Feminismo

El feminismo que a mí me gusta

El 8M aúna las fuerzas de los feminismos gallegos con diferentes prioridades, la misma causa y "sin miedo" a discrepar
Manifestación del Día Internacional de la Mujer Trabajadora en Santiago de CompostelaELISA PIÑÓN - EUROPA PRESS (Foto de ARCHIVO)08/03/2017larazonELISA PIÑÓN - EUROPA PRESS

No hay nada más feminista que una peluquería un viernes por la mañana. A lo mejor, si me apuras, un baño de chicas de un bar a las tres de la madrugada. En pocos lugares vas a encontrar más sororidad que en esos sitios, te lo aseguro. Ni manifestaciones con camisetas violetas, ni gritos con las tetas al aire, ni “yotecreohermanas” en twitter: una peluquería el vienes por la mañana.

Este viernes, precisamente, fui con mi amiga Paula a la peluquería. Nuestra pelu es, muy probablemente, la mejor del mundo. Si os dejáis caer por allí -Salón blue, en Barcelona, en la calle Mallorca- decidle a Sandra que váis de nuestra parte. Y que no se os pase zamparos alguna de las nubes de azúcar que tienen en la entrada. Qué cosa más rica.

Como os decía, allí estábamos Paula y yo, contándonos nuestras cosas mientras nos hacían las mechas y nos cortábamos el flequillo. O al revés, no lo tengo muy claro. Ella, con un montón de papelitos de aluminio en la cabeza, que a punto estaba de pillar wifi o captar alguna señal FRB que evidenciara la existencia de vida extraterrestre en otros planetas, me contaba lo de Rociíto y su hija. Qué drama. Ahí se nos disparó a las dos la sororidad bastante fuerte por primera vez, porque el sufrimiento de una madre es el sufrimiento de una madre y nosotras, incluso con todo eso en la cabeza, empatizamos mogollón.

Tras arreglarle la vida a Rocío Carrasco y a Maria Teresa Campos, buscar la edad de Isabel Preysler en google porque no dábamos crédito, y repasar los últimos acontecimientos de la vida de Cayetano Rivera, pasamos a arreglarnos un poco la vida nosotras. Hacernos terapia, vamos. Y así, como quien no quiere la cosa, entre chismes, llegamos al feminismo, el empoderamiento, la transversalidad, la manifestación del 8M y dos cortaditos, gracias.

Como todos los años, me he leído el argumentario. Soy una optimista y siempre pienso que va a mejorar. Pero qué va, ha ido a peor. El mono borracho con platillos que lo escribió el primer año parece seguir con sus adicciones y, además, haber incorporado nuevas. Porque no es ni medio normal lo que ahí pone. El primate politoxicómano se ha marcado un batiburrillo de ideas inconexas, de conceptos mal hilados, de lugares comunes y quejitas decimonónicas. Todo eso con una redacción farragosa y rimbombante que pretende resultar efectiva pero que ni siquiera llega a efectista, el equivalente en texto a lo que sería el apartamento de un anciano con Diógenes recién encontrado por los servicios sociales dos semanas después de su deceso: atestado, inservible y apestando.

A estas alturas, a mí me estaban diciendo que tengo la piel muy deshidratada y a Paula le estaban haciendo una limpieza. Nos dimos la mano, porque a veces somos muy victorianas, y seguimos hablando.

Nosotras no vamos a ir a la manifestación del 8M, ni haremos huelga el día 9. Es más, estamos procrastinando estos días para acumular faena y así trabajar más ese día. Incluso estudiaremos, cuidaremos, limpiaremos, consumiremos. Todo. Lo vamos a hacer todo.

Porque a nosotras este feminismo no nos representa. Rodeadas como estamos de mujeres poderosas, fuertes, inteligentes y maravillosas a las que queremos y admiramos, no podemos estar de acuerdo de ninguna de las maneras con un movimiento que se sostiene sobre la queja y el victimismo.

Porque las mujeres no somos -no queremos ser- seres dignos de compasión y tutela. Porque no tiene sentido protestar con una mano contra un supuesto orden del mundo cisheteropatriarcal, racista y neoliberal (sic) mientras con la otra le exigimos a ese mismo orden despiadado que nos custodie, que sea nuestro benefactor y protector. Porque consideramos que hoy en día todo el mundo es feminista, si entendemos el feminismo como la igualdad entre ambos géneros, pero este feminismo histérico no busca una equidad real. Sus propuestas (las pocas que concretan) son discriminatorias, injustas y abusivas.

Porque no nos parece justo señalar a todos los hombres como culpables y a todas las mujeres como inocentes, por defecto. Media humanidad no está oprimiendo a la otra media. Es una falacia. Y sobredimensionar un problema existente alarmando innecesariamente, al final, obtiene el efecto contrario: no se conciencia, se banaliza.

Llegados a este punto ya estábamos las dos ideales: yo decidiendo si me compraba un tónico para la piel y, Paula, si se cortaba el flequillo. Y mientras lo decidíamos, lo que sí determinamos es que nosotras no somos de “nos están matando” ni “yo te creo, hermana”. Si tuviéramos que hacer camisetas empoderadas nuestros lemas serían más parecidos a “ay, mira, que me dejes” o “tú pasa, tía”. También es verdad que nosotras somos más de irnos de cañas con ellos que de gritarles “machete al machote”. Que a lo mejor lo que pasa es que los hombres de nuestra vida y los de la suya han sido muy diferentes. Aprovechamos para poner a su disposición nuestra chorboagenda si con esto arreglamos el problema.

Total, que salimos de allí como se debe salir de una peluquería: repartiendo besos y diciendo adiós con la manita, como si acabaran de imponernos la banda de Fallera Mayor de Na Jordana y en la puerta nos esperase Francisco en un helicóptero para cantarnos el per ofrenar mientras sobrevolamos las Torres de Serranos.

Y ahora que vengan y nos digan que no somos feministas o que no estamos empoderadas. Anda y que te ondulen con la permanén.