Congreso de los Diputados

De la decencia a la negrita: medio siglo en el Congreso

El equipo de taquígrafas relata cómo ha cambiado la sede de la soberanía nacional... no se les escapa ni una

Vista general del hemiciclo de la Cámara Baja, durante la sesión constitutiva del Congreso de la XIII Legislatura.
Vista general del hemiciclo de la Cámara BajaJavier Lizón***POOL***Agencia EFE

Esta es la historia de una paradoja. El equipo de taquigrafía del Congreso de los Diputados, formado por 41 personas, se sienta en el centro del hemiciclo. Casi siempre ocupa un lugar preeminente en el Pleno. Y también en comisión. El único sin escaños. Y, aun así, su principal misión es pasar totalmente desapercibido. Ellas, sobre todo ellas, ya que solo hay cuatro hombres, tienen totalmente prohibido, por respeto a la Cámara, obstruir cualquier sesión. Si oyen o ven algo que les remueve, se tienen que aguantar y tomar nota. Si hay algo que les emociona, se secan las lágrimas, y a seguir tecleando a una velocidad endiablada. Hasta 180 palabras por minuto. Se puede decir que son auténticas cazadoras de gazapos. Tras medio siglo de actividad parlamentaria, la verdad es que darían para varios ejemplares. El problema es que no se pueden leer, porque precisamente el trabajo de las taquígrafas es hacer del Diario de Sesiones de la Cámara un reflejo pulcro y fidedigno de todo lo que allí se dice y se hace. No solo tienen que ser todo oídos, también todo ojos. Si un diputado hace un gesto, toca describirlo. Si otro insulta, toca tragarse la vergüenza y anotarlo.

El lenguaje público en España lleva varias legislaturas degradándose. Ellas lo saben bien. «Nosotras utilizamos las negritas para diferenciarlas del lenguaje del orador. Por ejemplo, todos los exabruptos... si se llevan las manos a la cabeza… Todo eso va en negrita, porque digamos que no es discurso ¿Y qué pasa? Que cada vez son más las negritas porque cada vez son más los insultos», lamenta Ana Rivero, recién jubilada tras medio siglo de trabajo en la sede de la soberanía nacional. Acaba de publicar «Luz y taquígrafa. Medio siglo escribiendo la historia de España» (Plaza & Janes). Un original recorrido por medio siglo de democracia que reúne la sabiduría de la observación, el orgullo por una profesión que se resiste a desaparecer y una mirada cálida y nostálgica sobre unos años cruciales en la historia reciente.

Rivero es testigo de excepción del cambio de la sociedad. No solo mental, también tecnológico. En su primer día en la Cámara, todavía en las Cortes franquistas, recibió una reprimenda de la procuradora Mónica Plaza de Prado. «¿Cómo osa usted venir de esta guisa a una institución tan seria?, me dijo. Y eso que llevaba una falda por debajo de la rodilla y un escote de lo más discreto. Los vaqueros estuvieron prohibidos durante muchísimos años en el Pleno».

Los años no solo ventilaron la moral de los españoles, también les acercó la tecnología. Rivero fue pionera en usar una grabadora para hacer mejor su trabajo. Tan pionera que se atrevió a esconderla, pese a la prohibición de su jefe, en un cuaderno. Pero la luz roja la delató. Y un diputado le preguntó qué era eso que escondía. Casi muere. Pero la anécdota se quedó en eso. Hoy el servicio recurre al reconocimiento de voz y hasta a la inteligencia artificial. Pero que nadie se asuste, que no parece que vaya a quitarles el trabajo. «¿Te imaginas a la inteligencia artificial en el Senado durante la comisión de Sánchez? Vamos, una locura. Habría puesto las palabras del presidente a la senadora de UPN. Esas sesiones, para nosotras, son muy duras, porque no es la velocidad, es estar muy pendiente de quién dice qué. Es al mismo tiempo lo que dice Sánchez, lo que dice el senador, el ruido de fondo del grupo, el presidente de la comisión que está llamando la atención. Es una auténtica locura», cuenta. Por eso, se las necesita para decodificar el ruido que se oye en el Congreso y en Senado. Se trata de dar sentido a lo que allí se dice.

Al principio, a estas profesionales solo se les pedía ser rápidas tecleando. Pero ahora se les exige una carrera universitaria y aprobar unas oposiciones. «Se piden habilidades gramaticales, de coherencia. Uno de los exámenes, que son bastantes, es que poner audios con contradicciones del orador, o sea, con cosas que no casan. A ver si tú te das cuenta, porque por mucho que alguien diga en un discurso que la casa es blanca, si tres minutos después dice que es verde, tú tienes que decir. ¿Es blanca o es verde? Aquí hay un problema», cuenta.

