Casa Real

Objetivo: Una ley de la Corona

En los primeros tres meses de reinado Felipe VI ha abordado cambios para devolver el prestigio a la Institución. Ahora trabaja para que la Monarquía española sea la más transparente de Europa

Los Reyes en Santiago de Compostela el pasado 25 de julio
Los Reyes en Santiago de Compostela el pasado 25 de juliolarazon

Quizá cien días resulten suficientes para un Gobierno; para saber por dónde va a ir y por donde no quiere transitar. O para un ministro. O incluso para un Papa. Pero las monarquías son más lentas, se mueven con el impulso de personas, pero bajo el peso de generaciones, y cien días resultan pocos, muy pocos... Y sin embargo, ya tenemos suficientes pistas para conocer los caminos que van a recorrer Felipe VI y Letizia.

Las mejores pistas las dio el Rey en su discurso de proclamación. Su compromiso de renovación no eran meras palabras. El nuevo Rey sabía que se jugaba su futuro, pero también el de la monarquía. El suspenso a la institución que reflejaban las últimas encuestas del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) era reflejo de muchas cosas, pero sobre todo del caso Nóos, también llamado Urdangarín, que había conseguido arrastrar a la Corona a unos índices de popularidad desconocidos desde que Don Juan Carlos empezó su reinado. Las cosas no eran fáciles, y el fino olfato del Rey percibió que un cambio en la Jefatura del Estado era necesario –las encuestas también ayudaron– y así, de la noche a la mañana, el Rey abdicó. Y toda España contuvo el aliento, pensando que aquel no era el momento o imaginando lo que iba a pasar con aquella pareja de Príncipes bien intencionados pero que aún –eso decían–no había demostrado su repetida preparación.

Y vino el cambio. Y se hizo deprisa. Y los diarios hablaban de cómo se protegía la figura del rey saliente, de Don Juan Carlos... pero ese no era el problema. La clave estaba en recuperar el prestigio de la institución. Y había que hacerlo rápido. Felipe VI fue proclamado, y todo salió bastante bien gracias a unos y otros. Y, por supuesto, algunos partidos aprovecharon para plantear la alternativa republicana. Y lo hicieron. Y tampoco pasó nada. Para eso, y para otras cosas, estaba la Constitución. Pero don Felipe pronunció un discurso. Un discurso en el que no tuvo que repetir lo de que todos somos iguales ante la ley, porque ya no hacía falta. Pero sí quiso decir en voz clara, delante de los representantes del pueblo, que la Corona tenía que renovarse, que cambiar; y que él se comprometía a hacerlo. ¿Y qué hizo?

Una de las primeras cosas fue anunciar que las cuentas de la Casa serían auditadas por una empresa o auditoría externa. A alguien le puede parecer sorprendente que no se haya hecho hasta ahora, pero así son las cosas. Es decir, que como cualquier empresa u organismo, un grupo de profesionales, ajenos a la institución, se encargarán de fiscalizar las cuentas de la Casa del Rey. La segunda medida anunciada, casi al alimón que la primera, fue que los miembros de la Familia Real no pudieran desempeñar trabajos o percibir remuneraciones de empresas privadas. Aquello era ya afinar más. Sobre todo porque las infantas habían dejado de pertenecer oficialmente a la Familia Real y entonces, ¿a quién se aplicaba aquel anuncio? Obviamente a la princesa Leonor no, y tampoco a la infanta Sofía, aún niñas. Se aplicaba a los reyes: a Don Juan Carlos y Doña Sofía y a Don Felipe y Doña Letizia. Es decir, a los primeros. La decisión quería cortar de raíz cualquier cuestión que pudiera suscitar el más mínimo comentario. Y hay que decir que el Rey acertó también con esta decisión.

Pero hubo más. Ha pedido que se elabore un código de comportamiento e incompatibilidad para los empleados de la Casa del Rey. No se trata de que se apunten al aforamiento del que gozan tantos españoles, si no de que respondan de una manera más exhaustiva que el resto de los españoles por el cargo que desempeñan en la institución. La renovación de muchos cargos en la Casa ha ayudado a que los entrantes respondan a este criterio que, a buen seguro, evitará problemas al Rey. Y por último, y era algo que con frecuencia he reclamado desde estas mismas páginas, que se apliquen normas a las dádivas y regalos que percibe la Familia Real. No es una cuestión menor. En Estados Unidos, el Departamento de Estado emite cada año un comunicado en el que detalla la lista de regalos que ha recibido la Casa Blanca y otros funcionarios del Gobierno estadounidense, así como el destino que se les ha dado.

La Casa Real Española ha vivido un vacío normativo –aún seguimos sin la Ley de la Corona que está en la Constitución– que lo único que ha conseguido es que se multiplicaran los rumores de opacidad de la institución. Felipe VI sabe que debe atajar estos comentarios de raíz y se ha puesto a ello. Algo está cambiando en la Casa Real, como también se están produciendo cambios en otras cortes de Europa. Ésas son nuestro modelo. Y me atrevo a decir que Don Felipe tiene un referente y una oportunidad para recuperar el prestigio perdido: apostar por convertirse en la monarquía parlamentaria europea de la que más información hay. No se trata de competir. Se trata de servir a los ciudadanos. Y eso es lo que reclama hoy nuestra sociedad.