España
La Princesa alumbra el futuro de la Corona
La de ayer no fue una puesta de largo sino una representación simbólica, al más alto nivel, en defensa del hoy cuestionado régimen del 78.
La de ayer no fue una puesta de largo sino una representación simbólica, al más alto nivel, en defensa del hoy cuestionado régimen del 78.
La Princesa Leonor representa el futuro de la Monarquía y se ha estrenado en un acto oficial, al cumplir los floridos 13 años, leyendo el artículo primero de la Constitución. Su padre, el Rey, que sin duda recordó su primera aparición pública a la misma edad, leyó antes que la hija el preámbulo, que escribió Tierno Galván. Cuarenta años después de su aprobación, la Corona está pendiente de esta Constitución, que garantiza su permanencia en el trono. Ha sido algo más que una presentación en público o una puesta de largo de la Princesa heredera en medio de la emoción familiar y de la codicia de las revistas del corazón. Es una representación simbólica, al más alto nivel, en defensa del «régimen del 78», asentado sobre la Monarquía parlamentaria, objeto hoy de fuertes embates para destruirlo. Esta niña vive ya soportando el futuro a sus espaldas. Y el futuro siempre es incierto porque, como dice Jean Cocteau, no pertenece a nadie.
El Rey Juan Carlos, abuelo de la Princesa Leonor, que ha seguido esta función desde la distancia, habrá sentido por dentro emociones encontradas. Por un lado, el sacrificio personal, la marginación que sufre por pertenecer al pasado, y por otro, la satisfacción de contemplar la continuidad de la institución que él consiguió restaurar con mucho sufrimiento y no pocas incompresiones, entre ellas la de su propio padre, don Juan de Borbón. Fue muy duro tener que desbancar a su padre, pero resultó la única manera de salvar la Monarquía, y don Juan se vio obligado a ceder ante el temor de que su familia no volviera a reinar en España. «El precio de esta transacción –indica el historiador Paul Preston– lo tuvo que pagar Juan Carlos, arrancado del seno de su familia y obligado a soportar una vida solitaria». Fue una vida en que tuvo que sacrificar su infancia y su juventud, de una extraordinaria dureza, con férrea disciplina castrense y con Franco, enemigo de su padre, controlando su educación y hasta su futuro sentimental. Tuvo que sortear las asechanzas de El Pardo, la susceptibilidad de su padre y el rechazo de los falangistas que cantaban aquello de «No queremos Borbones» en los fuegos de campamento.
Después de la muerte de Franco, renunció a la Monarquía del Movimiento, planeada desde El Pardo, y a los poderes absolutos recibidos como Jefe de Estado, e impulsó, mano a mano con el presidente Suárez, la Monarquía parlamentaria en la Constitución, que debía restablecer la concordia nacional. Don Juan Carlos vio claro desde el principio que la Monarquía sólo era sostenible en un régimen democrático. Y actuó en consecuencia. En esta histórica operación, se encontró, entre otros problemas, además de la amenaza golpista y la brutalidad del terrorismo, con el rechazo de la izquierda, que no renunciaba a su histórica vocación republicana. Hasta mediados de julio de 1978, el PSOE no aceptó la Monarquía en la Constitución. Lo hizo después de que el PCE pactara el reconocimiento a cambio de su legalización. Para tan importante asunto, Adolfo Suárez hizo la pinza con Carrillo. El día que ocurrió la aceptación de la Monarquía por parte del PSOE, el Rey Juan Carlos, que iba a cenar esa noche con un grupo de periodistas en un restaurante de Madrid, entró en el comedor exultante y nos dijo: «¡Felicitadme, me acaban de legalizar!».
Durante su reinado, que fue uno de los más venturosos de la Historia de España, en el que salvó la democracia la noche del 23 de febrero de 1981, y en el que funcionó con normalidad la alternancia política, contó con amplio respaldo de los españoles, que se hicieron «juancarlistas», pero después de una crisis familiar y de algunos errores personales, decayó el apoyo de la opinión pública y se vio en el trance doloroso de abdicar en su hijo Felipe. Fue una situación tan dolorosa como la abdicación de su padre, don Juan, en un acto mucho más desangelado, en la primavera de 1977 en la Zarzuela. «Aquello parecía un funeral», me dijo doña Pilar, la hermana mayor de don Juan Carlos.
Con la llegada de Don Felipe al trono, se superó la amenaza de una crisis monárquica y mejoró de entrada la imagen de la Monarquía en la opinión pública. El relevo en la Jefatura del Estado fue una operación delicada, llevada a cabo con acierto y discreción por el presidente Rajoy, con el apoyo socialista. Pero el nuevo Rey no se iba a encontrar un camino de rosas. Inauguró su reinado con los coletazos de una descomunal crisis económica, que afectó de lleno a las clases medias y a las capas sociales más vulnerables, y con una desacostumbrada crisis política, que mantuvo muchos meses a España sin un Gobierno estable y que desembocó en una tormentosa moción de censura, que desalojó por primera vez al Gobierno salido de las urnas. Dados los apoyos con que cuenta el nuevo presidente, el socialista Pedro Sánchez, la crisis y la inestabilidad continúan.
El mayor problema, sin embargo, con que se ha encontrado Felipe VI es la crisis catalana. El Gobierno y el Parlamento de Cataluña se alzaron contra el régimen constitucional y contra la Monarquía. Pretendieron declarar la independencia, repudiar al Rey y establecer una República. El joven Rey, ante el mayor reto de su reinado, y con la prudencia que le caracteriza, se vio obligado a salir al paso y advirtió contra este desvarío en un histórico mensaje por televisión el 3 de Octubre de 2017. Al rechazo de la Monarquía entre las fuerzas soberanistas catalanas y vascas se han unido los comunistas y Podemos. Se da el inquietante hecho de que los componentes de esta marea antimonárquica son los que sostienen en la presidencia del Gobierno al socialista Pedro Sánchez. Esta es la situación, mientras la princesa heredera lee en público el primer artículo de la Constitución. Entre las sombras, la princesa Leonor ilumina el futuro. Como dice el poeta inglés Thomas S. Eliot, «el tiempo presente y el tiempo pasado / están tal vez presentes en el tiempo futuro / y el futuro contenido en el tiempo pasado».
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