Tradiciones

Esta legendaria danza gallega en honor a San Miguel protagoniza un cupón de la Once

El ritual, con cuatro siglos de historia, une fe marinera, música y memoria colectiva

Danza de Espadas, en Marín (Pontevedra).
Danza de Espadas, en Marín (Pontevedra). Turismo Rías Baixas

Desde los confines del tiempo, cuando los mapas del océano todavía dibujaban monstruos en los límites del mundo conocido, los marineros de Marín se encomendaron a un ángel guerrero para desafiar al mar bravo. Era el arcángel San Miguel, protector de los mareantes, que con su espada vencía dragones en los cielos y al que los hombres de mar rendían tributo para alejar la desgracia y agradecer la abundancia.

De aquella devoción, nacida en 1639 con la fundación de la Cofradía de San Miguel, surgió una danza peculiar, hecha de madera, acero y fe: la Danza de las Espadas.

Casi cuatro siglos después, aquella coreografía ritual que acompaña la procesión del santo patrono será la protagonista del cupón de la ONCE del próximo domingo, 5 de octubre. Cinco millones y medio de boletos llevarán por toda España la imagen de esta tradición marinense, convertida en seña de identidad y reclamo para conocer una villa marcada por el mar y sus leyendas.

Historia de la danza

La Danza de Espadas se celebra el domingo siguiente al Día de San Miguel, el 29 de septiembre, y constituye el momento culminante de las fiestas patronales de Marín. El desfile lo componen más de un centenar de participantes organizados en tres grupos, que se mueven en procesión acompañando la imagen del santo.

Vestidos de blanco, con bandas rojas los hombres y azules las mujeres, forman filas entrelazadas por espadas de madera, ejecutando figuras que requieren precisión, coordinación y un profundo conocimiento de la tradición.

Durante el recorrido, la procesión se detiene en tres escenarios simbólicos: la alameda, la plaza de España y la plaza del Reloj. Allí, los danzantes elevan sus armas al compás de las gaitas, en un juego de movimientos que combina solemnidad religiosa con espectáculo popular. El chocar de las espadas, el sonido de la música tradicional y la multitud congregada convierten cada parada en un momento de comunión entre fe y cultura.

Una tradición recuperada

Aunque la danza desapareció en el siglo XIX tras la disolución de la Cofradía de San Miguel, fue recuperada en 1959 por el Ateneo Santa Cecilia, devolviendo a Marín una de sus señas más características. Desde entonces, la cita se mantiene cada año y se ha convertido en un ritual imprescindible no solo para los vecinos, sino también para centenares de visitantes que se acercan a la villa pontevedresa.

Historiadores datan su origen en el siglo XVII, cuando el gremio de mareantes pedía protección frente a los riesgos del mar. Así, la danza era tanto un gesto de devoción como una expresión colectiva de resistencia frente a la adversidad.

Lo que hace especial a esta tradición es que en ella participan personas de todas las edades, desde niños hasta mayores, lo que garantiza su transmisión y continuidad. Muchos marineros y descendientes de familias ligadas al mar han formado parte de la danza, que simboliza la unión de la comunidad frente al peligro y su gratitud al patrón protector.

Cupón de la Once.
Cupón de la Once. ONCE

Marín, escaparate cultural y turístico

Con la inclusión en el cupón de la ONCE, esta tradición da un salto de visibilidad que coloca a Marín en el mapa cultural de España. La organización ha querido rendir homenaje a una fiesta que sintetiza lo mejor de Galicia: la fuerza de sus tradiciones, la importancia del mar y la capacidad para mantener viva la memoria.

Al mismo tiempo, el cupón invita a descubrir los atractivos turísticos de la villa: playas como Mogor, Aguete o Loira, y espacios singulares como el Parque de los Sentidos, que complementan la experiencia de quienes viajan atraídos por la danza y la devoción a San Miguel.

Cinco millones y medio de cupones llevarán por todo el país la imagen de la Danza de Espadas, como si cada boleto fuese también una invitación a detenerse en Marín y sentir el eco de un ritual que, desde hace casi cuatro siglos, entrechoca espadas al ritmo de las gaitas y la fe.