Cristina L. Schlichting
Cerrado hasta junio
De tal manera nos ha calado a todos el arte del birlibirloque que pasará tiempo, si es que ocurre, hasta que España vuelva a ser la misma
Mi tía abuela Eugenia tenía una curiosa forma de entretenerse en las tardes de jardín. Cruzaba las manos y giraba un pulgar sobre otro a gran velocidad, sin decir ni pío, durante horas. Yo, que trasteaba con el barro y mis «cacharritos», me admiraba de su capacidad para no aburrirse. Atentos al juego de pulgares, porque de aquí al nueve de junio no vamos a ver otra cosa en la escena política catalana. La gente de la calle ni se ha enterado aún de que vamos a las urnas europeas, pero los políticos ya están en campaña. A partir de ahora, habrá foto fija, no va a pasar nada de nada. Han sido las catalanas unas elecciones en las que todo el mundo ha ganado y está cómodo para pedir el voto. El PSOE vende el relato del triunfador, Junts repite que el president será Puigdemont, Esquerra reitera que tiene la llave del gobierno, el PP ha mejorado vigorosamente, Vox sostiene sus logros y Alianza Nacional ha irrumpido en el parlament. Excepto Ciudadanos, todos pueden presumir de algo ¿por qué estropearlo?
Sí que me ha llamado la atención el sesgo sanchista que han adoptado los comportamientos. Por ejemplo, Carles Puigdemont negándose a reconocer la preeminencia de Illa e insistiendo en sus candidatura. En realidad, el de Gerona tiene todos los billetes para ser amnistiado en quince días y retirarse después a hacer puñetas, como prometió, pero Sánchez le ha demostrado con el ejemplo que no se debe tirar la toalla y que se puede ser secretario general cuando te han echado o presidente cuando has perdido las elecciones. También Junqueras ha aprendido del jefe. Esta semana ha dicho sucesivamente que aceptaba la presidencia de Esquerra, que la abandonaba temporalmente para meditar y, finalmente, que estaba dispuesto a aceptarla después de un congreso del partido en noviembre. Esta «versatilidad» es la de Sánchez cuando se retiró a casa con su mujer o cuando convocó elecciones estivales súbitamente el 23 de julio. Quién nos iba a decir que Pedro Sánchez iba a hacer escuela política. «Manual de Resistencia», la entrevista escrita por Irene Lozano, nos daba las claves de sus asombrosa resurrección tras ser prácticamente expulsado del PSOE, y «Tierra Firme» era el volumen que recogía la legislatura primera en el poder, ese difícil equilibrio con Podemos, el partido que le «quitaba el sueño». Sin duda nos espera –al menos– una tercera publicación para explicar cómo gobernar con Bildu, PNV, Esquerra, Junts y Sumar y Podemos, acercando presos, intercambiando gobiernos locales y amnistiando delincuentes.
Cuando Sánchez deje el poder, muchas cosas habrán cambiado en España, no todas necesariamente buenas. Él nos ha enseñado que la apariencia y la realidad se confunden en el mundo virtual. Que cabe convencer a la gente, por ejemplo, de que les conviene «mejorar la convivencia en Cataluña», cuando lo que te interesa es amnistiar al delincuente que te da sus votos en el parlamento. O que irse a casa con morritos, explicando que uno está muy enamorado, conjura las sospechas de corrupción sobre tu mujer. O que, para configurar un gobierno imposible, puedes abjurar de todos tus principios, aunque los hayas explicado por activa y pasiva en campaña. De tal manera nos ha calado a todos el arte del birlibirloque que pasará tiempo, si es que ocurre, hasta que España vuelva a ser la misma. Hasta que decir algo suponga mantenerlo, prometer algo obligue a cumplirlo y la palabra dada signifique algo. Entretanto, acostúmbrese a políticos que se vayan para poder volver (como Junqueras), que pierdan para poder ganar (como Puigdemont), fabriquen enemigos en los tribunales o la prensa o irrumpan con convocatorias inopinadas, como nuestro presidente. No somos los únicos en ver estas cosas. Hay gente como Trump o Maduro mintiendo ahí afuera, pero creíamos eso, que era ahí afuera.
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