España

Queremos ser europeos

La Razón
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La cultura es el conjunto de informaciones que nos permite mejorar nuestro juicio crítico. Obviamente, si ese conjunto de informaciones está sesgado, oculta verdades e inventa falsedades interesadas, el resultado no sólo será que nuestro juicio crítico no mejorará, sino que además no nos estarán proporcionando cultura (aunque venga disfrazada con su retórica) sino superstición, falsedad, manipulación. Con un conjunto de informaciones cierto, es más fácil tomar decisiones acertadas. Si los datos que nos dan son falsos, nos equivocaremos pensando que íbamos a acertar.

Cuando gentes de otras regiones me preguntan qué sentimos en realidad los catalanes, siempre recuerdo el párrafo anterior. Los catalanes somos una sociedad plural, de orígenes muy diversos, tradiciones muy diferentes y hasta meteorologías cambiantes según la zona. Disponemos de dos lenguas muy parecidas. Una es autóctona (se da allí donde ha aparecido) y la otra llegó lentamente con el paso de los siglos a través del viaje de las gentes (no por una invasión, como dicen los embusteros del nacionalismo). Todo este conglomerado de gentes opinamos de maneras muy diversas sobre casi todo. Una gran parte preferimos el unionismo, convencidos de que podemos mantener las especificidades de nuestra zona (el idioma autóctono, la tradición artística) formando parte de una unión más grande. Otra gran parte de ese conglomerado es separatista y piensa que nos iría mejor fuera de España. Ese pensamiento separatista ha tenido en los últimos tiempos formas cambiantes y sucesivas (catalanismo, nacionalismo, independentismo), hijas innegables de la esquizofrenia que provoca el hecho de que la realidad empírica y numérica contradice claramente los propósitos de base de su credo.

Durante el último franquismo y la transición una gran mayoría de catalanes vimos en el catalanismo un aspecto positivo como dinamizador social. Era un regionalismo, más preservador de las tradiciones propias que creador de divisiones. Se creía antitotalitario y democrático, cosa que le daba prestigio y nos parecía razonable a todos. Con la llegada de Pujol ese planteamiento fue pudriéndose progresivamente y se deslizó hacia la pura y simple corrupción con excusa patriotera, es decir, los mismos viejos vicios de las dictaduras. Como todos los milhombres del patrioterismo, Pujol, Mas y compañía nunca han comprendido que lo que te hace demócrata no es tanto cómo has llegado al poder sino cómo te comportas cuando lo alcanzas. Su buque insignia fue la televisión pública autonómica catalana, que se fundó con una estética innovadora y moderna, pero con un conjunto de informaciones que no mejoraban nuestro juicio crítico. Todo aquel que llamaba la atención sobre esa incultura básica era condenado en nuestra región al silencio y al ostracismo. Aún hoy, resulta difícil explicar la necesidad de dilapidar dinero público en retransmitir carísimas carreras de Formula Uno, cuando hay recortes en la Sanidad y, además, otra emisora privada las emite ya para todo el territorio.

Una gran parte de los catalanes que tratamos con cariño al catalanismo en nuestra juventud decidimos señalarlo con el dedo cuando el emperador empezó a andar desnudo. Fue cuando exiguas y endebles mayorías regionalistas provisionales se presentaron en Madrid diciendo que todos los catalanes pensábamos como ellos. Si eran incapaces de reconocer y explicar la diversidad y complejidad de su propia sociedad, no merecían entonces ser sus representantes. Los disidentes, por tanto, crecen. Cada día somos más. Artur Mas lo nota, y en público ya se muestra como un hombre desencajado, avejentado, que ha perdido el aplomo propio de quien juega de farol. Ir de farol en política, cuando hay un panorama sociológico como el que acabo de describir, es hacer un ridículo cósmico. Aun así, los disidentes todavía hemos de luchar contra unas instituciones autonómicas apisonadoras que hurtan informaciones relevantes a nuestros paisanos y presionan con prebendas y situaciones laborales. Mucha labor se ha hecho pero aún queda mucha por delante. Por eso a los amigos de otras regiones que, fatigados del sonsonete separatista, dicen que si quieren la independencia que se la den, les recuerdo siempre los millones de catalanes (tantos como los otros) que no quieren irse y que, desprotegidos, luchan en la oscuridad por que no les despojen del derecho fundamental de ser catalanes, españoles y europeos si así lo desean. Sería una vileza dejarlos solos. Al fin y al cabo, el primer lugar que los romanos llamaron Hispania fue la costa catalana.