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Población anestesiada

Trump o nuestra siguiente pantalla

Moncloa y Ferraz diseñaron argumentario: las críticas a España vendrían solo motivadas por las preguntas periodísticas

Imagen de archivo. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), conversa con el presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump (c), al inicio de la cumbre de jefes de estado de la OTAN en Bruselas OLIVIER HOSLETEFE

La Inteligencia Artificial nos muestra al presidente de los Estados Unidos pilotando un avión de combate llamado «King Trump». Lleva puesta una corona. Tanto elemento monárquico tiene una razón de ser: el vídeo es una respuesta a las manifestaciones contra él convocadas en varias ciudades del país, que han tenido como lema «No Kings». Pero lo «mejor» está por llegar: «Maverick» Trump sobrevuela las marchas y rocía a sus asistentes con raciones muy generosas de excrecencias.

Cómo estaremos de anestesiados que la cosa no ha pasado del breve en el relato informativo. Ahí es nada: el líder del país democrático por excelencia difundiendo un vídeo en el que aparece ciscándose literalmente en sus ciudadanos. Dónde quedó aquello de gobernar para todos y mostrar respeto por los que expresan su desacuerdo por tus políticas.

Si el jefe está así, los subordinados deben pensar que para qué van a tener que cortarse un pelo. Hace algunos días, el corresponsal político del «Huffington Post» SV Dáte se dirigió a la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, para conocer quién estaba detrás de la elección de Budapest como escenario de la reunión entre Donald Trump y Vladímir Putin, que quedaría suspendida poco tiempo después. «Tu madre», fue lo que recibió como contestación. Primero, en un mensaje dentro de esa conversación privada, Leavitt le dijo a Dáte que no podía considerársele un periodista, sino un gacetillero izquierdista al que nadie se tomaba en serio, ni siquiera sus colegas de los medios de comunicación que, simplemente, no se lo decían a la cara. «Deja de mandarme tus sesgadas y carentes de ingenio preguntas de mierda» (sic). Ya en público, desde su cuenta de X, añadió que los activistas que se disfrazan de periodistas hacían lo contrario a un servicio a la sociedad.

Quizá les suene de algo. En España, las relaciones entre el poder político y el periodismo han vivido episodios poco edificantes en el pasado. Pero el grado de deterioro alcanzado desde que Pedro Sánchez es presidente resulta preocupante. Entre otras cosas porque no termina de vislumbrarse el fondo. La última controversia tiene como objeto a David Alandete, corresponsal en Washington de varios medios de comunicación de nuestro país.

Moncloa y Ferraz diseñaron un argumentario: las críticas de Trump a España por su contribución a la financiación de la OTAN vendrían motivadas únicamente por las preguntas periodísticas. Alandete reunía varías características que lo convertían en una presa apetecible para el oficialismo. Empezó Margarita Robles, con esa cosa manera de afear suya tan de profe de secundaria de colegio privado laico. El fondo era deplorable, pero, como todo es susceptible de empeorar, Óscar Puente asumió en primera persona la estrategia. Ahora también iban a ser penosas las formas.

Lo sucedido después ha sido una constatación triste de cómo están hoy las cosas por aquí. Las tradicionales acusaciones de corporativismo a la profesión periodística se han quedado muy antiguas. Ahora mismo, va camino de ser norma que los profesionales se sientan más cercanos al político al que votan que al colega que piensa distinto. El intercambio de cuchillos entre los compañeros ha sido particularmente incómodo de presenciar. Ninguno ha estado como para presumir del tono de sus intervenciones. Pero sorprende que no haya habido consenso cuando desde el poder político se ha puesto en cuestión –con el brochazo gordo que caracteriza a su ariete principal– el mero hecho de que un periodista haga preguntas. (Y que de éstas surjan titulares).

España se ha acostumbrado a importar los usos y costumbres estadounidenses con cada vez menos retraso. Lo que empieza en una universidad de Nueva York retumba en Malasaña con un margen progresivamente estrecho. Así las cosas, asombra bastante que se tenga tan clara la alarma cuando se observa el grado de polarización y agresividad al otro lado del Atlántico y se normalice el papel de aquellos que dan las zancadas más largas para que nosotros también lleguemos a ese punto.

La noticia del concurso de acreedores que se cierne sobre Mr. Wonderful, la compañía especializada en barnizar de mensajes almibarados objetos cotidianos como tazas o cuadernos, es, en este contexto, menos anecdótica de lo que parece. Aquella hiperglucemia motivacional, que acompañó desayunos y toma de apuntes en los años en los que nuestro país se ilusionaba con un cambio que cerrara definitivamente la salida de la crisis de 2008, parece haber perdido todo sentido en esta España de ceño fruncido.

De momento, nuestros gobernantes todavía no producen vídeos en los que derrochan adrenalina mientras nos arrojan heces. Pero mucho nos tememos que es, solamente, la siguiente pantalla. Esperemos que no haya que esperar al «game over».