Ciencia
Investigadores gallegos explican el origen de los oasis
Estos y otros ecosistemas florecen gracias a ríos ocultos bajo la superficie que trasladan agua desde zonas más húmedas
Durante siglos los oasis han sido un misterio en mitad de los desiertos: auténticos vergeles rodeados de arena, donde brota la vida allí donde, en teoría, no debería haberla. ¿De dónde sale toda esa agua? La respuesta acaba de llegar de la mano de un equipo internacional de científicos en el que participa el profesor de la Universidade de Santiago de Compostela (USC) Gonzalo Míguez Macho.
El estudio, publicado en la prestigiosa revista Nature, demuestra que hasta ahora se había medido mal la cantidad real de agua disponible en la Tierra. Los cálculos tradicionales se basaban únicamente en la lluvia que recibe cada región y en la evaporación que se produce.
Pero faltaba un factor esencial: el agua que circula “de incógnito” bajo el suelo o a través de los ríos, viajando desde las montañas hasta los valles. Esa aportación oculta, bautizada por los investigadores como “subsidio lateral”, explica por qué en medio del desierto surgen rincones fértiles capaces de sostener plantas, animales e incluso comunidades humanas.
El ejemplo del Okavango
El caso más espectacular es el Delta del Okavango, en Botsuana, un auténtico edén en mitad del desierto que atrae cada año a miles de especies. Si se calculase solo la lluvia que recibe, nunca debería tener tanta agua.
Sin embargo, gracias a las corrientes que llegan desde otras zonas más húmedas, este delta puede mantener una biodiversidad extraordinaria, del mismo modo que lo hacen los oasis que han dado vida a civilizaciones enteras a lo largo de la historia.
Los investigadores han creado un nuevo indicador, mucho más realista, al que han llamado índice global de humedad. Y los resultados son sorprendentes: la superficie del planeta en la que hay suficiente agua como para cubrir las necesidades de la naturaleza y de las personas aumenta un 33% con respecto a lo que se creía hasta ahora.
“El nuevo índice nos ofrece una visión más fiel de la disponibilidad de agua y puede ser muy útil para gestionar los recursos en un mundo que se calienta y se seca por el cambio climático”, explica Míguez Macho, que forma parte del Centro de Investigación Interdisciplinario en Tecnoloxías Ambientais (CRETUS).
Una visión más cercana a la realidad
Hasta ahora, el llamado índice de aridez se utilizaba para calcular sequías, planificar recursos hídricos o prever el impacto del cambio climático. Pero era un modelo demasiado simplificado: no tenía en cuenta esos ríos invisibles que recorren el subsuelo ni las corrientes que bajan desde lo alto de las montañas. El nuevo método sí lo hace, y permite explicar cómo fue posible que ciertas culturas prosperasen en lugares que parecían demasiado secos para sobrevivir.
Aunque todavía no incorpora la influencia de la mano del hombre -presas, regadíos, trasvases-, los autores creen que este descubrimiento abre la puerta a una nueva forma de entender y gestionar el agua. Y lo más importante: ayuda a comprender por qué, incluso en el corazón de un desierto, la vida encuentra caminos inesperados para brotar.