Memoria histórica
«Queremos que los huesos de nuestro abuelo y tío abuelo estén en el pueblo»
Bando Republicano La lucha por exhumar a víctimas a veces no esconde motivos políticos sino, sencillamente, lograr una lápida con sus nombres.
Bando Republicano La lucha por exhumar a víctimas a veces no esconde motivos políticos sino, sencillamente, lograr una lápida con sus nombres.
José Cansado era concejal de la UGT en Ateca, Zaragoza, y cuando le fueron a buscar al campo en el que trabajaba como jornalero a finales de agosto de 1936 no temió por su vida. Su hijo Pascual (en la imagen sobre estas líneas, a la derecha) que en aquel entonces tenía 14 años y hoy 95 le preguntó: «¿Vas a ir?». Y él respondió: «¿Qué me va a pasar si no he hecho nada?». Toda la corporación municipal de Ateca fue reunida en el Ayuntamiento aquel día y cuando llegaron las ocho de la tarde se les ordenó volver a sus casas, cenar y traer una manta para pasar la noche en la casa consistorial. A la mañana siguiente les llevaron a Calatayud para interrogarles y cuando salía el camión, el hermano de José, Antonio, que había ido simplemente a despedirse de él, fue obligado a sumarse al número de los prisioneros y, por tanto, a compartir su destino.
A partir de ese momento, la historia de José y de Antonio es casi un arquetipo de miles de asesinatos que tuvieron lugar en la España nacional en aquel infausto verano del 36. El joven Pascual recorrió dos o tres veces por semana a pie los 14 kilómetros que separan Ateca del mercado de abastos de Calatayud, improvisada cárcel nacional, para llevar a su padre y a su tío comida y ropa. El 30 de septiembre, Pascual recuerda que alguien le dijo: «Vete a casa chaval y no vuelvas más que tu padre ya no lo necesita». Pascual volvió arrastrando los pies hasta Ateca donde le dió la noticia a su madre, Manuela, embarazada del séptimo hijo de José, una niña, que nacería en enero del 37 y que nunca vería a su padre.
Años después, indagando y preguntando incluso a pastores de la zona, los hijos de José supieron que su padre y su tío habían sido fusilados en un paraje cercano a Morata del Jalón. En 1959, poco antes de la inauguración del Valle de los Caídos, se mandaron circulares a los gobernadores civiles para que localizaran fosas y trasladaron las restos al monumento. Fue así como José y Antonio llegaron al lugar de la sierra de Madrid donde se encuentran en estos momentos. Nieto de José, Francisco Cansado afirma que su lucha junto a otras familias para exhumar los restos de sus familiares del Valle supone «cerrar heridas que no sabíamos que teníamos porque tengo 57 años y de todo esto me enteré cuando tenía 42 o 43». Francisco parece ajeno a todas las derivadas que este asunto tiene en el debate político: «Queremos sacar a mi abuelo y a mi tio abuelo de allí. Que mi padre llegue un punto que sepamos dónde esta enterrado exactamente, que haya una lápida con su nombre».
Por supuesto Francisco está en contra de que se utilice su caso para violentar los deseos de otras personas que tienen familiares en el Valle: «No quiero faltar el respeto a nadie. No quiero remover los huesos de nadie para saber quién es mi abuelo, explica.
Las palabras y el talante de Francisco contrasta dramáticamente con aquellos para los que la memoria histórica no es más que una herremienta mediática y política: «La queja de por qué mataron a mi abuelo y a mi tio abuelo ya ha pasado. Tiene que haber máximo respeto. No tengo ningun rencor».
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