Gobierno de España
Elecciones ahora o en un año
El curso político arranca con todos los partidos mirando a las urnas. En Moncloa creen que ahora es el momento porque incluso si hubiera un acuerdo «in extremis» el Gobierno no tendría Presupuestos.
El curso político arranca con todos los partidos mirando a las urnas. En Moncloa creen que ahora es el momento porque incluso si hubiera un acuerdo «in extremis» el Gobierno no tendría Presupuestos.
Septiembre llega como terminó julio. Todos en campaña. Sin disimulo. También sin dinero para mucha más pirotecnia. Sin nuevos argumentos para dar contenido a la confrontación partidista. Pero al menos con el calendario más acotado que nunca para que los partidos gasten tiempo y presupuesto en irse de mítines. Están limitados a una semana, en el caso de que haya de nuevo elecciones. Las maquinarias de los partidos ensayan ya la campaña de la «no campaña» porque el examen se limitará a valorar qué ha hecho cada cual desde que los españoles fueron a votar el pasado mes de mayo.
La reforma legal que impulsó el Gobierno en funciones de Mariano Rajoy en agosto de 2016 para recortar la campaña electoral, de haber de nuevo elecciones, se quedó entonces en un gesto al fructificar el acuerdo con Ciudadanos y la abstención del PSOE. Ahora puede ser una tabla a la que intenten agarrarse los partidos para salvar un poco la mella en su imagen, y aún más las finanzas, si el bloqueo de la negociación de la izquierda lleva a una nueva cita en las urnas en noviembre. La campaña debe ser de ocho días, y no quince, si las elecciones se derivan de la aplicación constitucional del artículo 99 de la Carta Magna, es decir, que vence el plazo de dos meses sin acuerdo para la investidura de un nuevo presidente del Gobierno desde el primer intento fallido. Y si en las elecciones de 2016 los partidos ya pactaron que no hubiera publicidad institucional, ahora tampoco tienen margen para desdecirse de aquel guiño a la austeridad, obligado entonces para paliar el descrédito ante la opinión pública y el agujero en su financiación.
Con estos cálculos arrancan el nuevo curso todos los partidos, mientras asisten a los nuevos capítulos de la pugna entre el PSOE y Unidas Podemos por ver quién gana en la batalla por culpar al otro de la convocatoria de unas nuevas elecciones. En política el último minuto es siempre muy largo y puede dar «para que ocurra hasta lo más imprevisto», y esta advertencia, que deja un ex ministro socialista, es la que explica que ningún partido descarte por completo que al final puede haber Gobierno, aunque no pueda gobernar. Porque esto último es quizás lo único que tienen claro en la derecha y en la izquierda después de la gestión política que se ha hecho de los resultados de las elecciones de mayo. O hay elecciones o un Gobierno socialista, inhabilitado para gobernar por no tener apoyos sólidos o sostenerse en una fuerza política, el partido de Pablo Iglesias, despreciado con dureza y sin piedad por el propio PSOE. «No son de fiar», dicen de ellos, y el resultado sólo puede ser un Gobierno que tampoco es de fiar por tener esos cimientos tan débiles.
En Moncloa es donde lo tienen más claro. O elecciones ahora o dentro de «12 o 14 meses» porque «Unidas Podemos reventará el Gobierno desde dentro». Así, según sus cálculos, como tarde o temprano habrá elecciones porque la convivencia con Iglesias es «imposible», lo mejor es ir a las urnas ahora, cuando creen que están en su mejor momento, prevén que pueden mejorar su techo de escaños y, además, sostienen que unas elecciones moverán el tablero político, como ocurrió después de la repetición de los comicios de 2015, y harán que Ciudadanos o el PP, para algunos opción esta última más posible, faciliten la gobernabilidad. Sobre esta base, lo que se resolverá en las próximas semanas es si hay unas nuevas elecciones armadas desde Moncloa para fortalecer a Sánchez, o eso esperan ellos, y para dar el puntillazo definitivo a Iglesias, como también esperan en Moncloa y se temen en sectores de la izquierda.
En el tiempo que resta antes de que venza el plazo para la disolución de las Cortes el pulso entre el PSOE y Unidas Podemos está focalizado en ver quién gana ahora la batalla de la propaganda por culpar al otro ante la opinión pública de la falta de acuerdo. Los dos tienen claro que no pueden repetir la puesta en escena de la investidura fallida porque aquel juego de deslealtades y zancadillas, narrado a cuerpo descubierto, no es asumible para el electorado de izquierdas. Por lo que no habrá más investiduras fallidas y las cartas se disputarán con una «elegancia» muy distinta al estar en descuento el tiempo para imponer su propaganda frente a la de quien de teórico socio preferente ha pasado a ser su principal enemigo electoral.
En el PSOE no descartan que, en ese último momento, «tan largo en política», Iglesias se descuelgue con el anuncio de que dejará gobernar a Sánchez, pero desde la oposición, «por miedo al precipicio electoral». Ésta es a día de hoy la única salida a la «guerra de egos» que se ve como alternativa a ir de nuevo a las urnas.
En conclusión, el nuevo curso político empieza formalmente esta semana con la izquierda empleada mano a mano en ver quién salva mejor su imagen ante su electorado. El centro derecha sabe que está limitado por su fractura, pero también sabe que no hay alternativa por la decisión personal de Albert Rivera de no renunciar a su competencia con Pablo Casado. Todos asumen que hasta unas nuevas elecciones la campaña ya está hecha. No hay posibilidad de debate programático ni tampoco de inventar formas de confrontación al margen de las aportaciones nuevas que entren en la batalla entre el PSOE y Unidas Podemos por echarse las culpas del fracaso de la negociación.
Y los hechos confirman que no hay argumentario de partido que pueda anular la impresión de que la actual fragmentación, unida a la radicalización de la política, no funciona. El mantra de que la regeneración pasa por el multipartidismo tiene enfrente la contestación de que España se encamina al escenario de acumular cuatro elecciones en cuatro años. Y la expectativa de los Gobiernos de coalición no puede competir con la estabilidad de los Gobiernos monocolor, con respaldo parlamentario, y que compensaban los escaños que les faltaban para la mayoría con acuerdos presupuestarios.
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