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Ricart: «Necesito quitarme del medio para huir del acoso»

Ricart: «Necesito quitarme del medio para huir del acoso»
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Rondaban las 13:00 horas del pasado viernes cuando la Audiencia de Valencia tomaba la decisión de excarcelar a Miguel Ricart. Más de 60 periodistas aguardábamos su salida a las puertas del centro penitenciario de Herrera de La Mancha en Ciudad Real. Le habíamos aguardado durante varios días. A las 17:30 horas apareció. Lo reconocimos por su baja estatura y por llevar una braga y un gorro negros. Se tapaba su rostro para que no le identificáramos. A pesar de llevar 21 años encerrado en prisión, salía con poco equipaje. Sus pertenencias se limitaban a una pequeña maleta y una mochila de deportes.

Un funcionario de prisiones le acompaña para realizar su último trámite dentro de la cárcel: debe recoger su DNI en la garita de la entrada de la Guardia Civil. Documento que posteriormente veo y compruebo que está expedido hace más de 25 años, de aquellos grandotes y azules que pertenecen al pasado.

Nada más salir, los periodistas nos acercamos a él. Esperamos alguna palabra de arrepentimiento. No se produce, aunque a los compañeros y a mí nos da tiempo a preguntarle bastantes cosas porque sale tan aturdido que no encuentra el taxi que venía a recogerle. Tras varios intentos consigue entrar en el vehículo que le llevará lejos del que ha sido su hogar durante más de cuarenta años. Se dirige hacia la estación de tren de Manzanares, a unos 12 kilómetros de Herrera de La Mancha.

El conductor circula con pausa, no tiene prisa. Detrás, le sigue una comitiva de medios de cinco coches. Hacen un primer intento de parada pero se ve desbordado por la situación y decide salir de nuevo de la estación. Mientras hace tiempo llaman a la Guardia Civil, que no tarda en personarse en la estación para escoltar al ya ex preso.

Nos cuesta trabajo dar con él porque , mientras conversábamos con los agentes sobre la posibilidad de acceder a la zona pública de la estación, le ha dado tiempo de saltar a las vías del tren y caminar una larga distancia –cerca de un kilómetro– para huir de la Prensa. Lo vemos a lo lejos y empezamos a correr tras Miguel.

El primero en llegar es mi compañero cámara del programa «Espejo Público» y acto seguido le alcanzo yo. Ricart, con un palo de madera en la mano,nos espera desafiante y nos pide que le dejemos en paz. «¡Ya, ya!», grita alzando el barrote. Quiere impedir que lleguemos a él. Está nervioso. Da vueltas sobre sí mismo. Está desubicado, aturdido. Tras unos minutos de tensión se sosiega y tira el palo. Llegan el resto de periodistas y la Guardia Civil que lo escoltan hasta el andén de la estación mientras nosotros intentamos obtener alguna declaración sin éxito. Agazapado, se queda en un lado de la estación una hora esperando la llegada del tren.

Se sube en el primero que pasa, con destino Jaén. Cuando entra en el vagón los pasajeros lo miran atónitos porque en ningún momento se quita su braga y su gorro. Le acompañan distintos flashes de medios gráficos. Para mi sorpresa, descubro que no lleva billete y se lo abona al revisor cuando el tren ya está en marcha. Lo compra hasta el destino final, la ciudad de Jaén. Durante el trayecto se cambia varias veces de vagón y sigue ocultando su cara. La gente no da crédito. Una señora con una niña pequeña se pasa a otro vehículo después de enterarse de quién se trataba.

El trayecto dura una hora y media aproximadamente. Nos descoloca que se baje una parada antes de lo previsto, en la estación de Linares-Baeza. Allí nadie le espera y es cuando tengo la oportunidad de hablar con él durante casi 50 minutos. Al principio se muestra reacio pero se da cuenta de que ha dado con un periodista insistente. Me propone dar un paseo.

Algo desorientado

Arranca nuestra conversación. Tiene la voz ronca, fuerte. Sus palabras son consistentes. Es rotundo. Me dice que tiene muchas ganas de hablar pero que todavía no es el momento: «Necesito quitarme de en medio durante un tiempo para huir del acoso mediático». Está desorientado, no sabe ni en qué parada se ha bajado. Me explica su decisión de bajarse una parada antes de su destino porque suponía que en Jaén habría cámaras esperándole y que no está dispuesto a hacer declaraciones a calzón quitado. Pero sin las miradas de los objetivos se presta a hablar de todo.

Me sorprende su actitud. Está como ido. No deja de mirar los rótulos de los luminosos de los bares, los coches... me dice: «Mira que árbol, ¿quién se iba a sorprender por ver uno? En el patio de mi cárcel no había ninguno». Seguimos charlando, caminando sin rumbo, nadie le espera y no tiene ningún plan mejor.

Entramos en materia delicada y le pregunto por qué no ha aprovechado la ocasión frente a los medios de comunicación para pedir perdón a las familias y mostrar algún tipo de arrepentimiento. Su respuesta me deja helado. Insiste en que no puede pedir perdón porque es inocente: «He sido un puto cabeza de turco. Lo que le hicieron a esas niñas no tiene perdón de Dios». Admite que «he cometido errores: He robado un banco, pero de ahí a lo otro, no». Asegura que no tiene mucho dinero: «Sólo dispongo de algunos ahorrillos del dinero que he conseguido en prisión».

Se había especulado también sobre su soledad, que en todos estos años no había recibido ninguna visita a prisión. Me lo niega, dice que a veces los periodistas inventamos para rellenar. Está dispuesto a rehacer su vida y a recuperar a su hija, pero antes quiere demostrar ante el mundo que es inocente. Asegura que no tiene intención de volver a la cárcel: «Antes de delinquir me muero de hambre». Cuando mi conversación con él está finalizando, después de haber recorrido varias calles sin destino fijo, aparecen tres coches de la Policía Nacional.

Le preguntan si es Miguel Ricart y tras identificarle quieren saber si tiene intención de quedarse por el pueblo. Él dice que no, que se va a Madrid, necesita una ciudad más grande para desaparecer ante la sociedad. Horas más tarde abandona Andalucía y pone rumbo a la capital.