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Opinión

Defendamos la democracia antes de que sea demasiado tarde

Estamos atrapados en un tacticismo electoral cortoplacista que no nos lleva a ninguna parte y que tan solo deteriora, aún más, el contrato entre representantes y representados

Álvaro García Ortiz, el fiscal general que empezó lastrado por la marca Delgado y acabó el mandato condenado EUROPAPRESS

Cuando hace unos días Aitor Esteban afirmaba que «se están tensionando las costuras» plasmó de manera impecable la impresión que muchos ciudadanos de distintas ideologías tienen sobre lo que estamos viviendo. Mi respeto por él es grande, aunque mantengo diferencias ideológicas notables. Seguramente las costuras para él y para mí son distintas, porque nuestra visión de España y de la equidad también es diferente, pero ambos y otros muchos ciudadanos coincidimos en que el daño al que podemos enfrentarnos puede ser enorme, y quién sabe si irreparable. Nuestro país parece desgarrarse y el primer síntoma que apreciamos es la grieta en la convivencia entre quienes piensan diferente.

Esta costura puede tener unas consecuencias demoledoras para un país, porque cuando se pierde la convivencia, lo siguiente es oscuro e incierto. La política española ha pasado de una contienda electoral donde cada partido buscaba vencer a su adversario, a otra bien distinta donde lo que se busca es aniquilarlo. Esto en su raíz debe ser incompatible con la democracia.

Junto a esta costura hay otra que puede resultar aún más peligrosa, la que padecen las familias. Cuando los españoles sufren para llenar la nevera, los jóvenes no pueden acceder a una vivienda, hay autónomos que llegan al límite y los trabajadores sienten que no pueden sacar con dignidad a sus familias adelante lo que se está gestando puede ser preocupante y un caldo de cultivo para aquellos que pretenden reventar el sistema. Cuando los políticos quebramos el diálogo, la gente lo pasa mal o muchos no viven en proporción al esfuerzo que están realizando, el cóctel es perfecto para aquellos que no van contra un Gobierno, contra un partido u otro, sino que su verdadero objetivo es destrozar el sistema. Ninguno es perfecto, pero no hay otro que se haya mostrado mejor que nuestra democracia.

Si a todo esto añadimos la erosión y la deslegitimación que están sufriendo nuestras instituciones con la tensiones evidentes entre poderes, la condena del fiscal general del Estado, con una ruptura y crisis dentro evidente, o el cuestionamiento de los pilares de nuestro sistema, se arrojan aún más dudas e incertidumbres al futuro de nuestro país. Esto no contribuye a reforzar a España, y ya sabemos el dicho que aquello que no fortalece inevitablemente acaba debilitando.

Mientras tanto, el encanallamiento de los debates políticos sigue aumentando, el insulto y la ofensa se han hecho fuertes y el guerracivilismo en las Cortes Generales es impropio de generaciones nacidas en libertad y todos seguimos incendiando y sembrando odio en la sociedad española. Demasiados dirigentes han llegado a la conclusión de que polarizar y generar conflictos moviliza más al electorado que la moderación y el respeto al que piensa diferente a ti. Este espectáculo estéril y dañino contribuye a la ruptura social. Y por si no faltarán más aditivos, los casos de corrupción, todos, terminan de generar desafección y desconfianza de los ciudadanos en sus instituciones. Aquí el «y tú más» no cabe, ni tiene sentido.

Eso solo contribuye a que los ciudadanos nos metan a todos en el mismo saco y no crean que la política es una vocación noble y que mayoritariamente se ejerce de manera limpia y decente. Desgraciadamente creo que no estamos ayudando a coser esas heridas, a fortalecer la convivencia y reforzar el Estado. Más bien, estamos atrapados en un tacticismo electoral cortoplacista que no nos lleva a ninguna parte y tan solo deteriora, aún más, el contrato que se establece entre el representante y su representado.

Me importa cada vez menos un titular, no me interesa un punto arriba o abajo en el barómetro electoral de turno, y mucho menos el cálculo inmediato a cada afirmación o declaración. La política tiene sentido cuando sirve para mejorar la vida de la gente. Por eso las recetas pueden ser distintas, los caminos diferentes pero si el objetivo no es el interés general, ya no será política sino partidos que se comportan como plataformas electorales en búsqueda o defensa de otros intereses. Es triste pero parece que no nos enseñó nada la Transición.

Es cierto que no fue una etapa perfecta, pero fue profundamente generosa. Los políticos de antaño tenían claro que sin convivencia no había futuro. Sin libertad y respeto no habría democracia. Y ante todo si unos vencían frente a otros, este país perdía y los españoles lo pagaban.

Es posible que algunas costuras no solo se hayan tensado, quizás ya están rotas. Eso sí, España merece evitar el desgarro. Quienes creemos en la democracia, debemos impedir que se rompa todo y aún estamos a tiempo. No dejemos que sea demasiado tarde. Más allá de las ideologías esto va de defender la democracia.