Ciudadanos
El reto de exprimir una naranja sin gas
Rivera ha reunido al «núcleo duro» este fin de semana para definir los pactos
El destino político tiene sus ironías. Y justamente cuando se cumplen diez años de la entrada en el escenario de Ciudadanos, todos los sondeos coinciden: la indefinición se paga y el partido que aglutinó Albert Rivera, todo un fenómeno en Cataluña y potencial bisagra en el resto de España, empieza a desinflarse. Su vaivén en los pactos postelectorales tras el 24-M y, sobre todo, sus exigencias desaforadas para apoyar al PP, de donde proceden la mayoría de sus votantes, le está pasando factura. «Una cosa es jugar en segunda y otra muy distinta en primera división». La frase corresponde a un grupo de destacados empresarios reunidos este fin de semana en la Costa Brava, en el tradicional inicio del verano y donde analizan el panorama político. Simboliza muy bien el fenómeno de C’s: discurso claro, valiente en Cataluña frente al nacionalismo, pero ambiguo en el resto de España. Una década que empezó prodigiosa y ahora se desvanece.
Nadie duda que Albert Rivera ha sido una joven promesa con aire fresco frente al separatismo. Él mismo lo tuvo claro desde que estudiaba Derecho en Barcelona bajo la batuta del gran ideólogo del catalanismo, el profesor Françesc de Carreras. Forjado en las filas del PP, Rivera navegó en otras aguas siempre contra las tesis soberanistas. Hasta aquí, perfecto. Pero una cosa es jugar en Cataluña y otra en las demás comunidades. Su pertinaz discurso transversal llegó hasta aquí: Ciudadanos debe definirse y, sobre todo, no obstaculizar la gobernabilidad del centro derecha, la única opción estable para este país, porque así lo pensaron quienes le votaron, molestos y desencantados con el PP. El 24-M demuestra que si no reacciona su partido puede ser como la gaseosa. Mucha espuma y poca sustancia. Evanescente en estado puro.
Sabedor de un conato de rebelión interna en sus bases, originado en Andalucía y perpetuado en Madrid, Albert Rivera y sus «halcones» han trazado una estructura piramidal de poder desde Barcelona. El comportamiento de sus dos candidatos en Madrid, auténtica plaza de poder en todo el país, así lo exige. Ignacio Aguado se comporta como «un inquisidor desde el púlpito», en palabras de dirigentes del sector crítico. Su tercer grado a Cristina Cifuentes, la única vencedora política y moral, es impresentable. Algunos «gurús» de C’s, como su cerebro económico Luis Garicano, así opinan. Por ello, a partir de ahora la organización local madrileña se disgrega en una veintena de aparatos de poder locales correspondientes a cada distrito de la capital. «Vendemos democracia local», dicen los hombres de Rivera. Es una manera de controlar veleidades y protagonismos.
A lo largo de estos diez años, Rivera ha tenido dos fases políticas: la españolista en Cataluña y la transversal en el resto de país. La primera le ha sido muy rentable. La segunda corre el riesgo de no serlo tanto. Para empezar, su posición veleta en los pactos postelectorales le está perjudicando. «Lleva semanas mareando la perdiz», dicen en Génova 13. No obstante, admiten que su almuerzo con Mariano Rajoy fue cordial y sensato. El presidente del Gobierno no le presionó, algo que ha hecho con fuerza el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. Según fuentes de Moncloa, sí le conminó a favorecer gobiernos de estabilidad, lo que a Rajoy le preocupa enormemente por su incidencia en la recuperación económica. En el entorno del presidente distinguen la buena sintonía que hubo con Rivera frente a la acidez de su tensa reunión gastronómica con Sánchez.
Rivera puede ser inexperto. Sánchez claramente desleal. Así lo asegura uno de los ministros más cercanos a Mariano Rajoy, de visita este fin de semana en Cataluña. El líder de Ciudadanos tiene la oportunidad de hacer valer su talla como político de estado y su gran prueba de fuego es Madrid. El secretario general del PSOE avanza por un camino irresponsable en manos de Podemos, la verdadera fuerza de izquierdas que le fagocitará. Es la opinión unánime de muchos dirigentes del PSOE y de la andaluza Susana Díaz, presidenta de la federación más poderosa del socialismo español. «Peor que Zapatero», afirman algunos dirigentes de la «vieja guardia» que fueron críticos en su día con el ex presidente pero ven ahora muy censurable la estrategia de Pedro Sánchez.
Este fin de semana, Albert Rivera ha estado encerrado en Barcelona con su «núcleo duro» para diseñar la férrea organización territorial del partido y definir los pactos. Una vez más ha jugado a la ambigüedad. Parece que la negociación con Cristina Cifuentes avanza, porque de lo contrario sus electores se lo demandarán. Sin embargo, no ha concretado todavía su futuro: si será candidato en Cataluña o lo hará en las generales a la presidencia del gobierno. Ésta es la tesis dominante en Ciudadanos, donde una de sus mujeres de confianza, Inés Arrimadas, se perfila como aspirante a La Generalitat, mientras el joven Rivera busca ser candidato a La Moncloa. Ante ello tiene una enorme disyuntiva política. «Si no sabe manejar la política regional, tampoco lo hará en la nacional», dicen destacados empresarios que se han visto con él en los últimos meses, altamente preocupados por la situación.
Así las cosas, la semana próxima es crucial. Antes del día 13 los pactos han de estar suscritos. La margarita deshojada está ya marchita y Albert Rivera tiene ante sí un enorme reto. De ser un líder ilusionante a una alternativa frustrante. En esta década apasionante ha subido como la espuma, pero el gas puede perder fuerza. Ciudadanos es un partido que se debate ahora entre el espejismo y la realidad. De buenos políticos es aferrarse a esta última.
DEL DESNUDO AL NARANJITO
Ciudadanos presentó en 2006 a su candidato a la Presidencia de la Generalitat, Albert Rivera, desnudo, asegurando que tanto él como su partido eran «transparentes y sencillos». Según señalaban entonces, sólo les importaban «las personas», no la lengua ni el lugar de nacimiento. Y, aunque cosecharon numerosas críticas, la campaña tuvo una gran repercusión. Pero también fue muy mediática la última idea de Rivera después de que el portavoz del PP, Alfonso Hernando, le comparase con Naranjito, la mascota del Mundial de 1982. Rivera aprovechó el momento y no dudó en hacer de esta crítica parte de su campaña. Creo un «hashtag» y hasta posó con la mascota.
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