
Res non verba
El arte de la guerra comercial
Que Sánchez se ponga a tocar el arpa a Xi Jinping justo ahora no es la mejor manera de agradar al señor de la tez anaranjada. España podría salir mal parada

El presidente del Gobierno anda estos días de gira asiática y en Vietnam se le ha visto, ligeramente, con ese gesto que se te pone cuando vas a casa de tu colega, el que se lo monta bien. Ya sabes, el que no es mala gente, pero está deseando restregarte las cosas que tú también deberías tener en un mundo ideal, pero de las que careces en este valle de lágrimas: un garaje con trastero, una cocina en la que se podría jugar al pádel… La izquierda española tiene de siempre la pulsión por hacer con las dictaduras como con el colesterol, que lo hay bueno y malo. Y las dictaduras de izquierdas, por lo que sea, para el progresista ibérico son menos malas. Así que, oye, nada de asquitos ni de debate previo sobre el trance de tener que sonreír y pasar la mano por el lomo a los gerifaltes de dictaduras de partido único que van al turrón, a lo pragmático: aquí no perdemos el tiempo ni con Feijóos ni con socios parlamentarios que te sacan el jugo por siete votos. Y Sánchez asiente mientras escucha, con esa cara que se te pone cuando tu colega te enseña el jardín con piscina. ¿Que China es el país que más abusa de la pena de muerte según Amnistía Internacional? ¿Que Ucrania ha capturado a dos soldados chinos que combatían para Rusia, con lo que tú eres de defender a Ucrania? Anda, anda, no hay que ser tiquismiquis… que aquí hemos venido a agradar y a hacer realpolitik.
Claro, así da gusto hablar de negocios sin cortapisas, que, en teoría, es a lo que Sánchez ha ido a Asia. Explorar nuevas vías comerciales con China justo cuando Estados Unidos declara la guerra comercial al mundo entero. Suena a osadía, porque Trump ha lanzado este pandemonio principalmente para frenar el ascenso chino. Y que tú te pongas a tocar el arpa a Xi Jinping justo ahora, desde luego no es la mejor manera de agradar al señor de la tez anaranjada. España podría salir mal parada si nuestro presidente no mide bien a partir de mañana viernes sus halagos al líder chino y al leviatán económico que dirige con mano de hierro. Pero hablamos de osadía y esa es una de las materias primas de las que está hecho el inquilino de La Moncloa.
Cabe recordar que Sánchez, con todos sus defectos, tiene un gran olfato político. Se tiró a la piscina cuando buscó el choque frontal con Netanyahu en su visita a Israel, sobrepasando los límites de la prudencia, que aconseja llevarse razonablemente bien con los hebreos. Pero Sánchez esgrimirá que la piscina algo de agua tenía, porque sobre el primer ministro israelí acabó pesando una orden de detención de la Corte Penal Internacional. Sánchez, como los chinos, está convencido de que las palabras crisis y oportunidad son sinónimas. Y ahora quiere repetir jugada. Presentarse como el heraldo europeo que anuncie osadas oportunidades que nadie más había visto en plena zozobra. En realidad, lo de acercarse a China no tiene nada de original. Es la canción que el PSOE lleva tiempo tocando: es la tercera visita en tan solo dos años. Sin embargo, la jugada, más allá de contradicciones morales, tiene muchos riesgos.
Entre ellos, romper la unidad de acción europea ahora que Trump nos ha tratado como un único bloque (Schuman y Monnet le estarían agradecidos), sin diferenciar de entrada con aranceles más laxos para Orban o Meloni. No hay que olvidar que en julio de 2023 (antes de ayer) la UE identificó una larga serie de cuestiones en las que debía reducir, urgentemente, su dependencia de Pekín. Que 74 millones de estadounidenses hayan votado a Trump no es incompatible con que China siga siendo el régimen que amenaza con hacernos el abrazo del oso y que mira para otro lado mientras Putin nos pone dos velas negras.
Sánchez vuelve a jugar en el filo de la navaja, en medio de una situación explosiva. Los mercados temen una recesión global, porque en la Casa Blanca se ha instalado un señor que nos está obligando a vivir en un episodio de South Park. A lo mejor un día nos anuncia que era una simple estrategia para sacudir el tablero y que podemos volver a nuestras vidas.
Pero hasta que eso no suceda, lo que tenemos es a un presidente estadounidense que presume en público de haber conseguido que muchos países estén haciendo cola, literalmente, para besarle el trasero.
Entre las delegaciones japonesas y coreanas que han viajado a Washington para negociar, ya están sorteando a piedra papel y tijera quién de ellos debería proceder a ejecutar el beso, en caso de que se antoje obligatorio. Como Confucio o Lao-Tse debieron dejar dicho en algún sitio que el contacto labio-nalga es cosa desagradable, Xi Jinping se ha negado a hacer cola. Por eso Trump le ha endiñado unos aranceles del 125%. Ahora Sánchez le visita en plena tormenta. Decía Sun Tzu en El Arte de la Guerra que en terreno difícil hay que apretar el paso. La duda es si Sánchez, entre Oriente y Occidente, ha elegido la dirección correcta.
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