones, ya no a la oposición (cuya obligación es, precisamente, fiscalizar al poder), sino a la ciudadanía. Reconozco que, a estas alturas, reclamarle al Chayanne de Aliexpress que habita Moncloa un poco de dignidad y respeto es como pedirle diligencia a Irene Montero.

Feijóo acababa su siguiente intervención recordándole con ironía que, de gustar, esta era la ocasión, la segunda, de contestar a sus preguntas y definía su mandato como «la pesadilla más grande que ha vivido España». Contestaba Sánchez, simulando calma pero con la mandíbula prieta, que habían sido los españoles los que le habían hecho primera fuerza política. Se le olvidaba apuntar que fue incapaz de formar gobierno porque no le daban los números, que el Rey disolvió las cortes y tuvo que arrastrarnos a todos de nuevo a las urnas para acabar pactando con quien dijo que no pactaría y perder el 10% de los votos en el camino. A continuación y sin solución de continuidad, se dedicaba a contar lo que le venía en gana, porque para eso todo esto que ves, hijo mío, es suyo. Como la Fiscalía. Luego y sin el más mínimo rubor presumía de haber apoyado el 155, de haber defendido la Constitución y la integridad territorial de España… ¡En el año 2017! De nuevo hacía Sánchez función de oposición, esta vez en diferido. Como si tuviese el Delorean aparcado en la puerta. Poco de cara a cara ha tenido la cosa por su empeño en no contestar, por su ausencia de pundonor que tanto le jalean los suyos. Al menos Feijóo, eso que nos llevamos, ha demostrado que se toma en serio su cargo y sus responsabilidades, y ha hecho lo que debía hacer: pedir explicaciones por lo que se deben pedir, a quien se tienen que pedir y donde eso se debe hacer.