Opinión

Por qué la amnistía no

Sería un error político tremendo y dividiría Cataluña en dos bandos: a los que se les permite la impunidad y a los que no

Manifestación independentista a favor de la Diada
Manifestación independentista a favor de la DiadaPau VenteoEuropa Press

Cataluña es un lugar muy pequeño donde nos conocemos todos. Entre los afines al nacionalismo, que incluye a los que no se declaran nacionalistas pero lo son camufladamente (una característica clásica y singular de la región), se ha empezado a usar el sintagma «despenalizar el procés» para mencionar la amnistía. Por supuesto, la súbita aparición del eufemismo lo que indica es que la cosa está en vías de negociación y no se sabe si llegara a puerto, pero se va a intentar convencer al electorado, con un lenguaje indoloro, de que tal injusticia no es mala.

La amnistía, obviamente, sería un error político tremendo. Dividiría Cataluña ya para mucho tiempo en dos bandos: aquellos a los que se les permite impunidad y aquellos a los que no. En Cataluña, hay dos corrientes de opinión entre la ciudadanía: los que creen que todo iría mejor separados del resto de España y los que creen que todo iría peor si eso sucediera. Tenemos empate. Si lo que se quiere es enquistar las diferencias nada mejor que lo que están torpemente haciendo: proponer privilegios a unos y otros según las necesidades. La creación de desigualdades ante la ley entre los ciudadanos no cicatrizará con facilidad y agravará a largo plazo el encono entre ambos proyectos. Los medios afines lo ignorarán y querrán cubrir con un manto de silencio esa herida supurante, pero ahí quedará, complicando cualquier futuro por mucho tiempo.

Dado que esta vez afecta a los grandes partidos de ámbito estatal por la curiosa aritmética del resultado de las elecciones, aparecen igual de súbitamente desde el poder los argumentadores que, desconociendo totalmente el pulso de la realidad catalana y mirándosela desde lejos, proponen lecturas sesgadas a medida de sus propias necesidades. Aparecen así inconcretas apelaciones generales a una política más fluida y ágil. Incluso se aventuran a asegurar que ahora mismo existe una abrumadora mayoría parlamentaria dispuesta al reencuentro total. Abrumadora, nada menos. Dispuestos al reencuentro total, dicen. Ja. Para morirse de risa. Y te lo dicen después de un empate quienes han sido incapaces ni de plantearse una solución a la alemana de entendimiento entre los dos grandes partidos mayoritarios para las cosas fundamentales.

Aquí, en esta olvidada región de tradicionalistas ultramontanos, estamos acostumbrados a la cíclica aparición de los turistas de lo catalán. Hace unos años, toda una Ministra de Cultura se lanzó a decir sin red que el uso del catalán en nuestra región era mayoritario. No, mujer. Si así fuera, no habría conflictos lingüísticos porque la cosa caería por su propio peso. El uso del catalán es paritario. Paritario y afortunadamente vigoroso, añado. Dese una vuelta por las calles catalanas. Y por eso esos conflictos hay que tratarlos con exquisita delicadeza y no con la grosería faltona del nacionalismo agresivo. Evidentemente, la pobre desconocía la realidad catalana y se había creído el primer relato interesado de cualquiera que tuviera cerca. Con el muy humano sesgo cognitivo de confirmación, escogía el relato que más convenía a sus intereses.

La activación del catalán contrario al independentismo es diferente a la del ultramontano de provincia lejana. En Cataluña, tanto los contrarios como los partidarios de la independencia saben que el gobierno de Sánchez se aviene a hablar de amnistía no porque sea justa o porque piense que sea un buen proyecto de futuro para la región, sino por que es su única manera de sobrevivir. Para mantener unidos los restos del barco que lentamente va hundiéndose, debe justificarse lo injustificable,defenderse lo indefendible, y eso deja al electorado en manos de la propaganda más pura y dura, de la desinformación, el desánimo y el eufemismo. La poca fe que tiene hoy en día el electorado en sus políticos delata que ha detectado ese hecho.

Una amnistía con eufemismos, en lugar de colocar bajo una campana de cristal la llama del segregacionismo tradicionalista irredento (en el momento en que tiene sus peores resultados) lo que hará es mantenerlo como brasa incandescente. Cuando para ganar se abdica de la igualdad y los buenos propósitos (base de los movimientos socialistas), hay que disimular e intentar convencer de que las oblicuas intenciones de desigualdad son cosas necesariamente imprescindibles para la sociedad.