La autora del libro se decidió a estudiar Derecho, porque para diseccionar un discurso, hay que poder entrar en materia. Y el Congreso, la fábrica de leyes, te obliga a saber de ellas. Luego vienen las negociaciones con el diputado de marras para dejar claro en el diario qué es lo que dijo.. o no dijo.

«Tú y yo, mejor para todos»

En todo este tiempo ha habido grandes lapsus en el hemiciclo. Cómo no acordarse del expresidente Mariano Rajoy, célebre por algunos de los más desternillantes. «La famosa frase de porque tú y yo, mejor para todos o no sé qué nos llevó como una hora descifrarla, pero al final lo conseguimos», explica entre risas.

No solo les toca estar al tanto de las leyes o los procesos legislativos, también tienen que saberse la actualidad política al dedillo. «Toda la vida con mil periódicos, toda la vida viendo la televisión, sabiendo qué es lo que es de actualidad... Ahora tenemos el santo Google, pero, antes, pues cada una de nosotras tenía un archivo. Yo me ocupaba de los temas internacionales cada vez que salía un nuevo gobierno en Japón o en China o en Perú, pues me tocaba coger todos los nombres de los presidentes, de los ministros, porque a saber cómo se escribía, claro, no tenías Google», relata.

Probablemente, no haya nadie como ellas para examinar la oratoria de un diputado. Detectan quién será el diputado revelación antes incluso que sus propios compañeros de partido. Pero, claro, no todos son para quedarse horas escuchándoles. «Los hay que aburren, los hay de todas las categorías. Cuando un diputado era ingenioso, con una exposición brillante, pues decías, ¡que maravilla!. Es más, yo me iba luego a leer el turno siguiente de mi compañera a ver cómo había acabado su intervención. Cuando los discursos eran tan maravillosos… era una manera de aprender. Pero había otros... Por ejemplo, esto lo puedo decir ya porque ha fallecido. Luis Mardones Sevilla, diputado canario que estuvo siete legislaturas y era veterinario, sabía de todo. Pero aburría a las ovejas. Cuando le veía decía que no iba a ese turno porque era horroroso», confiesa Rivero. Pero si hay algo que ella y sus coetáneas en la Cámara comparten es que los diputados han ido también degradándose.

Para ellas, comparar la elaboración de la Constitución, los debates constitucionales y los primeros años de la democracia con lo que hay ahora «es pasar del color al blanco y negro». Al final, lo que quieren es que el diario de sesiones refleje la sociedad. «Es decir, que, como dijo Ana Pastor no hace mucho, lo puedan leer y comprender las generaciones venideras dentro de 20, 50 y 100 años». Eso sí, tocará trabajar porque para entonces siga habiendo democracia.

Los momentos duros quedan grabados en el corazón. «En la comisión de investigación del 11-M, cuando compareció la presidenta de las víctimas, Pilar Manjón, y dio el testimonio de su hijo muerto… se me cayeron unos lagrimones que ni te cuento», explica Rivero. No hace mucho que el equipo se enfrentó a un zafarrancho. El aterrizaje de las lenguas cooficiales y de las traducciones revolucionó la Cámara. «Eso llegó justamente antes de jubilarme, unos meses antes, y al principio fue caótico. Porque nos llamaron a la jefa del departamento y a mí, que era jefa de servicio, y nos dijeron un viernes que el lunes ya se iba a hablar en los idiomas respectivos sin organizar nada. Entonces, claro, nos echamos la mano a la cabeza y dijimos: pero oye, es que esto no puede ser. Los primeros meses fueron caóticos, trabajábamos a lo bestia. Ahora ya se ha regulado, porque ha habido que implementar un sistema para que manden los traductores el texto de la interpretación e insertarlo en el diario de sesiones. Ahora la parte en castellano se sube en el mismo día a la web, pero hay que esperar dos o tres a que los traductores manden sus textos para incorporarlos», explica. España lleva tiempo hablándose a sí misma en el Congreso sin escucharse y sin entenderse mucho. Esa es la gran desazón de quienes oyen todo. Pero por mucho que pasen los años, siempre habrá gazapos que pillar y grandes discursos que fijar para la eternidad. Y ahí estarán ellas, testigos sigilosos de la política. Nunca tantos debieron tanto a tan pocas.