Política

España cambia de rumbo

Expectativas y reformas

La Razón
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A comienzos de 2012, la economía española era un enfermo con fallo multiorgánico que, para más inri, estaba alojado en la UCI de un hospital –el euro– cuyos débiles cimientos amenazaban seriamente con el derrumbe. A lo largo del año hemos pasado momentos muy complicados, de esos de pedir el carro de parada. Pero lo cierto es que seguimos vivos. Con un crecimiento del PIB menos negativo de lo esperado, con un crecimiento de las exportaciones cuando menos sorprendente y con entradas netas de capitales desde septiembre después de muchos meses de desconfianza en las posibilidades de supervivencia del enfermo.

No ha sido casual. Nunca lo es. Tampoco, en este caso, ha sido fruto de una coyuntura internacional favorable que, más al contrario, empieza a dar síntomas de agotamiento. Los atisbos de mejora, por tímidos que sean, siempre vienen precedidos de buenas decisiones. El compromiso con el euro materializado en los lentos pasos dados hacia más unión bancaria ha logrado apuntalar –tímidamente, eso sí– el edificio y aliviar en parte la angustia de vivir al borde de un precipicio de 500 puntos básicos de prima de riesgo. Las empresas españolas están sabiendo orientarse hacia el exterior y aumentar su cuota en mercados emergentes con diferenciales de inflación a nuestro favor, compensando así la exasperante atonía de nuestros socios europeos. En el ámbito político, la reforma financiera, el plan de pago a proveedores, que ha supuesto un considerable shock monetario, la reforma laboral o las medidas liberalizadoras en el comercio han logrado formar la expectativa de que existe un compromiso firme por una salida ordenada de la crisis y han contribuido a sortear con éxito las subastas de deuda de los últimos meses.

Pero que nadie se engañe. El enfermo sigue en la UCI y con una situación de vulnerabilidad extrema. Un 25% de desempleo, crecimiento económico negativo, una inflación superior a la de nuestros socios y un déficit público en franca reducción pero aún en niveles insostenibles. A esto se añade que la salida de la crisis diseñada en colaboración con nuestros socios europeos, aunque dentro de la deseable ortodoxia, será genuinamente lenta y no exenta de riesgos tanto por la evolución de la coyuntura internacional como por las tensiones internas identitarias y la incertidumbre que generan.

En estas circunstancias, se hace más necesaria que nunca la constancia en la implantación de las reformas que necesita nuestra economía. La garantía de sostenibilidad que debe representar la permanente reducción del déficit público debe acompañarse de reformas económicas, que acertadamente tiene el Ministerio de Economía y Competitividad en cartera, para ahondar en la unidad de mercado, en la generación de mecanismos de financiación extrabancaria de las pymes y en la liberalización de sectores de actividad que permita cambiar privilegios por incentivos y hacer del espíritu emprendedor y la competencia los motores de la recuperación económica.

Reformas urgentes cuyo efecto en el inmediato plazo será limitado, pero que permitirán continuar alimentando las expectativas positivas y la confianza en nuestra economía para pasar sin estrangulamientos los exámenes semanales de subasta de deuda y no volver así a situarnos al borde del precipicio.