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Inmigración
No hace falta ser muy perspicaz para ver en Vox una deriva cada día más trumpiana. Esta semana arrancaba con unas declaraciones de su portavoz de Emergencia Demográfica y Políticas Sociales, Rocío de Meer, en la sede madrileña del partido, en las que, por primera vez, hablaba abiertamente de deportar a siete u ocho millones de personas de origen extranjero. Esto incluía a inmigrantes de segunda generación, es decir, nacidos en España. Todo bajo el pretexto del «gran reemplazo» (teoría, por otra parte, que no es ni nueva ni suya), según el cual los españoles vamos a ir quedando en minoría, al igual que nuestras costumbres y cultura, en favor de magrebíes y subsaharianos.
Es verdad que no es la primera vez que el partido de Abascal enarbola una bandera radical cuando huele a elecciones. Y tampoco es mentira que esta de la antiinmigración le funciona mejor en el tablero político que otras más extemporáneas. La de la caza o la libertad de portar armas (otra vez, el espejo de EE UU) cayeron en saco roto en nuestro país por muy profunda que trataron de cavar la trinchera.
Después de los Congresos del pasado fin de semana del PSOE y del PP, los de Santiago Abascal quisieron empezar la semana con titulares propios que forzaran, ya de paso, a los populares a mojarse en un asunto que despierta diferencias en Génova. La «boutade» de De Meer levantó una polvareda de opiniones en el debate público y también muchos interrogantes sobre cómo pensaban ejecutar esas deportaciones, a dónde los llevarían o cuál iba a ser el criterio para decidir quién estaba «adaptado» y quién no lo estaba.
Eso por no hablar de que el concepto mismo de expulsar a alguien que tiene la nacionalidad Estado se da de tortas con cualquier ordenamiento jurídico y, más allá, con los pilares fundacionales de la Europa que siguió a la Segunda Guerra Mundial.
Dejando a un lado lo delirante del plan, los datos dados a conocer por el Ministerio de Interior sobre las llegadas de ilegales a suelo español, de enero a junio de este año, echan un jarro de agua fría sobre las teorías de la conspiración. En los primeros seis meses han entrado en nuestro país un 27,8% menos de migrantes, ya sea por mar o saltando la valla. Si el primer semestre de 2024 la cifra alcanzaba los 24.902, en lo que va de 2025 ha caído hasta los 17.990. Es decir, casi 7.000 personas menos en el mismo periodo.
Un descalabro numérico que no veíamos desde hace al menos cinco años y que tiene distintas explicaciones plausibles que no lo hacen, en cualquier caso, menos sorprendente. La presión que sufrió Canarias en 2024 no ha dejado de aflojarse semana a semana desde el pasado noviembre. Las llegadas por la ruta atlántica tocaron techo ese mes, con un total de 7.338, lo que convirtió a 2024 en el año con más llegadas por vía marítima a España desde que se tienen registros: un total de 57.738.
Desde entonces, las cifras del archipiélago han caído paulatinamente hasta alcanzar unos pocos centenares en los últimos dos meses (445 en mayo y 338 en junio). No hay duda de que en verano es previsible que aumenten por el buen tiempo y la mejor mar, habituales de estas fechas, pero el ritmo es sustancialmente más lento y menos numeroso.
En la segunda quincena de junio solo han arribado a Canarias 37 migrantes indocumentados. Un descenso que se entendería, igual que ocurre con los saltos a la valla de Melilla o las entradas marítimas a Ceuta, por el aumento del control policial y la colaboración de las fuerzas de seguridad tanto mauritanas, en el caso canario, como marroquíes.
En cuanto a los accesos terrestres a las dos ciudades autónomas españolas en el norte de África, que incluyen las entradas a nado, ha habido un descenso del 9,6% en el número de llegadas en la primera mitad del año; de las 1.172 que se habían contabilizado a estas alturas de 2024 a las 1.059 de 2025.
El cambio de tendencia más acusado que muestran las cifras dadas a conocer por Interior es el que alude a la ruta argelina que termina en las Baleares. También el perfil de los migrantes. Son cada vez más las familias que llegan al completo, con niños y mujeres, lo que ha obligado a mejorar los protocolos de acogida tanto al gobierno balear como al Ministerio de Migraciones.
El número de llegadas a las Islas Pitiusas ha crecido exponencialmente; desde el pasado mes de marzo, cuando se contabilizaron 353 llegadas irregulares por vía marítima, hasta las 1.580 del mes de junio, de las cuales 1.013 llegaron en la última quincena. Según datos desglosados de la Delegación del Gobierno de Baleares, la cifra de migrantes que han llegado a las islas desde que empezó el año hasta el pasado 30 de junio asciende a 2.980 inmigrantes, una cifra que multiplica por 3,5 la alcanzada durante la primera mitad del año pasado (844).
Según Íñigo Vila, director de Emergencias de Cruz Roja, el motivo de que la ruta argelina haya ganado peso no obedece a una razón única. Se trata, más bien, de un fenómeno multifactorial: «Los cambios en los flujos migratorios son relativamente normales. Después de más de 20 años atendiendo pateras, hemos visto rutas de todo tipo: primero, desde la Península y el Estrecho, luego Alborán, más tarde Canarias… Cuando baja la intensidad en un lado, sube en otro. Inicialmente, las llegadas eran sobre todo a Mallorca, pero también han llegado pateras a Ibiza, e incluso a Formentera».
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