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Memoria histórica

El pueblo que se niega a dejar de ser «del Caudillo»

Un pequeño enclave de Toledo, donde siempre ha ganado el PSOE, no quiere que le quiten de su nombre la referencia a Franco

Un vecino de Alberche del Caudillo hace un descanso en mitad de la jornada en la plaza de de esta localidad toledana creada por Franco en los años cincuenta larazon

Alberche del Caudillo es un pequeño pueblo de Toledo situado –contrariamente a lo que su nombre hace pensar– junto al Tajo. No es la única de las paradojas que asolan esta EATIM (Entidad de Ámbito Territorial Inferior al Municipio) española. A pesar de ser un pueblo tradicionalmente de izquierdas las gentes del lugar están extrañamente apegadas a su «apellido» franquista y no quieren oír hablar de que la Memoria Histórica les obligue a perder algo que han llegado a ver como una seña de identidad.

«Que nos quieran quitar lo de Franco en el nombre del pueblo me da igual... y no me da igual. No se si me entiende», declara Milagros en la plaza del pueblo, a medio camino entre su casa y el pequeño supermercado en el que suele hacer la compra diaria. «Aquí nadie piensa ya en esas cosas y nos da igual pero una cosa está clara: si lo quieren cambiar tenemos que votarlo todos».

Que Alberche del Caudillo es un pueblo tradicionalmente de izquierdas –socialista, para más señas– parece probado por el hecho de que a lo largo de toda la democracia todos los alcaldes han sido del PSOE. La única excepción a esta regla –la actual alcaldesa del PP, Ana Rivelles– tuvo la amabilidad de atender a LA RAZÓN esta semana en el consistorio alberchano. «Ganamos las últimas elecciones por tres votos y sólo tuvimos 598 votos. Tradicionalmente el PP aquí sólo sacaba 100 votos o poco más», explica. «Sin embargo nunca nadie me ha venido a decir nada sobre el ‘‘del Caudillo’’ de nuestro nombre. Eso a la gente no le importa. Por nosotros como si se llamara ‘‘Alberche de la Pasionaria’’», sentencia Rivelles. La alcaldesa explica no sin un punto de pesadumbre la verdadera herencia maldita del pueblo, que dista mucho de ser su apellido dictatorial, y que no es otra que el millón de euros de deuda que los alcaldes socialistas ha dejado en las arcas del lugar, asolado por la plaga del paro y del envejecimiento demográfico.

Pero la pesadumbre pasa pronto del semblante de la joven alcaldesa. Al escuchar que varias personas con las que me he cruzado por las calles del pueblo se han mostrado partidarias del «derecho a decidir» la denominación del municipio, Ana Rivelles sonríe y dice: «Las administraciones públicas estamos para cumplir la Ley y, si se nos obliga, lo haremos, pero estoy segura de que si se votara ganaría ampliamente la opción de mantener el nombre como está». Un último dato: Podemos no existe por el momento en el pueblo y una vez que se presentó un candidato de Izquierda Unida su resultado fue tan exiguo que se quejaba amargamente días después: «No me ha votado ni mi mujer».

En la «Abadía de San Miguel», el bar más concurrido del pueblo, las preguntas de LA RAZÓN provocan una conversación improvisada en la que un nutrido grupo de parroquianos del lugar –la mayoría de ellos jubilados «haciendo la tertulia», como decían los personajes de Galdós– ofrecen de manera espontánea sus opiniones. En pocos minutos emerge entre todos la historia del nacimiento de este enclave de unos 2.000 habitantes fundado por el Instituto Nacional de Colonización en 1956. Las tierras que ahora ocupa el pueblo eran propiedad desde tiempo inmemorial de una familia de ricos terratenientes del cercano municipio de Calera y Chozas. Según cuentan las gentes del lugar esta familia fue afecta a la causa nacional durante la contienda civil y el propio Franco les pidió que ayudaran con su fortuna a sus esfuerzos bélicos. La recompensa del régimen quizá no fue la que la rica familia previó: el dictador les expropió buena parte de sus tierras entre los términos municipales de Talavera, Gamonal y Calera y Chozas y, para rematar la jugada, se las cedió a familias «predominantemente de izquierdas» del lugar. «Nos dieron tierras, casas, carro y ganado del que vivir», confirma uno de los parroquianos, hijo de uno de los colonos originales de Alberche.

Sea como fuere, la mentalidad de las sencillas gentes del pueblo está a años luz de la de los cruzados de la memoria histórica que rondan los pasillos del poder en Madrid. «Aquí vinieron gentes de un bando y de otro y no ha habido nunca ningún problema. La polémica la trae la gente de arriba», dice alguien con contundencia en la «Abadía de San Miguel». La afirmación provoca graves asentimientos entre todos los concurrentes y un vecino se lanza a una loa de lo «mucho que trabajaron la tierra» la primera generación de colonos de Alberche «para sacar el pueblo adelante» y de cómo en aquel tiempo «se ayudaban unos a otros». «Tu verás. Se daba el caso de que uno de izquierdas y uno de derechas que tenían una mula cada uno, las juntaban para hacer una yunta y arar los campos de los dos», tercia un tal Alejandro, que hasta el momento ha permanecido en segunda fila, más bien callado. Y después de escuchar algo así en la España de 2017, la acerada voz de Pablo Iglesias en el televisor del bar suena muy, muy lejana. De otro siglo.

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