Diada

El separatismo acentúa su cisma entre ataques a ERC

Los partidos escenifican su total división en la primera Diada de Illa como presidente tras el pacto con los republicanos

Diada.- Borràs (Junts) defiende que el independentismo no tiene "ningún derecho a rendirse"
Borràs y Turull, durante la ofrenda floral a CasanovaEuropa Press

Salvador Illa ha imprimido un nuevo carácter a la Diada como muestra del cambio político de Cataluña. Puso su sello en el discurso institucional, en el que habló de una Cataluña de todos y para todos, integradora, y repasó los problemas cotidianos, como la inmigración, educación, vivienda, salarios dignos y de la igualdad entre hombres y mujeres. El presidente catalán, al contrario de sus predecesores, prescindió de veleidades separatistas y tuvo recordatorios al golpe del 11 de septiembre de 1973 en Chile o el atentado de las Torres Gemelas en 2011.

Mientras, los independentistas pusieron el resto, porque más allá de soflamas de todos contra Illa por ser el presidente de la Generalitat «más español de la historia», la desmovilización fue una constante en medio a las llamadas a la unidad perdida desde hace varios años. Al tiempo que reivindicaban la unidad, ERC era objeto de todas las críticas desde Junts, Asamblea Nacional o la CUP en un ejemplo de guerra civil total entre las fuerzas independentistas, amén de los enfrentamientos internos que tienen en tensión a todos los partidos, ANC incluida.

Carles Puigdemont, fuera de foco, demostró su ignorancia en las redes sociales y expuso la manipulación independentista sobre la derrota de 1714 confundiendo la Guerra de Sucesión –entre Borbones y Austrias– de amplitud europea con una Guerra de Secesión que jamás existió. Sacó pecho en defensa de la Diada como el «hilo rojo de la resistencia de Cataluña» que perdió sus prebendas en la guerra de 1714.

«Durante generaciones, los catalanes hemos recordado el 11 de septiembre de 1714 con una doble mirada. Como resistencia heroica al Ejército de ocupación español y como punto de inflexión para la reconstrucción nacional después de la caída de Barcelona y los posteriores decretos de Nueva Planta con los que los Borbones decidieron castigar a nuestra nación», decía desde Waterloo.

Ignoraba el pregón del General Moragas, el jefe de las fuerzas austracistas que combatieron a los borbones, llamando a los barceloneses a defender la ciudad en 1714 «en protesta de todos los males, ruinas y desolaciones que sobrevienen a nuestra ciudad y afligida patria y el exterminio de todos los honores y privilegios quedando esclavos con los demás engañados españoles y todos en esclavitud del dominio francés, pero confiamos en que todos, como verdaderos hijos de la patria, amantes de la libertad, acudirán a los lugares señales con el objetivo de derramar gloriosamente su sangre y la vida por su Rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España». Es decir, los defensores de Barcelona defendían un modelo de España, el del líder de los Austrias que preservaba sus fueros, frente a otro modelo de España, el centralista de los Borbones. De independencia, ni una sola palabra.

Los separatistas esperaban que el independentismo de base volviera a ocupar las calles catalanas en las cinco manifestaciones. No volvió y las marchas fueron descafeinadas lejos de las grandes cifras de hace diez años y con momentos de tensión entre los propios independentistas, tanto el martes en el Fossar de las Moreres –donde fueron enterrados los defensores de Barcelona en 1714–, con la intervención de los Mossos para separar a los miembros de Alianza Catalana de los grupos de izquierda, como en el acto de ERC en Barcelona que fue boicoteado por grupos de extrema izquierda, que lanzaron pintura y bengalas.

La ANC, haciendo bueno su nuevo papel de brazo armado de Junts, empezó su manifestación en Barcelona con ataques a Illa y, por supuesto, a Aragonés por el pacto de ERC con los socialistas. Incluso la CUP decidió lanzar pintura roja contra el Palau de la Generalitat, como si Salvador Illa fuera un «okupa» en una residencia que solo pertenece a los independentistas.

A pesar de las salidas de tono, el mundo independentista no ha podido ocultar sus diferencias y su debilidad, mientras el mesianismo del liderazgo de Puigdemont ha sido omnipresente con manifestantes con caretas del expresidente. De hecho, las manifestaciones se han convertido en un grito de guerra contra el acuerdo de ERC y PSC con insultos de todo tipo contra los republicanos y el president Illa. «Vergüenza me daría hacer presidente a Illa», decían exaltados los manifestantes. Solo alguno reflexionaba y recordaba que «no estamos en 2017», como el presidente de Òmnium, Xavier Antich. Pese a ello, este 11S es un punto de inflexión en el que Cataluña empieza una nueva etapa social y política.