Redes sociales
El fenómeno de la poesía en Facebook
Os aviso ya de que esta humilde columna está a puntito de marcar un hito histórico y va a inaugurar, aquí y ahora, un nuevo género periodístico: la radiofórmula de la columna de opinión. Flipadlo.
No es de extrañar que se publiquen libros y se entreguen reconocidos premios a gente cuyo mérito manifiesto es escribir en redes sociales lo que yo llamo “poesía del enter”, pero que bien podría llamarse “mesa camilla con brasero”.
Os aviso ya de que esta humilde columna está a puntito de marcar un hito histórico y va a inaugurar, aquí y ahora, un nuevo género periodístico: la radiofórmula de la columna de opinión. Flipadlo.
Yo parece que no escucho, pero es todo lo contrario. Os hago muchísimo caso. Lo que pasa es que no lo demuestro para que no os vengáis arriba, que ya nos conocemos. Y últimamente me estáis diciendo mucho que parece que solo hablo de feminismo. Tampoco es que vayáis desencaminados. Pero es que claro, una columna dentro de la sección de Familia y Mujer, que se os olvida, pues tiene que hablar de familia y de, sorpresa, mujer. La actualidad, que es imprevisible y no tiene horario ni fecha en el calendario, también ha estado poniéndome palos en las ruedas. Entre el 8M, la baja de paternidad de Pablo Iglesias (¿Vosotros también tenéis la sensación de que es el único hombre en el mundo con baja por paternidad?), los últimos coletazos del caso Juana Rivas, el lenguaje inclusivo... Si es que es un no parar. Como para hablar de otra cosa.
Pero yo, que me debo a mi público, os he escuchado y, sin que sirva de precedente, os he hecho caso y voy a hablar de lo que vosotros me habéis pedido. No ha sido fácil, también os lo digo, porque vuestras demandas son heterogéneas y han ido llegando a mí de las más variadas maneras y con desigual estilo y educación. Incluso hay quien me ha amonestado por parecer demasiado feliz. Pido disculpas desde aquí si mi alegría pareciese excesiva y hubiese resultado a alguien ofensiva. Voy a tratar de parecer un poco más afectada y contrita pero, haceos cargo, es posible que al principio y hasta que le pille el punto resulte sobreactuada mi congoja.
A lo que íbamos, que me liáis. Me habéis pedido que os hable de poesía y a ello voy.
El pasado jueves 21 de marzo fue el día mundial de la poesía. Hay días de todo, ya lo sabéis, pero el segundo día de la primavera es el de la poesía. Si eso no es poesía en sí mismo, yo es que ya no sé. Para celebrarlo decidí ir con unos amigos a un recital (yo lo llamo “recital” pero ellos lo llamaban “encuentro internacional de poesía”. Ahí es nada) en el que iba a recitar una de mis personas favoritas en el mundo. Digo “iba”, y lo digo bien, porque al final no recitó. Fuimos invitados a abandonar el acto antes de lo deseable por, precisamente, demasiado entusiastas. No sabemos medir nuestro hiriente alborozo y nos toca, cada cierto tiempo, pagar por ello un peaje a la sociedad. Bien pagado está. Pero eso es otra historia que si queréis os la cuento otro día.
El poco tiempo que estuve dentro fue más que suficiente para darme cuenta de que vivimos un momento literario que debería estudiarse en las universidades en unos cinco años a más tardar. Como cantaba Gardel, y qué bien cantado, uno vive en la impostura y otro roba su ambición. Así no es de extrañar que se publiquen libros y se entreguen reconocidos premios a gente cuyo mérito manifiesto es escribir en redes sociales lo que yo llamo “poesía del enter”, pero que bien podría llamarse “mesa camilla con brasero”.
Haced la prueba. Escribid un párrafo sobre lo que os apetezca. A lo loco. Da igual que sea sobre un dolor de muelas, un paseo en barca por el Retiro (por favor, no hagáis eso), sobre un atardecer en Cuenca o el último caso dramático de la actualidad. Lo que sea. Separad las frases sin apenas sentido
sin hacer ningún caso a las más
elementales normas
de puntuación
y ahora
cuando ya lo habéis hecho
dadle otra vez
a enter
detrás de cada una
de ellas
dejando una línea en blanco
un espacio
vacío
que me obligue a leer
en silencio
con esa voz interior
atildada y solemne
que se nos pone
sin que medie voluntad alguna por nuestra parte
cuando sabemos que nos hablan
en verso
de todo lo importante.
¡JA! ¿A que es fácil? ¡Buenos días, premio Biblioteca Breve!
No, en serio ahora. Es increíble este fenómeno por el cual una serie de personajes, cuyo mérito no niego en absoluto porque lo tienen, son capaces de convencernos de que lo que hacen tiene realmente calidad y, a golpe de like, se convierten en fenómenos de masas. No seré yo quien censure que esto pase. No tendría ningún sentido firmar con una mano el manifiesto en defensa de Arcadi Espada mientras con la otra les desconecto la conexión al wifi a los poetas de Facebook. Pero me parece prodigiosa esa especie de ilusión colectiva, ese folie a dèux descontrolado, que hace pasar por sublime algo completamente anodino.
Pero lo magnífico, lo realmente fantástico, es que en medio de todo eso, con menos impostura, hay verdaderas joyas. Están ocultas tras las avalanchas de likes, de los “diosa, te idolatro”, “con tu permiso, comparto”, la muerte, el amor y el viento inmóvil. Y cuando consigues dar con una, cuando te salta a la cara ese talento irreprimible y lo reconoces y lo disfrutas, entonces te alegras de que ocurra todo lo demás. Porque al final, los fenómenos de masas literarios (me ha dado risa poner esto) de las redes sociales son como esos muñecos hinchables que hay en algunos concesionarios. A veces suben, a veces bajan, bailan frenéticamente o caen sobre sí mismos, desinflados, al suelo. Según como venga el viento. Pero nuestros genios particulares, esos son un regalo que legitima todo lo demás por puritita comparación. A mí me está sucediendo ahora con Ana Elena Pena. Le deseo todo lo mejor, todos los éxitos y que la leáis todos, pero luego, íntima y egoístamente, querría que fuese solo para mí y miraros por encima del hombro pensando “lo que os estáis perdiendo, troncos”.
En fin. ¿Qué es poesía? ¿Que qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Pues yo es que ya no lo sé.
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