Opinión
Presidenta Egolanda Díaz
La democracia es menos bonita, más aburrida, que esas palabras vacías, pero emotivas, que tan bien maneja la comunista gallega que ha alumbrado Sumar
Después de lo de ayer en el Magariños, Pedro Sánchez debería comparecer hoy desde la Moncloa o en el Congreso. De la mano, a poder ser, de Feijóo, Belarra y Abascal. Y anunciar que no habrá elecciones generales a final de año. ¿Para qué? Se impone preparar una transición ordenada e investir presidenta del Gobierno cuanto antes, sin paso previo por las urnas, a Yolanda Díaz. El baño de masas de este domingo debería bastar, las lágrimas de los asistentes, la gente que se quedó fuera sin ser testigo de ese mitin que ha cambiado España para siempre. Y los gritos de «presidenta, presidenta», el aval de políticos del prestigio de Ada Colau e Iñigo Errejón y esa mezcla de «Mr. Wonderful» y Pocoyó que hilvanó los discursos de los que precedieron a «Egolanda» en el uso de la palabra. Sobrevaloramos la democracia representativa porque es menos bonita, más aburrida, que esas palabras vacías, pero emotivas, que tan bien maneja la comunista gallega y nos gustaría nombrar presidentes por aclamación. Jorge Javier Vázquez y Alberto Garzón no pueden estar equivocados. La «política de los abrazos» en la que se refugiaba Carmena cuando no sabía explicar por qué su Gobierno no ejecutaba el presupuesto del asfalto y las aceras es la misma que ahora frecuenta Díaz cuando denuncia la precariedad laboral, pero lleva más de tres años como ministra de Trabajo. Capaz de todo. De conservar la cartera de vicepresidenta de Unidas Podemos, de renunciar a la tutela de Unidas Podemos y de apoyar a candidatos electorales que barrerán del mapa de ayuntamientos y regiones a Unidas Podemos. Todo al mismo tiempo. Tiene siempre un aire literario la traición. Que nos gusta. Especialmente cuando los traicionados son los malos de la película. Pero es traición, al fin y al cabo. Aunque vista de marca, entorne los ojos y te susurre bajito.
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