Fiscalía General del Estado
La historia no contada del doctor Maza
Con 62 años, José Manuel Maza quiso cumplir su ilusión de doctorarse. Obtuvo la nota más alta siete meses después de ser nombrado fiscal general. «Pasaba largas noches leyendo y resumiendo. Yo aprendía más que él», recuerda el joven director de su tesis.
Con 62 años, José Manuel Maza quiso cumplir su ilusión de doctorarse. Obtuvo la nota más alta siete meses después de ser nombrado fiscal general. «Pasaba largas noches leyendo y resumiendo. Yo aprendía más que él», recuerda el joven director de su tesis.
«Con su humildad habitual me preguntó que, si no era mucha molestia, estaría interesado en que yo dirigiera su tesis doctoral». Así recuerda el abogado y profesor de Derecho Penal Carlos Gómez-Jara el día que el recientemente fallecido fiscal general del Estado, José Manuel Maza, le pidió ayuda para cumplir un sueño. Corría el año 2013 y Maza se encontraba en la cúspide de su carrera profesional: desde 2002 era magistrado de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, donde sólo llegan los «pata negra» de la carrera judicial. Pero con 62 años tenía una espinita clavada: quería doctorarse y había elegido a Carlos para que le echara una mano.
«Fue un verdadero shock y le respondí que había catedráticos muy cualificados que estarían encantados de dirigirle la tesis». Pero Maza ya había decidido: «Insistió. Me dijo que le habían seducido mis planteamientos teóricos y que le gustaría hacer la tesis con alguien que le pudiera dedicar tiempo». «Acepté y al instante sentí el peso de la responsabilidad». Oficialmente, Gómez Jara era el «maestro» y Maza el «alumno», pero este joven abogado afirma sin dudar: «Al terminar cada reunión, tenía la impresión de que yo había aprendido más que él».
Esa «responsabilidad se prolongó durante cuatro años, los que tardó Maza en doctorarse Cum Laude. Cuatro años de reuniones, de resúmenes, de papeleras llenas de borradores, de noches sin dormir, de momentos de debilidad y de encontrar fuerzas donde no las había. Y el tema elegido no ayudaba a que fuese un camino sencillo: «Delincuencia electoral y Responsabilidad Penal de los partidos».
¿Podría haber elegido otro más fácil? «Evidentemente», responde tajante Carlos. «Era un pozo de sabiduría y podría haber escogido otro en el que ya había demostrado su absoluto dominio, como la Psiquiatría Legal, pues había escrito un Tratado con Juan José Carrasco Gómez y podría haber terminado rápidamente una tesis». Pero no. El entonces magistrado del Alto Tribunal optó por «abordar una materia desconocida hasta el momento». «Observamos que no había ninguna tesis sobre la responsabilidad penal de los partidos y vimos que podría ayudar a los operadores jurídicos. Y eso le motivaba especialmente a José Manuel», explica.
Pero claro, compaginar la intensa vida laboral de Maza en la Sala de lo Penal con una investigación tan compleja requería, sobre todo, fuerza de voluntad. «Nos reuníamos al menos una vez al mes. Aprovechábamos sus ratos libres y los fines de semana». Aun así, a pesar de tener que robarle tiempo al tiempo, Carlos califica dichos encuentros de «muy amenos y sumamente interesantes».
«Lo primero que hacía cuando nos reuníamos era interesarse de verdad por mis hijos. Son muy pequeños y si le comentaba que había algún problema típico de los primeros años de la infancia se tomaba el tiempo que fuese necesario para aconsejarme y ayudarme». «Otra característica de José Manuel era que siempre traía alguna anécdota ingeniosa a colación que ayudaba a crear un clima distendido y, sobre todo, entrañable. Así era José Manuel», recuerda Carlos, quien, una semana después del fallecimiento de Maza sigue emocionándose cada vez que habla de su «alumno». Esa sincera amistad en la que se convirtió la relación académica entre ambos era clave para que el trabajo llegara a buen puerto.
En cada encuentro, Maza le exponía a su tutor los avances que iba realizando. Pasaba largas noches leyendo, resumiendo posiciones de la doctrina y me preguntaba mi opinión. Yo sólo le intentaba dirigir sin influir, pues lo importante era su pensamiento propio», explica. «Tras cada reunión –continúa– nos despedíamos con su promesa de que le iba a dar vueltas al tema y que la semana siguiente me daría una respuesta».
De Maza, Carlos sólo tiene buenas palabras: «Era incomparable. Recuerdo su brillantez, su capacidad de análisis, su claridad expositiva... eran apabullantes. Me hacía replantearme muchas cuestiones sobre esta materia». «Yo le aconsejaba y José Manuel agradecía la crítica. Prometía siempre darle esa vuelta más y esto es lo que se espera de un doctorando serio». Y era muy meticuloso. «Su obsesión era citar a todo el que había escrito antes sobre materias conexas. Recopilaba todo lo que se publicaba sobre responsabilidad penal de las personas jurídicas, aunque su tesis no era estrictamente sobre ese tema. Es una tarea hercúlea que sólo se comprende por el afán de hacer una tesis rigurosa», rememora con admiración.
Pero no todo eran buenos momentos y Carlos cuenta que cuando Maza flaqueaba «recordaba que era su sueño. Con un pequeño empujoncito superaba el bache». Un bache que se convirtió en «preocupación» en noviembre de 2016. Estaba prácticamente en la recta final de su tesis y le nombraron fiscal general del Estado. «Yo temía que la interminable agenda de actos públicos, la responsabilidad del cargo y su firme voluntad de hacer las cosas bien hicieran decaer su ánimo por la tesis. Pero no fue así, su ilusión y su sentido del deber se impusieron».
Así llegaron al 10 de julio pasado, cuando defendió una tesis que logró la nota más alta. Ambos lloraron. «Me dio las gracias por haberle ayudado a realizar su sueño. Yo le di las gracias por todo, especialmente por haberme enseñado con el ejemplo que cuanto más alto se llega, más humilde hay que ser».
Cuatro largos y duros años que Carlos Gómez-Jara guarda con orgullo pero que no acierta a describir. «Es algo que no se puede expresar con palabras», sentencia.
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