Martín Prieto

Violencia cariñosa

Violencia cariñosa
Violencia cariñosalarazon

Un grupo de jóvenes estudiantes literatos acudieron en veneración al domicilio madrileño de Azorín y queriendo beber una lección le preguntaron: «Maestro ¿ qué tenemos que leer para ser grandes escritores como usted?». El genio del párrafo mínimo, como un «avant la lettre» del microscópico cuentista Monterroso, pasado de anarquista con paraguas rojo a subsecretario y maestrante de la impasibilidad les ilustró: «El diccionario». Habitados por una interclasista legión de ígnaros adoptamos el escrache del lunfardo pero desconocemos las 83 acepciones ominosas de violentar del «María Moliner», que también contemplan la estridencia y lo vehemente. Las diversas tribus indignadas creen que la violencia se circunscribe a partirle las piernas a un cristiano y que esa es la línea roja ( precisamente de los uniformes colorados de los Highlanders en la guerra de Crimea ) que separa su pacifismo acendrado, su educación y buena voluntad. Es violencia y delito darte una cencerrada asustando a tu familia y alarmando a los vecinos. Aunque no te toquen es violencia pretender que votes contra tu conciencia. Es violencia recibir injurias y amenazas por los caminos de salteadores de las redes sociales. Violencia es el cobrador del frac. Decía la nada sospechosa Joan Baéz que lo único que ha sido un fracaso peor que la organización de la no-violencia ha sido la organización de la violencia misma. Otro gurú, y mártir, de los derechos civiles como Martín Luther King afirmaba que la violencia crea más problemas sociales que los que resuelve. El altivo Charles de Gaulle resolvía que los fascistas no son todos ladrones y violentos, pero los ladrones y violentos son todos fascitas. El castigo de la Torre de Babel fue la confusión de las palabras. Que Ada Colau mezcle la violencia con la amable información a domicilio es lógico en la Pasionaria del metro cuadrado. Pero que el Presidente del Tribunal Supremo se aturulle entre la libertad de expresión y el indómito escrache, teniendo que aclarar sus propias palabras, produce vergüenza ajena en un picapleitos cuando procede la confusión de un notable jurisperito. Y además: hasta la libertad de expresión originó un asesinato de ETA en España. Violencia, ni en la cama.