Política

Ceuta

Vivir en la frontera: «Mi trabajo es un campo de minas»

Sukaina, porteadora, se levanta cada día a las cuatro de la madrugada para ir a Ceuta. Sobre las siete, abre la frontera que le permitirá recoger la mercancía que luego venderá en Marruecos. Lo hace con un objetivo muy claro: sacar a su familia adelante

Sukaina / Foto: Reduan Dris
Sukaina / Foto: Reduan Drislarazon

Sukaina, porteadora, se levanta cada día a las cuatro de la madrugada para ir a Ceuta. Sobre las siete, abre la frontera que le permitirá recoger la mercancía que luego venderá en Marruecos. Lo hace con un objetivo muy claro: sacar a su familia adelante.

En el fardo de Sukaina hay un neumático usado, un par de mantas de segunda mano y cinco kilos comida. Esto es tan solo lo que asoma por este paquete tan bien compactado como el cemento. Dentro se acumulan grandes cantidades de ropa. En total, más de 70 kilos que ya no cargan en sus hombros. Desde el pasado abril, las mujeres que cruzan la frontera de Ceuta están obligadas a emplear carritos de la compra para portar sus bultos. «Al menos, ahora, puedo respirar un poquito mejor», reconoce esta marroquí de 50 años, a punto de comenzar su regreso. Es joven, delgada y avispada. Mira de reojo constantemente a la policía mientras termina de atar su mercancía. Su espalda sigue doblada, pero calma el dolor pensando en su familia. «Tengo que dar de comer a mis hijos y a mi marido. Me dejo la piel cada día en la frontera, pero es la única forma que tenemos de subsistir». En menos de 15 minutos ya está corriendo hasta el paso de El Tarajal II, el único permitido a porteadores y que une la ciudad autónoma con Marruecos. Lucha con otras mujeres, que se abalanzan las unas sobre las otras para intentar ganar posiciones. Junto a ella, según datos facilitados por la Delegación del Gobierno en Ceuta, más de 10.000 personas pisan suelo español a diario, de las que en torno a 4.000 se dedican a este «comercio atípico». «Nuestra situación es inhumana», asegura en un español chapurreado Sukaina. «Para los agentes somos como ratas». En su caso, ha recibido algún que otro porrazo en el costado y muchas vejaciones. «Lo que unido al caos que supone pasar, convierte nuestro trabajo en un campo de minas». En 2017, fallecieron cinco mujeres: Karima, Batul, Suad, Bakkali y otra cuyo nombre no trascendió a los medios. En este 2018, la situación sigue siendo igual de indigna: Ilham y Souad murieron en las mismas circunstancias.

«Sin la aduana, todo son pérdidas»

Antonio Mesa está «muy preocupado» por las consecuencias económicas que está generando el cierre de la aduana comercial en Melilla. Desde 1956, empresarios de la ciudad autónoma han transportado sus mercancías al país vecino, lo que se traducía en el sustento de buena parte de su economía.

Sin embargo, tras 63 días sin poder realizar su rutina habitual, más de 100 millones de euros se han perdido y las esperanzas se han diluido. Y la sangría continúa: «Somos un gremio muy importante y no sabemos qué va a pasar con nosotros», asegura Mesa, que además es el presidente del Colegio de Agentes de Aduana y Representantes Aduaneros. Antes del cierre unilateral, realizaban tránsitos de mercancías comunitarias y no comunitarias, así como de exportaciones documentadas. Ahora, en cambio, comerciantes y transportistas melillenses agonizan ante la falta de respuestas del Gobierno español. «El Ejecutivo tenía que haber luchado para que no ocurriese. Somos muchas familias las que vivimos de esto: no tenemos industria y no se puede perder esta línea de negocio». Sin embargo, este movimiento no les ha llegado de sopetón. A principios de verano, las autoridades marroquíes colgaron diversos carteles en los aledaños advirtiendo de la clausura de esta actividad con la excusa de potenciar el puerto de Beni Anzar. «Era un secreto a voces que comunicamos debidamente a la Delegación del Gobierno, pero no lo han conseguido frenar». Esto tiene una clara repercusión en todas las empresas melillenses: despidos y eres. «Lo estamos pasando mal porque hemos dejado de ingresar el dinero de las importaciones», añade. «Sin la aduana, todo son pérdidas».