La investidura de Sánchez

La derecha gana la investidura

La sesión del Congreso se cerró con todos los partidos ajustando sus discursos al horizonte de nuevas elecciones. Sánchez e Iglesias salen heridos del debate y matan la credibilidad de que sea viable un Gobierno de coalición.

Pablo Iglesias volvió a mantener ayer un duro choque con Pedro Sánchez. En la imagen, en el momento de subir a la tribuna del Congreso en su turno de palabra. Foto: Alberto R. Roldán
Pablo Iglesias volvió a mantener ayer un duro choque con Pedro Sánchez. En la imagen, en el momento de subir a la tribuna del Congreso en su turno de palabra. Foto: Alberto R. Roldánlarazon

La sesión del Congreso se cerró con todos los partidos ajustando sus discursos al horizonte de nuevas elecciones. Sánchez e Iglesias salen heridos del debate y matan la credibilidad de que sea viable un Gobierno de coalición.

Ayer ganó la derecha. Y fracasaron Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Los dos. La posibilidad de que las duras críticas que han empezado a arrojarles desde sus satélites más próximos sirva de elemento de presión para rectificar su ruptura personal y política, y llegar en septiembre a un acuerdo que evite la repetición electoral, no puede descartarse del todo.

Pero ayer todo lo que se vio en el Congreso de los Diputados sonó a campaña electoral. En la parte de la izquierda y de la derecha. El candidato Sánchez contra su rival Iglesias. Y los partidos de la oposición, constitucionalistas e independentistas, resituándose para que no les pille con el pie cambiado lo que todavía ayer no acaban de creerse, aunque llegaran ya con el discurso preparado para calentar unas nuevas elecciones.

Todo se queda abierto, pero es pequeño el margen para que PSOE y Unidas Podemos recompongan la figura y borren la pelea de taberna en la que han convertido la negociación de la formación de un nuevo Gobierno. Ayer se certificó que en ningún momento le pusieron ganas a esta negociación, y el remate ha sido un disparate de filtraciones, declaraciones e imprudencias que coloca sobre los hombros de los dos partidos el coste de que ante la opinión pública se imponga la conclusión de que si la izquierda no es capaz de ponerse de acuerdo en repartirse sus sillones, cómo va a ser capaz de gestionar de manera conjunta el interés general.

Ésta es la peor penitencia con la que cargan Sánchez e Iglesias, la de que aunque fueran capaces de firmar un pacto, lo que se ha visto desde las elecciones generales y en esta última semana asienta la idea de que incluso si llegan a dar forma a un Gobierno de izquierdas, éste en ningún caso puede ser viable. Por el desprecio y la falta de respeto entre sus líderes, por la desconfianza entre las partes y por la obsesión compartida por imponer sobre ese Gobierno el ansia por hacer daño a su adversario político.

Sánchez nunca quiso gobernar con Iglesias. Desde el principio, en Moncloa pensaron que no convenía y que tampoco les iba a garantizar la estabilidad. Y no fuese a ser que pese a todas las zancadillas Unidas Podemos fuera a echarse atrás y a facilitarlo, cosa que tampoco sucedió, la negociadora de Sánchez, la vicepresidenta en funciones, Carmen Calvo, fue la que dirigió la política de filtraciones de las últimas horas que ayudó a Iglesias a hacer el «harakiri» al pacto y a casi hacerse el «harakiri» a sí mismo.

En el Congreso quedó ayer la sensación de que nadie sale bien parado de esta batalla. Ni siquiera el prestigiado gurú de Sánchez, Iván Redondo, por más que desde Moncloa aventaran que el objetivo estaba cumplido porque «Iglesias sale muerto de esta operación».

El líder morado no sale bien parado, sin duda, y si ya hay debate interno en Unidas Podemos y sus confluencias sobre la estrategia, a ver si sus votantes entienden que hayan renunciado, al menos de momento, a la oportunidad histórica de tomar el control de ministerios que resumen las banderas sociales que han utilizado desde su nacimiento para marcar distancias con el PSOE. Ahora bien, ha fallado el cálculo de Moncloa de que Iglesias se «achantara» por el miedo a las elecciones, como decían que iba a suceder. Y en el pulso por ganar la batalla de la propaganda, Iglesias tiene vías de agua en su «barco» después de rechazar la ultima oferta que ayer hizo pública el PSOE, pero Sánchez se enfrenta a un camino que parece que no tiene retorno antes de llegar a unas nuevas elecciones y que está lleno de grandes interrogantes.

La otra tesis de Moncloa, la de que en septiembre «pasarán cosas» que harán que PP y Ciudadanos se abstengan, no se acerca, se aleja por la debilidad con la que sale Sánchez del Pleno de investidura. Es un candidato «herido», que «ha fracasado». Y aunque Pablo Casado envolvió ayer su mensaje en un tono institucional y en ofertas de pacto, frente a la radicalidad de Rivera, también en Génova están más lejos de la abstención ahora que antes de que arrancara el debate.

Por otra parte, que se recomponga el acuerdo con Unidas Podemos, de ser posible aunque no creíble en su viabilidad, tiene en contra que todo indica que en septiembre ya no pueden contar con el voto de ERC. Al menos así se lo dijo el portavoz republicano, Gabriel Rufián, a Sánchez.

La agenda de septiembre, lo vendan como lo vendan en Moncloa, tiene elementos que no despejan el horizonte del PSOE sino que lo complican. Tanto para llegar al acuerdo como para impulsar electoralmente al líder socialista. La propaganda de Moncloa dice que unos nuevos comicios proyectarán como un cohete al PSOE. ¿Con la gestión del «procés» encima de la mesa? La izquierda huye de los contextos políticos que tienen a Cataluña en el centro del debate porque sabe que es un factor que siempre ayuda a crear un clima de opinión en el que la demanda de seguridad favorece más a la derecha. Siempre ha sido así y por eso en la última campaña electoral Sánchez ganó ventaja del hecho de que la cuestión territorial pasara a un segundo plano. Si el independentismo vuelve al «monte», ese escenario político soplaría más a favor del bloque de la derecha que de los partidos que han frustrado, de momento, un pacto de izquierdas.