Cesiones

Puigdemont recupera el debate identitario catalán con la inmigración como detonante

Junts enarbola la bandera de «los catalanes primero» en su estrategia de reconstruir el independentismo

Carles Puigdemont
Carles PuigdemontEUROPAPRESSEuropa Press

«Junts per Catalunya se ha abstenido en la votación de los reales decretos del Gobierno español después de llegar a un acuerdo para mejorar el autogobierrno y las condiciones de vida de los catalanes». Así rezaba el comunicado de la formación independentista tras la caótica sesión del miércoles en el Senado, reconvertido en Congreso por un día. Esa jornada, Junts se arrogó la representación de Cataluña noqueando a Esquerra Republicana. Sus conclusiones fueron claras: doblegaron al PSOE, levantaron la bandera de «los catalanes primero» y Puigdemont dejó claro su estrategia de futuro: Cataluña soy yo.

Fue casi el primer acto de un largo año electoral en el que Junts se hizo valer. Los acuerdos, ciertamente, son «enunciados» y los contenidos son inexistentes más allá de las declaraciones, como dijo ERC al día siguiente, pero Míriam Nogueras, la portavoz de Junts, apuntó su visión de la jugada: «Se ha pasado una pelota de gol a la Generalitat de Cataluña y nosotros esperamos que la Generalitat de Cataluña marque ese gol». Con estas palabras, la representante de los posconvergentes en el Congreso se refería a la inmigración que, según Junts, la Generalitat recibirá la delegación integral de estas competencias. Los de Puigdemont pactan, pero quien tendrá que gestionar será ERC, y para conseguir las competencias el acuerdo apunta que se debe aprobar una ley orgánica, esto es, que debe ser convalidada por una mayoría parlamentaria. La conclusión, por tanto, es que el acuerdo es etéreo pero el relato es toda una victoria de Junts, que ha borrado del mapa a los republicanos y ha «roto las piernas» al PSC.

Agustí Colominas, uno de los intelectuales cercanos a Puigdemont, ha dicho: «El pacto forma parte de la estrategia global que el partido de Puigdemont ha planteado para la etapa de reconstrucción y reorganización del independentismo». O sea, lo acaecido esta semana es la definición de una estrategia que ponga contra las cuerdas al «Gobierno español», amortice a una ERC obligada a seguir el camino que le marque Junts –so pena de ser tildada de traidora– y fije los temas que marcarán la campaña electoral.

Dos puntos destacados

Son siete los puntos del acuerdo de Junts y el PSOE, pero dos destacan sobre los demás: la inmigración y el retorno de las empresas. En ambos, el PSC de Salvador Illa queda al pairo. En inmigración, los socialistas catalanes siempre han votado en contra de este traspaso a la Generalitat en el Parlament. Y en el retorno empresarial, los socialistas catalanes fiaban esta posibilidad a una estabilidad jurídica que se conseguiría con Illa en el Palau de la Generalitat.

Las empresas afectadas no han abierto la boca estos días. Ni lo harán. No tienen intención de volver a entrar en la vorágine política y «nos encontramos cómodos donde estamos», decía el responsable de una de ellas. Pero la bandera del retorno empresarial se la queda Junts. Quizá no tenga ningún efecto, pero afianza el mensaje de que Puigdemont pone a Cataluña por delante de todo y señala la bisoñez de los republicanos. Con la inmigración va un paso más allá con «los catalanes primero».

Una vez muerto el «procés», Puigdemont ha resucitado la identidad y no ha dudado en recurrir a un lenguaje xenófobo que aglutina a muchos seguidores provenientes del independentismo frustrado y, como dice Colominas, «reconstruye» el mensaje. Hace unas semanas, un grupo de alcaldes del Maresme de Junts realizó un acto en el que identificaron inmigración con delincuencia y pedían poder expulsar a los reincidentes. Jordi Turull, el secretario general de Junts, se hizo eco de esa reivindicación. El propio Puigdemont repite constantemente que Cataluña recibe más inmigrantes que otras comunidades sin los recursos suficientes. La inmigración, por tanto, será el gran tema de campaña. No es nada nuevo. Hace décadas no era una anécdota encontrar pintadas en Barcelona de «aquí se roba en castellano» y no hace tanto se decía –en 2017– que la inmigración del resto de España fue una «colonización» para diluir la identidad catalana. Ahora, esa colonización es de inmigrantes extranjeros, sobre todo, de aquellos que hablan español y no se sientes obligados a aprender el catalán. Sin duda, el expresidente de la Generalitat ha encontrado un filón y está dispuesto a pelearlo con la crecida ultraderecha independentista de Alianza Catalana.

El caldo de cultivo existe y en las últimas semanas se han producido algunos hechos relevantes. Las redes sociales explotaron de indignación cuando nacieron los cuatro primeros «catalanes» del año. Sus orígenes –sudamericanos, árabes y eslavos– no fueron del gusto de las redes. «No son los primeros catalanes del años, son los primeros niños nacidos en Cataluña», se podía leer entre improperios. Cuando se conocieron los datos del informe PISA que dejaban el sistema educativo catalán muy malparado, se señaló como causa la sobrerrepresentación de los niños inmigrantes. Los ataques a empresas con el idioma como arma arrojadiza se han agudizado en las últimas semanas.

ERC y socialistas han quedado con el paso cambiado. Los acuerdos tardarán en plasmarse, pero el debate abierto es el primer éxito de Puigdemont y Junts, que recuperan un protagonismo perdido con la identidad como bandera, cambiando el tercio sobre un debate, el «procés», que dan por finiquitado. Eso no significará que pasen del debate sobre la ley de amnistía, sino que amplían el escenario electoral para recuperar el voto perdido. Ante la imposibilidad de la independencia, Puigdemont ha renacido la identidad.