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Don Felipe, la virtud y el valor

La Razón
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Si un gesto define a un hombre, tal vez la relación que el Príncipe Felipe mantiene desde hace 24 años con el hijo de una humilde familia de un pueblín llamado San Esteban de Cuñaba pueda ayudar a entender la forma discreta, entrañable y solidaria con la que al próximo rey Felipe VI le gusta actuar.

Todo empezó en junio de 1990, cuando Don Felipe de Borbón acudió a ese pequeño enclave ubicado en las estribaciones de los Picos de Europa para hacerle entrega del recién creado galardón al Pueblo Ejemplar de Asturias instaurado por nuestra Fundación. San Esteban de Cuñaba llevaba veinte años sin que naciera ningún niño en su término municipal y casi se podía decir que se encontraba al borde de la desaparición. Pero el justo reconocimiento al esfuerzo de sus vecinos coincidió con el anuncio de que un joven matrimonio esperaba su primer hijo. Su Alteza Real fue invitado a visitar la casa de la joven pareja y el padre, tal vez alentado por algún miembro de la comitiva, se atrevió a pedirle a Don Felipe que apadrinara a su hijo cuando naciera. El Príncipe, que entonces tenía 22 años, aceptó la propuesta, de la que nació una relación que desde entonces ha estado fundada en la autenticidad y la esperanza: «las dos alas con las que hemos de elevarnos», como escribió Unamuno.

El próximo domingo, este ahijado de Don Felipe recibirá en Madrid, en una de sus más prestigiosas universidades, las licenciaturas de Derecho y Economía que ha realizado con extraordinaria brillantez. Aquel gesto del Príncipe se ha convertido en una relación frecuente y cariñosa que se ha manifestado continuamente en el interés por la marcha de sus estudios, animándole e interesándose por su futuro. Es este uno de los rasgos, en mi opinión no muy conocido, de la personalidad de nuestro Príncipe. Quienes vivimos con tanta pasión cada día la vida de la Fundación creemos que define el carácter bondadoso y cercano de Don Felipe, su capacidad para sentirse próximo a los más humildes, a la gente sencilla, y que se refleja también en su vocación por conocer en profundidad a los jóvenes para saber de sus anhelos e inquietudes, de sus dificultades y sus sueños. En él se encuentran unidos «la virtud y el valor» que, como dijo Jovellanos, «deben contarse entre los elementos de la prosperidad social y, sin ella, toda riqueza es escasa, todo poder es débil. Sin virtud ni costumbres ningún Estado puede prosperar, ninguno subsistir».

Con estos gestos, Don Felipe hace honor a sus sentimientos más profundos y a la intensa y estudiada formación que ha recibido. De ahí nace su capacidad para el diálogo y la escucha, y su forma sosegada y reflexiva de enfrentarse a las dificultades. Él, como su padre, Su Majestad el Rey, no teme a la libertad, la quiere para todos los españoles. Él, como su padre, no teme a la democracia, la quiere para España y sueña con una nación engrandecida y en concordia. Así ha ido forjando su personalidad de hombre prudente, amante de la justicia, con buen corazón y muy consciente del papel que la historia ha puesto en su camino, de la responsabilidad que muy pronto tendrá que asumir.

Don Felipe, que es un gran lector de poesía, siempre sabe encontrar en la belleza de los versos la expresión más profunda de sus sentimientos. Consciente de que en la vida hay que resolver problemas de continuo, nunca se olvida de la necesaria esperanza con la que debemos afrontarlos. La esperanza que late en el precioso verso que dice que «en el corazón del invierno nace la primavera».