Opinión

Malditos refranes

Pedro Sánchez debería haber reflexionado un poco más antes de proponer a los suyos «hacer de la necesidad virtud»

El ministro de la Presidencia y miembro de la Comisión Ejecutiva Federal y de la comisión negociadora del PSOE, Félix Bolaños (d), y el presidente de ERC, Oriol Junqueras, en una reunión para sellar un acuerdo que garantiza el apoyo de los republicanos a la investidura de Pedro Sánchez este jueves en Barcelona.
El ministro de la Presidencia y miembro de la Comisión Ejecutiva Federal y de la comisión negociadora del PSOE, Félix Bolaños (d), y el presidente de ERC, Oriol Junqueras, en una reunión para sellar un acuerdo que garantiza el apoyo de los republicanos a la investidura de Pedro Sánchez este jueves en Barcelona. Jordi Play PSCAgencia EFE

El refranero es un depósito de armas de doble filo. Todo refrán tiene su contrarrefrán que lo anula. Si a quién madruga Dios le ayuda, luego resulta que no por mucho madrugar amanece más temprano. Esas dichos y expresiones, que abundan en castellano, son tan delicados de tratar que dan más sustos que la nitroglicerina. Por eso, Pedro Sánchez, cuando preparaba su discurso hace una semana para el congreso del partido, debería haber reflexionado un poco más antes de proponer a los suyos «hacer de la necesidad virtud».

Supongo que, siendo como es un admirador de las modernas teorías de márquetin político, pensaba que siempre hay una frase de veinte palabras que puede desmontar la campaña entera del contrario. Solo se necesita buscarla. Entiendo que había prisa, porque los acontecimientos se estaban precipitando. Pero siguiendo el obtuso principio actual de «clica primero y piensa después» cometió un error. Porque al poner en circulación esa expresión, acto seguido, todo el mundo no pudo evitar preguntarse: ¿la necesidad de quién? ¿de Pedro Sánchez? ¿del gobierno? ¿del PSOE? ¿de España? ¿de Cataluña? Y eso pone de nuevo en primer plano los siete votos que necesita comprar a cualquier precio nuestro presi, ya solo en funciones, si quiere seguir detentando el poder.

Está claro que España no necesita una amnistía. Y, aún menos, pagando un precio tan delirante como ese. En Cataluña tampoco. Porque, aunque se haya querido revestir todo con una cursi coartada de reencuentro súbito y supuesta reconciliación de quien no estaba peleado, lo cierto es que aquí las cosas están igual que antes. Nunca ha habido pelea, pero hay dos proyectos absolutamente antitéticos entre la población. Todo el mundo vería bien un acercamiento entre las partes, pero una amnistía amañada y grosera lo único que hace es alejar esa posibilidad.

Para acercarse adecuadamente, lo primero que se necesitaría es tiempo y calma. Y luego renunciar cada parte a algunas de sus pretensiones. Aquí todo el mundo sabe que si unos reconocieran que su iniciativa del primero de octubre fue un feo plan que no respetó los derechos de sus conciudadanos, los otros aceptarían que no cumplieran sus penas íntegras.

Estos días, todos mis amigos del PSC andan intentando desesperadamente convencerse a sí mismos de que quieren la amnistía, pero si necesitan precisamente pedir confianza eso demuestra que es porque no existe. Telefoneé a muchos de ellos durante la semana, ya que estaban enfadados conmigo creyendo que en mi última columna les había llamado nazis. Por supuesto, no pienso ni que ellos, ni que los amigos que tengo de ERC, o de los comunes, sean nazis. Pero siempre tendrán que soportar las burlas de la población cuando usen el mismo histrionismo escénico que usaba Hitler para jalear sus ocurrencias. Estaría bien que los políticos empezaran a quitarse de esa ramplona costumbre de ponerse en pie para aplaudir mesiánicamente cualquier refranillo insustancial que suelta su líder en el Congreso o en el Senado.

Hablar con ellos me hizo ver que, eliminadas las dos primeras incógnitas, vamos reduciendo el perímetro hasta las necesidades del partido. ¿Necesita realmente el PSOE esta amnistía? ¿O más bien hipoteca su futuro? Me parece que no soy el único que detecta una remota nota de pánico subterráneo en las desesperadas demandas de confianza que hace Salvador Illa. Al fin y al cabo, el PSC, si no obtiene un compromiso formal de no repetir el «procés» puede pagar muy cara esta operación.

Todo se hace mal en psoelandía estos días. Precipitadamente. Deprisa y corriendo. ¿Quién eligió que Santos Cerdán se fotografiara con Puigdemont en Bruselas? Santos Cerdán es brillante. Y un político de gran talento. Pero, reconozcámoslo, por las particularidades de la fotogenia, su piel, no sé por qué, da en cámara con la textura y frescura propias de un condón usado. A su lado, Puigdemont, incluso con su desfasado y extravagante peinado de los noventa, parecía en las fotos un chavalote triunfador. La imagen del PSOE, en ese paso histórico, pintaba la de la más pura derrota. El partido no gana nada.

Quedan, pues, ya solo como beneficiarios Sánchez y sus ministros. Poca virtud puede salir, para el país en general, de unas necesidades tan estrictamente personales.