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Opinión

El enésimo capítulo del sainete que trae Waterloo

«Representa una etapa superada, el futuro de Cataluña pasa por el diálogo y la cooperación»

El expresidente de Uruguay, José Mujica. EUROPAPRESS

Hoy vamos a asistir al enésimo capítulo del sainete al que Carles Puigdemont nos tiene acostumbrados esta legislatura. Muchos, de manera generosa, quisieron creer que iba a ejercer su influencia en la política española de manera responsable y eficaz, pero, en cambio, tan solo nos ha ofrecido una cadena inacabable de amenazas, chantajes y sucesivos ultimátum. La necesidad de mantener notoriedad mediática iba articulando todos esos gestos. Puigdemont es la mejor prueba del personaje que se come a la persona; Puigdemont encarna los elementos de ese populismo que conduce a la melancolía.

Desgraciadamente, las urnas y la democracia nos dejan estos resultados y un arco parlamentario donde nos tiene en sus caprichosas y poco honorables manos. Siempre he defendido que lo que más le preocupaba era él mismo y su situación. Hubo compañeros suyos de aventura identitaria que, en la coherencia de defender unas ideas, mantuvieron su posición y asumieron la responsabilidad de sus actuaciones.

Hoy me asalta una pregunta: si los que aún siguen unidos a Junts, herederos de la Convergencia de la Transición, y que implantaron el sentido práctico de la autonomía, van a esperar mucho más para relevarlo o simplemente se dejarán llevar al olvido con él.

La «performance» de gestión del conflicto y control del relato desde Waterloo cada vez genera más cansancio, apatía y poca movilización. Ahora se enfrenta a un problema que no puede resolver desde la distancia, el auge de Alianza Catalana en feudos que tradicionalmente era de hegemonía convergente. En zonas del interior de Cataluña y, especialmente Girona, el partido de Silvia Orriols se ha convertido en algo más que una amenaza para los intereses de Junts, y eso, sobre todo, lo están percibiendo y transmitiendo sus alcaldes.

Puigdemont y su fuerza política se encuentran atrapados en una realidad diferente a la que ellos construyeron desde el poder político en la Generalitat. Una sociedad que ha vuelto a recuperar la convivencia, el respeto entre quienes defienden posiciones políticas distintas y la serenidad económica que las empresas demandaban. La política útil se ha vuelto a abrir paso en Cataluña, poniendo las soluciones y la gestión al servicio de las personas. Y no, no es que nadie de fuera les hubiera robado, simplemente gastaron en mamandurrias lo que era de todos para mayor honor y poca gloria de unos pocos.

La normalización política, marcada como prioridad por Salvador Illa y agradecida por la mayoría de catalanes y por el resto de españoles, es, en estos momentos, una realidad. Junto a esto, parte del electorado separatista ha oscilado a posiciones más ultras y populistas, desplazamiento generado, en cierta medida, por la frustración ante la falta de resultados de esa aventura temeraria que resultó ser el «procés» y la distancia de las élites separatistas de la realidad cotidiana y los problemas de la gente. Puigdemont y los suyos están nerviosos. Alianza Catalana ha roto el falso relato del líder perseguido y exiliado, situando la conversación no ya en un pulso con Madrid, si no en el señalamiento de un «enemigo interior», la migración.

Otro ejemplo del populismo ramplón que exalta sentimientos envueltos en banderas para no tener que dar razonadas explicaciones de por qué Cataluña, tierra rica y siempre acogedora de quienes buscaban un trabajo para construir una familia con dignidad, es de las más endeudadas y con menos garantías de un sector público que vele por los intereses de la mayoría. Ya no es un reflejo de la burguesía catalana. Esa burguesía que ha sido siempre una envidia nacional de conquistas sociales y de derechos cuando andábamos en una situación de menos desarrollo económico y social en otras tierras, como la mía.

Lo que hoy verdaderamente representa es a lo más rancio de los exaltados supremacistas que, por incomparecencia del resto, obtuvieron un lugar político que no les correspondía. Dudo mucho que en el día de hoy acabe volando los puentes porque él mismo caería al vacío. Sabe que dirigir el relato desde el exterior tiene los días contados y generará pocas noticias que acaparen los telediarios, y creo que sabe que el miedo lo arrastra hacia el abismo.

Solo espero que en esa huida no nos arrastre al resto y seamos capaces de abandonar trincheras y pensar en lo que de verdad importa, los problemas de la gente que lo está pasando mal, que no pueden acceder a una vivienda y que no ven cómo mejorar sus condiciones de vida. Cuan acertadas han sido las palabras de su Alteza la Princesa de Asturias en la entrega de los reconocimientos que llevan su nombre: «Recuperemos lo importante que es el ser humano y sus necesidades y abandonemos los discursos de odio». Puigdemont representa una etapa superada. El futuro de Cataluña pasa por el diálogo, la cooperación y la búsqueda del bien común.