Opinión

El erudito de las carcajadas

Enormemente libre y fiel a sus criterios, Fernando Sánchez Dragó sentía interés y simpatía por todo lo provocativo y heterodoxo

Fernando Sánchez Dragó en la moción de censura al Gobierno presidido por Pedro Sánchez Pérez Castejón que incluye como candidato a la Presidencia del Gobierno a Ramón Tamames Gómez presentado por VOX
Fernando Sánchez Dragó en la moción de censura al Gobierno presidido por Pedro Sánchez Pérez Castejón que incluye como candidato a la Presidencia del Gobierno a Ramón Tamames Gómez presentado por VOX © Alberto R. RoldánLa Razón

La primera vez que vi a Fernando Sánchez Dragó yo tenía 14 años. Se emitía en la diminuta televisión de entonces un programa titulado «Encuentros con las artes y las letras». En él aparecía un Fernando veinteañero, con tejanos, presentando novedades literarias entre muchos otros colaboradores, uno de los cuales se llamaba –lo recuerdo perfectamente– Carlos Vélez. La televisión española de entonces era, repito, diminuta, comparada con la televisión actual. El programa era de una longitud considerable, pero había que buscarlo entre los repliegues de la programación y fue perseguido y amenazado varias veces.

Entre las criaturas que crecíamos en los extrarradios de las ciudades, dentro de la incipiente clase media baja que estaba apareciendo con la industrialización y el desarrollismo, constituía la única opción, para los más curiosos, de acceder a un boletín de las últimas tendencias artísticas. Yo era un niño fascinado por los libros y por las nuevas tendencias pop que empezaban a llegar con más o menos dificultades desde el extranjero hasta nuestro país. Quise saber más. Entre los colaboradores del programa estaba ese joven Fernando, que había sido detenido por simpatizante comunista, y otros nombres como una chica empoderada llamada Paloma Chamorro, que luego haría también grandes cosas por el arte. En aquel espacio se traía a grupos musicales contestatarios como «La Bullonera» o se escenificaban fragmentos de obras teatrales surrealistas como «El bebé furioso». De no haber visto esos prodigios y recibido esas influencias, dudo mucho que me hubiera convertido luego, cuando crecí, en el guitarrista y compositor de rock letraherido en el que me convertí, personaje que me dio fama y fortuna.

Así se lo conté al propio Fernando cuando, muchos años después, me invitó a sus programas literarios para presentar mis libros. Le comenté que lo que había supuesto el Pecé para su generación, para la nuestra lo había sido el Rock ‘n’ roll: la rebeldía, la ruptura con lo establecido. Estuvo de acuerdo y nos cogimos cariño. Noté enseguida que, cuando Fernando le cogía cariño a alguien, ese cariño no era impostado o convencional, como suele ser habitual en los ambientes sociales, sino real y naturalísimo, basado en afinidades y respetos intelectuales. Si modernamente no se hubiera abusado tanto del vocablo «autenticidad», diría que Sánchez Dragó fue el ejemplo más conspicuo que conozco de autenticidad valiente en el sentido de veracidad y naturalidad. Enormemente libre y fiel a sus criterios, sentía interés y simpatía por todo lo provocativo y heterodoxo.

Por eso no me extrañó en absoluto verlo aparecer alrededor de la moción de censura de Vox. Comprendí instantáneamente que, conociéndole, simplemente debía tener entre esas filas a algún fiel amigo al que apreciaba y de quien respetaría sus inquietudes si las veía verdaderas. Si a eso le añadíamos su gusto por la absoluta libertad de pensamiento y la afición a la provocación para agitar conciencias, todo el asunto era una golosina demasiado atractiva para el duendecillo intelectual que siempre animó a Sánchez Dragó. Lo dicho: rebeldía y ruptura con lo establecido.

Si se quiere comprender por qué ha surgido Vox y los pasos que le esperan en el futuro, no hay que subestimar este enfoque –que puede parecer anecdótico– del episodio de la moción de censura. Si a Vox se le menosprecia y se le quiere marginar, crecerá en el orgullo de la catacumba. Obtendrá la pátina y fama del heterodoxo. Se convertirá en el héroe luchador contra la opresora partitocracia fracasada que no da respuestas inmediatas y concretas al ciudadano de a pie. La única solución razonable resulta domesticarlos.

Es por eso por lo que he traído el recuerdo de Fernando a estas páginas (que normalmente se centran en política y no en obituarios). Intentar pintarlo como filofascista o criptocomunista sería ejercicio simplificador y vano. Con su última salida, al estilo Quijote, nos ha regalado una observación muy afinada que no debemos desechar. Mucha gente no entiende cómo, proponiendo cosas que van claramente en sentido contrario a una Constitución que apreciamos la gran mayoría de los españoles, Vox despierta insospechado interés. En ese sentido, Fernando les puso a todos un espejo ante las narices.

Me caía bien ese tipo. Cómo le vamos a echar de menos.