Terrorismo yihadista
El «Bin Laden de San Martín»
Testigo directo / En el pueblo del detenido
Dos mujeres musulmanas paseaban ayer por San Martín de la Vega ajenas a la detención de un presunto yihadista a escasos metros de allí. Cubiertas con su hiyab, les acompañaban sus hijos, que montaban en bicicleta. Se trata de una estampa bastante normal en este municipio madrileño de algo más de 19.000 habitantes, en el que residen cerca de mil musulmanes y en donde no es extraño ver a hombres con chilabas o a mujeres cubriéndose con el niqab o el chador. Pero estas dos madres dejan claro que «nosotros –la comunidad musulmana– no somos terroristas. Estamos muy integrados en este pueblo y no queremos que se nos señale». Sus palabras las repiten muchos vecinos, que reconocen que jamás han tenido ningún problema ni sospechaban que alguien podría estar planeando cualquier tipo de actividad terrorista en esta tranquila localidad. Pero esta tranquilidad se rompió ayer con la detención de Abdeladim, un marroquí que vivía allí desde hace siete años y que trabajaba en un locutorio. «Primero vivía solo y luego vinieron su mujer y sus dos hijos gemelos (de unos 3 años), y hace poco acaba de nacer su tercera hija», comenta Zineb, amiga del detenido. Junto a ella, otra joven, Elena, se mostraba muy sorprendida: «Es un hombre de familia que siempre va con sus hijos y ayuda mucho a la gente. Es imposible que pensase en hacer daño», reconoce. Incluso quienes apenas trataban con él tampoco pensaban nada extraño de este hombre «delgado, con mucha barba y con chilaba», como le define una de las empleadas del bar El Búho, a 30 metros del locutorio que la Policía registró ayer durante varias horas después de hacer lo propio en el domicilio del presunto yihadista. Ella, al igual que la mayoría de los vecinos, asegura que está «acostumbrada a ver a las mujeres con la cara tapada». Ni siquiera su jefe, Aissa, presente en el registro, sospechaba «absolutamente nada. Era una persona muy normal», comentó a LA RAZÓN. Abdeladim, como reconocen quienes le conocían, era fiel a sus costumbres religiosas y solía acudir al Centro Cultural Islámico Okba, donde estuvo rezando antes de ser detenido. Se trata de una asociación coordinada por voluntarios, tal y como explican Mustafá y Abdelale, dos de sus miembros. «Aquí se reza o se enseña a los niños su lengua materna», dicen. Y repiten esa frase tan escuchada: «No somos terroristas ni los aceptamos». Mientras explican que el detenido «parecía una persona normal y corriente», confirman que ni la Guardia Civil ni la Policía habían acudido al centro para registrarlo.
Pero toda esta «normalidad» contrasta con un episodio que se vivió a las puertas del domicilio del detenido. Una vez abandonaba el lugar esposado y tapándose el rostro, varios ciudadanos comenzaron a gritar «¡Asesino!» o «¡Vete a tu país!». Fueron los menos, pues la mayoría se tomaba lo que ocurría a broma: «Mira, ya no nos conocerán sólo por el parque Warner», decía una mujer. Otra iba más allá y hablando por el móvil decía: «Estamos esperando al Bin Laden de San Martín».
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